Opinión

¡Que se jodan!

Más allá de si Sánchez es investido, lo sustancial radica en ese sentimiento de venganza y revancha instalado en la política nacional

  • Pedro Sánchez, junto a Adriana Lastra (i) y Carmen Calvo (d) en el debate de investidura de este domingo.

Schadenfreude es la palabra alemana que define la alegría perversa que experimentamos ante el mal ajeno. En español recio, que siempre es conveniente usar, podríamos traducirla por “que se jodan”. En la vida política de nuestro país, esas tres palabras han hecho más daño que cualquier otra cosa. Porque aquí, más que ganar, lo que nos complace es que pierda el adversario, que se hunda en la ruina y, a ser posible, que no levante nunca más la cabeza.

En la bancada de la pseudo izquierda socialista – izquierda hace tiempo que dejó de serlo -, junto a neocomunistas y separatistas, lo que realmente los hace estremecer es que la derecha se vea lo más jodida posible. No digo que al revés eso no suceda, que también, pero la carga de revanchismo que se observa en los actuales protagonistas produce inquietud en quienes estamos acostumbrados a la dialéctica intelectual y no a la del cóctel molotov, el escrache y la barricada flamígera. Que es fotin, dicen los separatistas cuando hablan de esa España de la que, en el fondo, no quieren separarse puesto que viven infinitamente mejor ordeñándola hasta la saciedad. Noventa mil euros de pensión vitalicia le quedarán a Torra cuando este sainete finalice, por ejemplo. Que se jodan, dicen los de Iglesias cuando se refieren a la subida de impuestos, pensando siempre en el bueno de don Amancio Ortega y sus cuantiosas donaciones para el cáncer, evitando siempre, eso sí, hablar de Patricia Botín, que una cosa es ser revolucionario de salón y moqueta oficial y otra muy distinta jugarse el pan y el servicio de tu mansión.

Que se jodan, dicen los de Iglesias cuando se refieren a la subida de impuestos, pensando siempre en el bueno de don Amancio Ortega y sus cuantiosas donaciones para el cáncer

Que se jodan, decían muchos ante la caída de Ciudadanos y la dimisión honestísima de Albert Rivera, cuando bastantes de ellos deberían haberse preocupado y mucho ante la colosal operación mediática y financiera que llevó a la ruina al exlíder de Cs, demostrando que quienes manejan los hilos del poder nunca son los que gesticulan o callan ante una cámara de televisión. Que se jodan, dicen ahora añadiendo el tristísimo “disfruten de lo votado” los que no son capaces de comprender que, si España se va a la mierda, ellos también serán tragados por el desagüe de la historia. Siempre queremos que se jodan los otros cuando, en realidad, los que acabamos jodidos somos los de siempre, los de a pie, los de infantería, los que carecemos de colchones económicos o padrinos poderosos.

Bien pudiera ser que ese sentimiento de “ahora os vais a enterar” sea, en el fondo, la ruina de España. Esa manera de entender el gobierno de las cosas conduce a la carencia de sentido del estado, porque este debería permanecer por encima de la volatilidad de elecciones y electos, como sucede en otros países. Gobierne quien gobierne, los que detentan esa enorme responsabilidad y terrible privilegio, deberían atender a la suma de todos y no solo a sus propios intereses, condenando a quienes no piensan como ellos a joderse. Lo que venimos en denominar patriotismo, bien común o interés general, que es lo mismo en el fondo y en la forma, se estrella contra ese muro de intolerancia que solo busca la jodienda del contrario. Y así no hay quien consolide nada.

No basta con calificar de ultraderecha a todo aquello que no se acomoda al progresismo barato de consigna dictada por Soros y sus adláteres

De ahí que, visto lo visto en las dos anteriores sesiones de investidura y a sabiendas que Sánchez depende solo de un voto, salga o no salga, es preocupante que el síndrome de hundir en la miseria al discrepante sea una barbaridad impropia de un país civilizado y culto. España jamás llegará a ser lo que podría sin erradicar de su seno esa actitud basada en el egoísmo, la envidia, la gárrula bandería y el odio africano hacia la opinión y el opinante que no nos da la razón. No basta con calificar de ultraderecha a todo aquello que no se acomoda al progresismo barato de consigna dictada por Soros y sus adláteres. Hay que ir más allá y entender que jodidos, lo que se dice jodidos, lo estamos todos si no aprendemos algo de empatía y sentido común.

No tengo demasiadas esperanzas en que lo logremos, si les he de ser sincero.

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