Opinión

Las dos maldiciones de Pedro Sánchez

Todo le sonreía a Pablo Casado. Vivía la única etapa de apacible felicidad que le ha sido concedida desde que llegó al despacho principal de Génova, ese edificio de truenos

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la cumbre hispano-polaca. -

Todo le sonreía a Pablo Casado. Vivía la única etapa de apacible felicidad que le ha sido concedida desde que llegó al despacho principal de Génova, ese edificio de truenos y fantasmas. La victoria de Isabel Díaz Ayuso serenó su ánimo y hasta le apaciguó el semblante. Más afable, menos ríspido. El Casado de antes de las tormentas. Los barones lo escuchaban, los cuadros lo obedecían, las encuestas lo jaleaban y hasta algunos medios, siempre refractarios, le dedicaban escuetos elogios, inevitablemente envenenados. Había escapado de los territorios del suplicio y aterrizado en las acolchadas llanuras de la tediosa tranquilidad.

En la otra orilla, en los destemplados pasillos de La Moncloa, el ambiente era bien distinto. Los problemas se amontonaban, como en un burdo folletón del XIX. Indultos insepultos, colérico Rabat, el motín de las planchas y las lavadoras, la sublevación de AstraZeneca... Un reguero de desastres que suelen derivar en degollina. La demoscopia, en efecto, castigaba tanto aspaviento de la grillera, tanta confusión en el corral.

Por una vez, todo parecía ir bien en el rincón de la derecha. Hasta las inevitables intentonas por distorsionar de nuevo la foto de Colón se quedaban en impotentes insultos. Entonces apareció Villarejo, con su libreta ponzoñosa rebosante de sospechas, iniciales delatoras, encuentros ocultos, maniobras pútridas y un par de referencias a Dolores de Cospedal que removieron los titulares y agitaron los espacios televisivos especializados en la demolición del PP.

Casado dio un respingo y escapó a Ceuta, donde nada pudo salir peor. Insultos a los periodistas y tristes escenas de un líder enmudecido y a la fuga

Nada nuevo desvelaba el temido comisario sobre la exsecretaria general de los populares. Material de recuelo, datos recalentados, asuntos harto trillados sobre los que el juez García Castellón, algo perdido en esa pringosa cocina de Villarejo y Bárcenas, pretende arrojar un halo de luz. Citó a declarar como investigados a Cospedal y a su esposo. Vuelta a las andadas.

La confortable monotonía de Génova se tornó en espanto. Casado dio un respingo y escapó a Ceuta, donde nada pudo salir peor. Insultos a los periodistas y tristes escenas de un líder enmudecido y a la fuga. Los turbios episodios del pasado abandonaban su rincón oscuro y se convertían, inopinadamente, en inesperados protagonistas. Es ceremonia habitual. Cuando en el PP las cosas se encarrilan, algo se mueve en las zahúrdas de un juzgado y, súbitamente, el oasis se diluye en espejismo. Otra vez la ansiedad y los temblores. "El infierno es la eterna recreación de un hecho privado de toda posibilidad de convertirse en pasado". Chateaubriand.

Vendrá luego el congreso del PSOE, la gran kermesse heroïque, que coincidirá con la recta final de la vacuna, la recuperación de de los datos del PIB, la caída abrupta del desempleo y el happening restallante de los fondos europeos

Los estrategas de Sánchez sonrieron complacidos. Quizás se lo esperaban. El viento se tornaba de nuevo favorable rumbo al horizonte del 2050. El escenario es ya propicio. El PP, herido y cojitranco por el serial interminable de sus viejas lacras, asistirá impotente al desarrollo del guion diseñado por Iván Redondo para el bienio preelectoral. Los indultos quedarán sepultados en el balsámico jolgorio de la remodelación del Gobierno, divertimento para los medios y analistas de ocasión. Vendrá luego el XL Congreso del PSOE, la gran kermesse heroïque que coincidirá con la recta final de la vacuna, la recuperación de los datos del PIB, la caída abrupta del desempleo y el happening restallante de los fondos europeos, que convertirán a España en una prospérrima Disneyworld, envida de todas las europas. Incluso el Tribunal de Estrasburgo echará una mano y tumbará la sentencia del Supremo contra los sediciosos líderes del procès. El bonapartín de la Moncloa quedará así investido como Pedro I el Pacificador.

Vendrá luego la mesa negociadora, con Junqueras travestido de Mandela, la amnistía, el referéndum pactado, la autodeterminación...y así sucesivamente

Todo encaja a la perfección en el tablero de Iván, donde ya se dibuja con nitidez la permanencia de Sánchez hasta noviembre de 2023 y su reelección en febrero de 2024, después de la presidencia europea.. Sin embargo, dos elementos, no menores, se conjuran para que la función no logre culminar con éxito. Casi dos maldiciones, quizás insalvables. La primera, que la estabilidad de su Gobierno depende de ERC, que a su vez depende del prófugo de Waterloo. Equilibrios en el alambre. Los indultos serán solo el principio. Vendrá luego la mesa negociadora, con Junqueras travestido de Mandela, la amnistía, el referéndum pactado, la autodeterminación... Conviene recordar que un portazo de ERC forzó el anticipo electoral en abril del 2019. El traidor PNV ya huele la sangre y comienza a virar. El bofetón sanitario a la ministra Darias es la primera advertencia.

El segundo elemento que amenaza, y quizás tumbe, los planes de la factoría de ficción de la Moncloa es tan elemental como decisivo. Sabido es que las elecciones generales no se ganan sino que se pierden. Aquí se vota contra alguien y no a favor. Así, Felipe, y Aznar y Zapatero entregaron a sus rivales las llaves del reino, los laureles de la victoria. Tal ocurrirá también con Sánchez, huérfano de credibilidad y ahíto de reproches. Desaparecido Iglesias como pararrayos, toda la ira se concentra en el jefe de Gobierno. Sánchez es el núcleo receptor de odios y afrentas, el villano de la película, el malvado de esta historia. Ni puede pisar la calle, ir a un museo, pasear una avenida o deambular tranquilamente en bici. Figura a la cabeza de los políticos europeos más detestados. Los nacionalistas o los votos, esas dos maldiciones, dinamitarán sus planes, acabarán finalmente con su ambición.

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