La Ley de violencia de género consagró el principio de desigualdad jurídica entre el hombre y la mujer en beneficio de un bien superior, cual es la prevención de esta clase de crimen. Quince años después de la entrada en vigor de dicha norma, el número de fallecidas a manos de parejas o exparejas no registra un cambio de tendencia. Así, ni siquiera puede esgrimirse, en defensa de la discriminación positiva, que el fin haya justificado los medios. Con todo, los efectos de criminalizar a los hombres y victimizar a las mujeres se están dejando notar en otros ámbitos.
Hoy, por ejemplo, la opinión pública (¡ya no digamos la publicada!) asiste sin la menor mueca de desagrado a las gárgaras de la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, desde la cuenta oficial de Twitter. “El mundo moderno”, dejó escrito el pasado día 3, “arranca con un defecto de una irracionalidad inaceptable. Las mujeres nos convertimos en hijas, madres, hermanas o esposas de los ciudadanos pero no somos ciudadanas. Es la primera tropelía que se comete”.
Los efectos de criminalizar a los hombres y victimizar a las mujeres se están dejando notar en otros ámbitos
Y aún deglute imperturbable engendros del sentido como el que ayer nos traía Milagros Pérez Oliva: "No es casualidad que tanto este caso como el de la violación en grupo de Pamplona [...] tengan como ingrediente central un comportamiento en el que los agresores se consideran con derecho de tomar el cuerpo de las víctimas como un mero objeto para sus desfogues" (No es casualidad que un grupo de violadores se comporten como tales. Eso dice, en efecto, la maestra de periodistas).
Sin embargo, el modo en que la “Ley Viogen” y el discurso que la ampara se cierne sobre lo real no se limita a estos modestos apocalipsis. El domingo, sin ir más lejos, El País hizo suyo un fantasmagórico informe policial para tratar de quitar hierro al hostigamiento sufrido por el séquito de Ciudadanos (a efectos editoriales, partido macho) durante la (larga) marcha del Orgullo. “No hay constancia de que hubiera agresiones físicas, sólo insultos y lanzamiento de agua”. Sólo. Imaginen ahora que, en un caso de acoso en la vía pública a una o varias mujeres, un diario se atreviera a decir que no fue para tanto. Que sobreactuaron. Que la policía les dijo que se fueran y no hicieron ningún caso. Y que dejen de joder. Porque de ese cubanísimo atropello estamos hablando.