La huida norteamericana de Afganistán –que comenzó el nacional populista de Donald Trump y ha escenificado de la manera más ridícula el que lleva camino de convertirse en el peor presidente de la historia de Estados Unidos, Joe Biden- es, en palabras de Francis Fukuyama “el fin de la era norteamericana”. Un proceso que comenzó el 11-S con el derribo de las torres gemelas y que, justo 20 años después, culmina con la derrota de Occidente retransmitida en directo por las televisiones y las redes sociales.
En un artículo para The Economist a raíz de las lamentables imágenes de la desbandada militar –mientras atrás se quedan más de 200.000 colaboradores de los occidentales y millones de mujeres y niñas abocadas a la anulación más inhumana- el historiador y teórico político de la Universidad de Stanford asegura que todo el espanto visto estos días en Kabul marcan “un importante punto de inflexión en la historia mundial, el momento en que Estados Unidos se alejó del mundo”. Pero en realidad, insiste Fukuyama, “el fin de la era norteamericana había llegado mucho antes”.
Para Fukuyama, “la fuente de la debilidad y la decadencia de Estados Unidos a largo plazo son más de orden interno que internacionales. El país seguirá siendo una gran potencia durante muchos años, pero su influencia futura dependerá menos de su política exterior que de su capacidad para solucionar sus problemas internos”.
¿El fin de la Historia... o de Occidente?
En el ensayo que le catapultó a la fama hace tres décadas, “¿El fin de la Historia?”, Fukuyama aseguraba que la victoria de la democracia liberal capitalista sobre el comunismo —y antes sobre el fascismo— era total y definitiva. Tanto, que podía significar el cese de los grandes cambios y enfrentamientos ideológicos. Pero también advertía que solo “el nacionalismo y los fundamentalismos religiosos” constituían un peligro.
Y ambos –el nacionalismo americano ("América primero") y europeo (desde el brexit a Hungría y Polonia pasando por todo el euroescepticismo) y el islamismo radical- se han dado cita en este 2021 para impulsar desde el desastre afgano a la nueva potencia que dominará el mundo: China, comunista en lo político y capitalista salvaje en lo económico.
Una hegemonía que refleja claramente el gráfico publicado también hace unos días por The Economist sobre los países que tenían como principal socio comercial a EEUU en 2000 y quiénes tenían al régimen de Pekín y cómo, en 2020, el mapa del mundo se ha teñido de rojo.
El ‘made in USA’ lleva en retirada desde hace años ante el poder del ‘made in China’, construido sobre un capitalismo salvaje sin sindicatos, sin leyes ecológicas, sin salarios mínimos ni derechos laborales... ¿Quién puede frenar así al ‘comucapitalismo’?
Mientras China sigue extiendo su dominio en lo económico, no duda en mover sus fichas políticas: a través de Rusia –en esta nueva era, Putin es un peón de Pekín- arma a los enemigos de occidente, reconoce a los Talibán en Afganistán y alimenta a sus tradicionales aliados, de Cuba a Corea del Norte pasando por África y Asia Central. Así lo ha denunciado recientemente la propia Revista de Defensa española. Pero, ¿estamos dispuestos a hacer algo para evitarlo?
Biden lo tiene muy claro y así lo ha dicho en sus comparecencias para justificar la patética retirada de Kabul: "Nuestra misión en Afganistán nunca debió haber sido la construcción de una nación. Nuestro único interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy lo que siempre ha sido: prevenir un ataque terrorista en la patria estadounidense. ¿Cuántas generaciones más de hijas e hijos de Estados Unidos me harían enviar para luchar en la guerra civil de Afganistán cuando las tropas afganas no lo harán? ¿Cuántas vidas más, vidas estadounidenses? ¿Cuántas filas interminables de lápidas en el Cementerio Nacional de Arlington?”.
En Washington, como desgraciadamente sucede en casi todo Occidente, se gobierna a golpe de encuestas. Según una de las últimas, de Ap, 6 de cada 10 norteamericanos creen que la guerra en Afganistán no vale la pena. ¿Imaginan que este hubiera sido el criterio hace 80 años? ¿Que Franklin D. Roosevelt se hubiera negado a enviar a la muerte a los 6.500 jóvenes norteamericanos que cayeron solo el 6-J en las playas de Normandía por asegurarse la reelección?
En plena retirada de Afganistán, el diputado británico que preside la Comisión de Defensa de la Cámara de los Comunes, Tobias Ellwood, se preguntaba en Sky News “¿Cómo pueden decir que Estados Unidos ha vuelto si nos derrota una insurgencia que apenas tiene lanzagranadas, minas terrestres y fusiles Kalashnikov?”.
En Twitter, Ignacio Gomá recordaba cómo la serie Homeland había predicho punto por punto el fracaso de la misión USA en Afganistán y cómo iba a acabar. ¿Cómo es posible que un Hollywood en franco declive pudiera anticiparlo y la supuesta Inteligencia más poderosa del planeta dijera hace quince días que los talibán tardarían al menos 7 semanas en entrar en Kabul dando tiempo a una evacuación ‘ordenada’?
“Afganistán es el mayor desastre de política exterior desde Suez”, se lamentaba el diputado tory Tom Tugendhat, recordando la crisis de 1956 que marcó el final definitivo del imperio británico. “Tenemos que repensar cómo tratamos a nuestros amigos, quiénes importan y cómo defendemos nuestros intereses”.
Es momento de volver a citar a Roosevelt: “Hay un misterioso ciclo en los acontecimientos humanos. A algunas generaciones se les da mucho. De otras generaciones se espera mucho. Esta generación de estadounidenses tiene una cita con el destino”, dijo hace 80 años. Hoy, Biden ha esquivado ese destino. Claro que tampoco tiene un Churchill a su lado ni un De Gaulle, y nos tenemos que conformar con Boris Johnson y Macron. Hay comparaciones que son muy odiosas.
Cuando a Sánchez le sobraba Defensa
Y en España, con un Pedro Sánchez que ahora recibe a los militares, les agradece su sacrificio y presume de "misión cumplida", pero que en 2014 sonreía y afirmaba, ante la pregunta en El Mundo de “¿Qué Ministerio sobra y qué presupuesto falta?”: “Falta más presupuesto contra la pobreza, la violencia de género… Y sobra el Ministerio de Defensa”… Como siempre, los militares -igual que en la pandemia- han estado a la altura.
Veinte años después del 11-S, Occidente –que no está dispuesto a poner más muertos por defender su modo de vida y que sufre la peor clase política de las últimas décadas- ha perdido la guerra. En 2011, los cuerpos caían de las plantas más altas del World Trade Center; este agosto, afganos desesperados caían de los trenes de aterrizaje de los aviones americanos que despegaban. No hay definición más gráfica de lo inútil de estos 20 años...
China, Rusia y el fundamentalismo religioso juegan con otras reglas y, ellos y sus dirigentes, están dispuestos a poner los cadáveres que hagan falta. Lo vamos a ver en los próximos meses, cuando Afganistán empiece a exportar terroristas que van a formarse sin vigilancia extranjera, como alertaba en Vozpópuli el coronel Pedro Baños.
Cuando en Occidente queramos actuar, será tarde. Roosevelt también lo advirtió: “Cuando ves una serpiente de cascabel a punto de morder, no esperes hasta que lo haga para aplastarla”.