Opinión

Llega el gobierno del muro

"Un gobierno de operarios" era el titular de esta columna hasta el momento de decidirme por otro. Un gobierno de operarios, sí, porque eso es lo que uno cr

  • Sánchez y Bolaños en el Congreso de los Diputados -

"Un gobierno de operarios" era el titular de esta columna hasta el momento de decidirme por otro. Un gobierno de operarios, sí, porque eso es lo que uno cree que es, un grupo de peones, algunos desconocidos y otros demasiado conocidos para su pesar, si es que ese pesar se revelara como una vergüenza, algo que no sucede. Que después de los sucesos de la valla de Melilla Grande Marlaska siga siendo ministro de Interior es algo que, a la fuerza, se puede explicar, pero no entender. Ni siquiera yo, que siempre lo tuve por persona consecuente, rigurosa y con principios. Claro, que eso mismo era lo que pensaban en el PP, que fue quien realmente lo promocionó. Pero dejemos tan penosa historia para otro momento. Es un ministro moralmente quemado, capaz de haber olvidado el día del mes de junio de 2022 en el que murieron 23 personas en la valla melillense.

El nuevo ministro, famoso por la réplica socialista en la investidura a Feijóo y por un desagradable incidente en el AVE, está hecho a la medida de su presidente

Operario se refiere al trabajo poco complicado de un obrero, por lo general manual, o sea, como ocurrirá en este Gobierno. Hacen falta manos, movimientos claros y decisivos, pero pocas ideas, que para eso ya está Sánchez y su verdadero vicepresidente, Félix Bolaños, que ahora luce como ministro de Justicia. El de Bolaños, verdadero padre de la ley de amnistía es un nombramiento razonable dentro del miserable muladar en el que se ha convertido la política que impulsa Pedro Sánchez.

Hubo un tiempo en el que los periodistas nos poníamos nerviosos por la incertidumbre de un nuevo gabinete. Hacíamos nuestras quinielas y se valoraba mucho el adelanto de los nombres de los nuevos ministros. Ese tiempo ya pasó. Estando Pedro Sánchez los malabares de los nombres carecen de interés porque sus biografías son, por lo general, inexistentes. No destacan por sus carreras, por su trabajo en otras esferas que no hayan sido la política y el partido. El caso de Óscar Puente es paradigmático. Hay que tener mucha imaginación para concluir que un personaje así puede llegar a dirigir un ministerio como el de Transportes. Pero el nuevo ministro, famoso por la réplica socialista en la investidura a Feijóo y por un desagradable incidente en el AVE, está hecho a la medida de su presidente, que esa y no otra es la razón del nombramiento. Estaba escuchando la radio cuando me enteré de su nombramiento, que provocó entre los tertulianos una risa fría más cerca de la pena que de la indignación. 

Todos a la orden para sacar adelante la amnistía, la soberanía fiscal plena de Cataluña y la gestión el referéndum de autodeterminación. Velis nolis, decían los romanos

El presidente más divisivo de la democracia ha cerrado un gobierno para confirmar la promesa del muro entre españoles. Lo prometió en su discurso de investidura y lo cumple ahora. Sánchez, nadie se lo negará, es consecuente para consolidar políticas que fracturan y polarizan a los españoles. No hay en el nuevo Gobierno un solo ministro integrador y equilibrado, uno que no resulte un insulto para la mitad de España. Cierto, hay que poner un muro entre el llamado bloque progresista y la derecha en manos de la extrema derecha. Los veintidós operarios que Sánchez ha nombrado van a trabajar en esa dirección, sin necesidad de mirar un momento a la España democrática que no le ha votado. Un gobierno de España que no es para toda España, que es algo que se proclama con chulería y sin rubor. Que lo haga alguien que no ganó las elecciones, circunstancia que explicaría una cierta humildad en sus movimientos, resulta sorprendente. Indignante.

Por lo dicho, los nombres son lo de menos. Van a trabajar para mayor gloria de Sánchez. Sin divergencias. Sin la menor discrepancia. El presidente demuestra una vez más que lo superfluo es lo necesario, y así es como actúa. Todos a la orden para sacar adelante la amnistía, la soberanía fiscal plena de Cataluña y la gestión el referéndum de autodeterminación. Velis nolis, decían los romanos. Quieras o no quieras.

Da igual a quien haga ministros porque la legislatura del muro se va a mover al ritmo que imponga Puigdemont. No esperemos nada de la Unión Europea, que ahí están los países a los que empezamos a parecernos y no les ha sucedido nada. Polonia, Hungría y Rumanía, ninguno gravemente afectado por las advertencias europeas.

Es difícil albergar alguna esperanza para los próximos años. Acaso la única sea la de parecernos a los italianos, un pueblo que ha sabido caminar siempre al margen de su destartalada clase dirigente. A eso aspiramos muchos que hemos terminado saliendo de nuestras casas para manifestarnos y decir no en nuestro nombre.

La calle como respuesta al muro

Manuel Martín Ferrand, un grande del columnismo cuya voz tanto se echa de menos, me dijo en una ocasión que dudaba siempre del que aprovecha sus tribunas para hablar de sí mismo. Me salgo por una vez del consejo del maestro, y pido disculpas por ello. El sábado, y por primera vez en mi vida, acudí a una manifestación. Refractario como soy a las soflamas y el griterío incontrolado, creí que me moriría sin participar en una.  Lo hice convencido de que hoy es lo único que unos ciudadanos pueden hacer para pedir que las leyes se cumplan y exigir que los que mandan nos traten con dignidad.  Media España está fuera de esa aspiración, limitada y comprimida por un muro construido por Sánchez con la ayuda de comunistas, Otegi, Puigdemont y Junqueras. El posterior descubrimiento de que los que allí estuvimos éramos cientos de miles de ultraderechistas irredentos fue para mí algo ciertamente sorprendente.

Resulta que el que ha hecho de la necesidad virtud y comprado los votos para gobernar a cambio de borrar los delitos de un prófugo es un estadista, un patriota, un defensor de la causa general que habla en el nombre de España. Ni en el de España ni en el mío. Solo por no aceptar semejante atrocidad hay que volver a salir civilizadamente de nuestras casas y proclamar no, no en nuestro nombre.

Que venga un Gobierno de peones que sólo lo quiere ser de una parte de los españoles es algo que debe preocuparnos lo justo. Quizá el gabinete de operarios que ayer conocimos no sepa que del único lugar al que no se vuelve es del ridículo. Sobre todo cuando ya se está en él. Y eso, como diría Martín Ferrand, tiene consecuencias.      

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