Opinión

Un gobierno a la italiana, la última bala de Sánchez

A excepción de las elecciones anticipadas, la única salida digna que le queda a Pedro Sánchez es un gobierno de emergencia nacional a la italiana. ¿El problema? Que Sánchez no es Draghi

  • Pedro Sánchez y Mario Draghi

Un gobierno sobrepasado, impotente. Una sociedad atónita que se debate entre la ofuscación y el miedo. El flamante y rejuvenecido equipo de Pedro Sánchez, nombrado en julio pasado, abrasado. Nada con sifón. Peor: incapaz de leer correctamente el contexto, de interpretar la realidad. Un gobierno inservible. Salvo contadas excepciones, la credibilidad de los ministros roza el alcantarillado. Que Sánchez haya convertido al principal responsable de la infeliz transfiguración del PSOE, Rodríguez Zapatero, en una especie de referente moral del partido y portavoz de la política exterior, es un elocuente síntoma de la magnitud de la hecatombe.

Pase lo que pase en los próximos días, tome el Consejo Europeo las decisiones que tome, lo que la cascada de crisis superpuestas ha puesto ya de manifiesto, con una inusual crudeza, es que la política de este gobierno, cronificar los problemas en lugar de asumir su responsabilidad y arrostrar con el desgaste de su gestión, ya no sirve. No ha habido en estos años de sanchismo ni un solo intento serio de corregir los daños estructurales de un modelo económico que es una fábrica de déficit, deuda y paro, que ha llevado al límite de su resistencia a la Seguridad Social y al conjunto de las cuentas del Estado. Un modelo que no resistiría el contraste con la realidad de no ser por el paraguas del Banco Central Europeo y las autoridades de la Unión. El único resultado del reciente roadshow de Sánchez por distintos países europeos, en busca de un nuevo salvavidas, ha sido evidenciar aún más nuestra debilidad.

Un Gobierno incapaz de leer correctamente el contexto, de interpretar la realidad. Un Gobierno inservible. Salvo contadas excepciones, la credibilidad de los ministros roza el alcantarillado

Cronificar los problemas y externalizar los sacrificios que acompañan a la solución. Esa es la receta a la que Pedro Sánchez ha venido fiando su estabilidad hasta que Putin decidió interrumpir la siesta. Encarecimiento de la energía, inflación cercana a los dos dígitos, protestas, riesgo de desabastecimiento, inevitable aumento de tipos de interés en el horizonte, frenazo de la recuperación, probable repunte del paro… La palabra quiebra ha dejado de ser una hipótesis lejana. La amenaza de un futuro rescate a la griega no se ha disipado. Datos del profesor Pablo Fernández: Patrimonio neto del Estado 2020: -579.000 millones de euros. Deuda 2021: 1,43 billones de euros, el 118,7% del PIB. Ingresos inferiores a los gastos desde 2008. En los años 2008-2020 el agujero del Estado fue 940.000 millones. La deuda sería mayor si los tipos de interés no fueran artificialmente bajos. Los intereses pagados en 2020 fueron “solamente” 31.675 millones de euros gracias a la intervención del BCE (y en todo caso 6.000 millones más que en 2020).

No queda margen para más aplazamientos. Ni la pandemia ni la guerra sirven ya como pretextos para eludir la propia responsabilidad. La pregunta es si con este gobierno existe la menor posibilidad de levantar la cabeza, de recuperar crédito, de darle una oportunidad al país. Y la respuesta es no. No sin un cambio de rumbo radical. No sin soltar lastre, pasando de la cámara lenta a la desconexión acelerada con Podemos. No sin renunciar a un activismo ideológico que ni da réditos ni en estos momentos viene a cuento. No sin poner fin a esa consigna pueril que alerta “¡Que viene la ultraderecha!” y que lo único que promueve es el aumento exponencial de los que, a la vista del panorama,  gritan: “¡Que venga, que venga!” No sin un pacto político transversal que aglutine a una sólida mayoría parlamentaria alrededor de un programa común de emergencia.

Alberto Núñez Feijóo no debe ser el problema, sino parte de la solución. No tendría fácil decir que no a un gobierno de emergencia nacional si Sánchez fuera capaz de trocar soberbia por generosidad

Pedro Sánchez desmontó el PSOE y construyó un partido a su medida. Apenas le queda crédito, y en su decadencia puede arrastrar a toda la organización, provocar un descalabro histórico del socialismo en las próximas elecciones municipales y autonómicas y condenar a la izquierda a una nueva y larga etapa de ostracismo. La operación de sumar con Unidas Podemos, una organización desairada, descoyuntada y sin rumbo, ya no se contempla. Antes del último recurso, la disolución de las Cortes, a Sánchez solo le queda una bala en la recámara: italianizar la gestión. Pactar con el PP un programa y un gobierno de emergencia nacional con políticos de contrastada experiencia y tecnócratas solventes. Un gobierno sin aprendices, convincente, al que no haya que explicarle la diferencia entre sueldo bruto y coste empresa, que seduzca a nuestros socios europeos, que devuelva a los españoles al menos una porción de la confianza perdida.

Es verdad, Pedro Sánchez no es Mario Draghi. Reconozco que ahí tenemos un problema. Pero no habría “efecto Draghi” sin el insólito apoyo parlamentario que logró edificar el reputado primer ministro italiano. Únicamente la extrema derecha de Fratelli d’Italia (37 diputados de un total de 630) se autoexcluyó del amplio consenso sobre el que hoy Italia configura su futuro. Ese es el camino. Pacto de Estado y amplia mayoría parlamentaria. Alberto Núñez Feijóo no debe ser el problema, sino parte de la solución. No tendría fácil decir que no si Sánchez fuera capaz de trocar soberbia por generosidad. Sin trampas. Es más, apoyar un gobierno de concentración incrementaría las opciones del gallego de ganar las próximas elecciones generales.

Termino con la pregunta que me hacía en mi último artículo: ¿Quedará inteligencia para algo así o es política ficción? 

La postdata: cuatro preguntas ingenuas sobre la carta a Mohamed VI

1.- ¿Por qué el destinatario de la carta en la que Pedro Sánchez convalidaba la propuesta marroquí sobre el futuro del Sáhara fue Mohamed VI en lugar del primer ministro marroquí Aziz Ajanuch?

2.- ¿Se debió esa sorprendente alteración de una estricta regla protocolaria y diplomática a una exigencia del propio Rey de Marruecos?

3.- ¿Cómo y cuándo le fue comunicada a Felipe VI la decisión del Gobierno español? ¿Le fue comunicada?

4.- ¿Se le ofreció al Rey de España firmar la misiva en lugar de que lo hiciera Pedro Sánchez?

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