Hemos pasado de ser el país que enseñó al mundo el valor del consenso, la conciliación y el pacto allá por los 70, a ser ejemplo de bloqueos cruzados. Hay quien dice que esto se debe al bajo nivel de la “clase política” en comparación con los “santificados” que hicieron la Transición. Unos lo achacan a la perversión de un sistema electoral y una partitocracia que no selecciona a los mejores, sino a los más fieles.
Otros, siguiendo al sociólogo Christopher Lasch, quien acuñó el concepto “rebelión de las élites”, hablan del secuestro de la voluntad democrática por parte del establishment. Así, dicen, una vez depositado el voto en la urna los políticos negocian el reparto del poder siguiendo claves distintas a las presentadas en campaña.
Es pronto para hacer un análisis de este tipo, más profundo, frente a la realidad radical, que diría Ortega, la circunstancia actual, marcada por un sistema de partidos que no acaba de asentarse, cuyos actores tienen estrategias efímeras y contradictorias, y unos líderes novatos.
Sánchez ha jugado con Iglesias, usándolo para dilatar el proceso y adoptar el papel centrista y presidencial que renta en las urnas
En el enfrentamiento entre el PSOE y Podemos ganará quien resista, lo que es más fácil desde el poder. Esto se ha traducido en un bloqueo a la presencia podemita en el Gobierno que los socialistas han utilizado para humillar a los de Iglesias y ganar tiempo. El PSOE precisa alargar la situación hasta que se cierren los acuerdos autonómicos pendientes; en especial, Navarra.
Sánchez ha jugado con Iglesias, usándolo para dilatar el proceso, y adoptar el papel centrista y presidencial que renta en las urnas. La maniobra será completa si consigue algún ministro “independiente”, identificado con lo que en su día fue Podemos, como Carmena o Bescansa.
El bloqueo a Unidas Podemos, a quien tampoco quiere el PNV en el Gobierno de España, sería igual con cualquier otro líder de esa formación. Así, aunque Iglesias prepare con mimo un Vistalegre III, parece que está echada la suerte de la agrupación que otrora pensaba tomar al asalto el Palacio de Invierno. Y eso sin contar con la competencia directa que les pueda hacer Iñigo Errejón cuando saque su proyecto a nivel nacional.
El otro bloqueo decisivo es el que se hacen Ciudadanos y Vox mutuamente. El del partido de Rivera se debe no solo que a la amenaza de sus socios europeos, sino a la necesidad que tienen de mantener una pose centrista y no salir de la corrección política. Además, saben que su desprecio a los voxistas alimenta el protagonismo de Vox, lo que sirve para mantener viva a la formación de Abascal y, por tanto, a quien resta al PP por su derecha. Es decir; que si los populares son débiles porque “su voto” se divide, Cs tendrá una nueva oportunidad para el sorpasso.
Rivera sabe que despreciando a Vox contribuye decisivamente a mantenerlo vivo, al tiempo que se da, o eso cree, una nueva oportunidad de ‘sorpassar’ al PP
La política de comunicación de Cs es buena, por lo que no solo venden bien su bloqueo a Vox, sino que escapan de la presión a los llamamientos al desbloqueo a Sánchez. Rivera resistió un mes el acoso, y ahora algunos quieren pasar al PP la responsabilidad de la abstención para que gobierne el PSOE.
Casado podría hacerlo, y justificarlo con un llamamiento al sentido de Estado, pero el acuerdo debería ser tan firme en materia económica y de unidad constitucional que vendría a ser un pacto de investidura. Esto sería hacer un favor a los partidos de la nueva política, a los tres, que se cargarían de razón en su discurso y actitud. Rivera se presentaría como el líder de la oposición, Iglesias como la auténtica izquierda, y Abascal como la reserva espiritual de la derecha.
Vox, a su vez, bloquea los gobiernos del PP y Ciudadanos porque, dicen, no se cuenta con ellos nada más que para sumar votos, a pesar de que las legislaturas son largas y negociables en cualquier diario de sesiones. La impresión que dan Iván Espinosa y Rocío Monasterio es que necesitan un poco más de atención política, junto a Abascal y Ortega-Smith, conscientes de cuál es la circunstancia y el papel de un grupo minoritario.
Entre bloqueo y bloqueo la vida sigue y los problemas crecen. Estamos a dos elecciones más para que volvamos a un bipartidismo más imperfecto que nunca. De esos en los que la fuerza mayoritaria suma en torno a los 150 y requiere el apoyo de otro grupo. Quizá, con un poco de suerte, ese apoyo no sea de un partido nacionalista, y, por ser optimista, volvamos a la “insatisfactoria” estabilidad de antaño.