El independentismo catalán, noqueado tras la aplicación del 155 y la asunción por parte del Gobierno de la administración de la Generalidad, se ha reconstituido a una velocidad pasmosa. Al menos esa parte del iceberg que rebasa el nivel de las aguas. La otra es un misterio. Si es cierto que en Cataluña hay dos millones de independentistas dispuestos a todo con tal de alcanzar su soñada república tarde o temprano terminarán dejándose ver.
Tendrá que ser más temprano que tarde porque hay elecciones dentro de 47 días. Todo lo que tengan que decir han de hacerlo ahora, en estas seis semanas y sin la siempre socorrida ayuda del presupuesto. Porque si algo ha perdido la causa independentista de un mes a esta parte es la próvida teta de la administración que les chorrea encima desde hace años con largueza infinita.
Tan pronto como los generosos subsidios de la Generalidad han cambiado de amo el mensaje ha sido reformulado en su integridad
Habrá que ver ahora cuántos están dispuestos a movilizarse sin cobrar a fin de mes. Algunos medios como La Vanguardia o El Periódico nos dan la pista. Tan pronto como los generosos subsidios de la Generalidad han cambiado de amo el mensaje ha sido reformulado en su integridad. La portada de El Periódico de este martes era demoledora: "President, déjelo ya". Estos son los mismos que hace no tanto celebraban las Diadas con esteladas y fotos aéreas de la manifestación a todo color en la portada.
Al final todo se resume en sobrevivir. El 'procés' permitía hacerlo de muy buen grado. Lo poco que sabemos hasta ahora es escalofriante. Decenas de miles de personas enchufadas con nóminas abracadabrantes y muy por encima del salario medio. Así cualquiera es independentista y lo que tengan a bien ponerle a uno delante para firmar.
Durante años creíamos que sólo en Andalucía se había forjado un régimen clientelar con todas sus características genuinas. Pero no, en Sevilla son unos aficionados
Durante años creíamos que sólo en Andalucía se había forjado un régimen clientelar con todas sus características genuinas. Pero no, en Sevilla son unos aficionados, unos simples aprendices. En Cataluña, sin necesidad de PER ni nada parecido, habían levantado un régimen de intereses y obediencias ciegas al que, además, le habían insuflado un objetivo común: la independencia. Había un puerto de llegada que, una vez alcanzado, otorgaría a sus beneficiarios el perdón de todos los pecados y el disfrute sin tasa del botín.
Pero no hablaban de una independencia al uso, con sus sacrificios y costes pagaderos en efectivo y al momento, sino la del país de nunca jamás en la que todo lo bueno permanecía y se eliminaba lo malo. llegaron incluso a ponerlo por escrito en la famosa ley de transitoriedad, el mayor monumento jurídico al querer creer que jamás se haya levantado. Convencer a tantos de una idea tan estúpida implicaba emplear la mentira en grandes dosis.
Mintieron cuando aseguraron que media Europa iba a reconocer su república tan pronto como se proclamase y la otra media una semana después. El fracaso de Romeva es tan gigantesco que ni alguien con la cara de cemento armado como él mismo se ha atrevido a buscar chivos expiatorios.
A la desesperada Romeva buscó una reunión con el titular de Exteriores, el liberal Anders Samuelsen, pero éste se negó a recibir a Puigdemont
Pero no debería de sorprendernos, algo de eso ya nos maliciábamos los que leemos con atención los periódicos. La última de las "embajadas" de la Generalidad se abrió en Copenhague hace poco más de dos meses, tan sólo una semana después del atentado en Las Ramblas. Puigdemont en persona se desplazó hasta Dinamarca para la inauguración. Nadie del Gobierno danés se presentó en el evento, celebrado al aire libre con una carpa, butifarra, fuet y música folclórica. Tampoco aparecieron por ahí ni autoridades locales ni el cuerpo diplomático, que por lo general se aburre y está a este tipo de verbenas. A la desesperada Romeva buscó una reunión con el titular de Exteriores, el liberal Anders Samuelsen, pero éste se negó a recibir a Puigdemont. Nada tenía que ganar con esa foto y mucho, en cambio, que perder.
El vacío internacional no es posterior como quieren hacer ver ahora, fruto de las presiones de Moncloa, es anterior al referéndum. Pues bien, sobre esa mentira del apoyo exterior persuadieron a muchos para que se apuntasen a la aventura. A otros como Yoko Ono, Julian Assange o cierta prensa tuvieron que comprarlos con generosas dádivas que bien podrían ser consideradas malversación de fondos públicos. Porque, a fin de cuentas, no pagamos impuestos para que un tipo encerrado en una embajada desde hace años tuitee barbaridades desinformadas.
Otra gran mentira fue la económica. Aseguraban que la independencia traería prosperidad sin límite. El Estado se retiraría sin oponer resistencia y los negocios se adaptarían a la nueva situación e, incluso, la saludarían con optimismo. Como nada cambiaría todas las empresas se quedarían y vendrían algunas más atraídas por la nueva fiscalidad catalana, presumiblemente más suave que la española.
Tan pronto como se vio que la cosa iba en serio las empresas empezaron a irse. Hoy son ya casi dos mil
En su momento se advirtió que creer eso era vivir en Babia. Que el Estado no se iría por las buenas y que la nueva Cataluña independiente estaría gobernada por iluminados apoyados desde fuera por un grupo de bolivarianos confesos. El dinero es miedoso, tanto como quienes lo tienen. Tan pronto como se vio que la cosa iba en serio las empresas empezaron a irse. Hoy son ya casi dos mil, incluidas todas la cotizadas con excepción de Grifols, que a efectos prácticos tiene su sede en Dublín.
El destrozo económico ha sido inmenso. En otras partes de España se ha desatado un boicot contra los productos catalanes que, aunque absurdo y contraproducente, ha sido ampliamente seguido. La incertidumbre se ha apoderado de todo el tejido empresarial catalán por lo que toda inversión ha quedado paralizada en espera de que escampe.
La peor mentira de todas es que esto no tendría consecuencias penales para nadie. Que habría absoluta impunidad hiciesen lo que hiciesen
Pero la peor mentira de todas es que esto no tendría consecuencias penales para nadie. Que habría absoluta impunidad hiciesen lo que hiciesen. Lo mismo se podía brincar encima de un coche de la Guardia Civil que pisotear el reglamento de la cámara autonómica o desafiar al Tribunal Constitucional. Como era un asunto político todo estaba permitido y nadie se atrevería a encausarles. Creyeron, en definitiva, que España era la Cataluña procesista, en la que todo desafuero tenía cabida siempre y cuando se hiciese en nombre de la sagrada patria.
La sociedad catalana ha terminado por interiorizarlo. Veían a su élite gobernante pasando por encima de la ley desde hace muchos años. En su oasis Madrid no husmeaba porque les tenían miedo, no querían provocarles y eso les abría todas las puertas y no les cerraba ninguna, al contrario, eran los políticos de Madrid los que venían a buscarles para cuadrar sus mayorías en las Cortes.
Todos sabemos para lo que ha servido el apaciguamiento sistemático. Han seguido estirando la cuerda hasta que la han roto. Porque esta última apuesta era ya tan arriesgada que ponía al Estado ante la disyuntiva de actuar o disolverse. No había otra. ¿Qué impediría sino a cualquier otro Gobierno autonómico seguir los pasos de Puigdemont y declararse en rebeldía?
Todas las mentiras se han venido abajo estos días, incluyendo la que con más mimo cuidaban, la de transmitir que toda Cataluña era independentista o, en el peor de los casos, indiferente. Esta se derrumbó con estrépito el mes pasado con dos manifestaciones históricas. Nadie recordaba algo así. Pero lo más desconcertante de todo, al menos para ellos, no es ver la proliferación de banderas españolas por los balcones, sino la falta de respuesta popular ante su desgracia.
Los millones de antaño, el pueblo victorioso y consciente de su papel en la historia, se les ha quedado en casa
Ni la encarcelación de los Jordis, ni la aplicación del 155 consiguieron incendiar la calle más de lo que ya lo estaba en el momento álgido del procés. Algo similar ha sucedido con el ingreso en prisión de esa parte del "Govern" que no se ha dado a la fuga. Los millones de antaño, el pueblo victorioso y consciente de su papel en la historia, se les ha quedado en casa.
No se puede mentir tanto durante tanto tiempo y a tanta gente porque al final es inevitable que te cacen. Puedes, a lo sumo, elevar la puja tratando de intoxicar en el extranjero. Esto es lo que ha ensayado Puigdemont sin demasiado éxito en Bruselas buscando dar pena a los medios internacionales que, con razones más que fundadas, desconfían de todo este circo.
Toda la colosal mentira que ha cimentado el 'procés' desde su momento fundacional impactará contra las urnas del 21-D. La verdad está a la vista de todos por primera vez en muchos años, pero no nos hagamos demasiadas ilusiones, muchos prefieren una mentira complaciente antes que una verdad incómoda. Ese es el riesgo, pero no quedaba otro modo de salir de esta. Todo a una carta, sólo nos queda esperar que los catalanes sepan escoger la adecuada.