Una exclusiva en toda regla publicada en este diario por Luca Costantini: “El as en la manga de Iglesias: renunciar al Consejo de Ministros para que Irene Montero tenga una cartera” rezaba la noticia de apertura de Vozpópuli del viernes 12. “Podemos cree que algo se ha movido en el PSOE y empieza a dibujarse un escenario inédito con la posibilidad de desbloquear la situación”, razonaba el subtítulo. Y… ¡bingo!, en torno a las 6 de la tarde saltó la nueva: Pablo Iglesias Turrión se hacía a un lado para no convertirse en ese “escollo” que Pedro Sánchez había identificado en los últimos días durante su periplo por radios y televisiones. “Mi presencia en el Consejo de Ministros no va a ser el problema, siempre y cuando el PSOE asuma que no puede haber más vetos y que la presencia de Podemos en el próximo gobierno tiene que ser proporcional a los votos, así como que la propuesta lógicamente la va a hacer Podemos”, remató Iglesias.
“Si Iglesias renuncia a estar en el Consejo de Ministros, pero exige como contrapartida la inclusión de varios ministros morados, puede poner a Sánchez entre la espada y la pared”, aseguraba Constantini. “Se trata de un as en la manga que el de Podemos debe jugar en los últimos compases de la negociación”. Y vaya si lo ha jugado. Lo ha hecho aumentando la apuesta al exigir un Gobierno “proporcional a los votos”. Ahora la pelota está en el tejado de un Sánchez para quien Iglesias era “el principal escollo” a la hora de formar ese Gobierno social-comunista inédito en la historia de España reciente y desde luego en la UE. Porque lo de Portugal es distinto: en Lisboa, Antonio Costa (PSP) lidera un Gobierno monocolor con apoyo parlamentario de los comunistas del PCP y del Bloco de Esquerda, el equivalente a Podemos, partidos con los que se ve obligado a negociar por separado cuando de pasar una ley por el Parlamento se trata.
Esta es una experiencia desconocida en España desde los Gobiernos del Frente Popular en los años treinta del siglo pasado, con pésimo recuerdo en el imaginario colectivo. Una sensación de incredulidad y pánico a partes iguales se extendió por el Madrid empresarial nada más conocerse la noticia: de incredulidad, porque nadie termina de creerse que el PSOE que conocimos en la Transición, el de Felipe González, Guerra y compañía, vaya a meterse de nuevo en la cama con un partido cuyo modelo de sociedad y de Estado es el que encarna la República Bolivariana de Venezuela, un país muy rico convertido en una escombrera de la que huye gran parte de su población, excepto aquellos grupos afectos a Maduro que medran a la sombra del régimen. “No puede ser”, era la frase más repetida el viernes, “Sánchez no puede sentar a Evita Montero en la mesa del Consejo de Ministros porque sería lo mismo que sentar a Iglesias, ¿dónde está la diferencia?".
Y pánico porque la sola idea de imaginar un Gobierno de coalición entre el PSOE de Sánchez y el populismo de extrema izquierda de Podemos produce escalofríos desde el punto de vista económico. Hasta ahora, la negociación, si cabe llamarlo así, entre ambas formaciones se ha limitado a una discusión de sillones, de reparto de poder, pero tras lo del viernes ambos líderes vendrán obligados de inmediato a perfilar un programa de Gobierno resultado de fundir, en las proporciones adecuadas, los programas electorales de ambas formaciones. Y ahí es donde la aprensión se hace presente hasta convertirse en puro miedo. Esta es una economía muy intervenida, que soporta una carga fiscal muy elevada, lo cual desincentiva la creación de riqueza y empleo, y penaliza el talento y el esfuerzo, ello por culpa de un Estado del Bienestar en déficit perpetuo, que anualmente necesita endeudarse en torno a los 40.000 millones año (exactamente 38.549 millones en 2018) para seguir funcionando, por lo que introducir en el Gobierno a un partido que no cree en la economía de libre mercado y sí en el gasto público como bálsamo de Fierabrás para resolver cualquier problema es un locura que difícilmente entenderán los mercados financieros.
¿Motivos para la alarma?
Habrá que ver qué pasa con la inversión extranjera en los próximos días. Ahora mismo pululan por Madrid fondos de inversión de medio mundo, atentos a proyectos de tanto calado como el de Madrid Norte, un desarrollo llamado a cambiar la fisonomía de la capital de España. Hay quien piensa que no hay motivos serios para la alarma, porque lo más probable es que Pedro vuelva a hacer lo que mejor sabe: incumplir sus compromisos, como tantas veces ha hecho, de modo que se inventará alguna estratagema para dar esquinazo a los Ceaucescu de Podemos, burlar a nuestro particular matrimonio Kirchner. En ello anda este fin de semana el inefable Iván Redondo. “Difícilmente aceptará Sánchez ministros de Podemos en su Gobierno porque esa presencia le impediría hacer de su capa un sayo, y porque Pedro se mueve entre dos sentimientos tan potentes como contrapuestos: su afán de poder y su odio a los comunistas”, señala una fuente que dice conocerle a fondo. Hay, en fin, quien piensa que en el peor de los casos ese experimento podría saltar por los aires en apenas unos meses, desde luego antes de un año, ello a cuenta del permanente bombardeo al que le someterían socios tan poco recomendables como populistas de izquierda e independentistas.
En el entorno de Ferraz, sin embargo, no faltan quienes consideran que el presidente en funciones tiene ahora escaso margen de maniobra: “Nos hemos pasado de listos con Iglesias”. Tras meses de marear la perdiz, Sánchez ha vuelto a su ser. Ha vuelto el Pedro de la moción de censura, el Pedro esclavo del diseño de una operación que le llevó a sacar al PSOE del bloque constitucional para fundirlo en el variopinto magma de comunistas, separatistas, bilduetarras y nacionalistas varios. Sánchez sigue prisionero de la endemoniada arquitectura de aquella moción, incapaz de escapar del abrazo del oso de quienes lo llevaron en volandas a Moncloa, los mismos lobos con los que tendrá que bailar para ser investido de nuevo: quienes le hicieron presidente en junio de 2018 volverán a entronizarle ahora, aunque no al mismo precio.
“Lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro…” que reza la copla. Puro teatro -televisado en directo por todas las cadenas del país, porque las controla todas- ha sido el cerco al que la acorazada mediática ha sometido a Ciudadanos para que se abstuviera en la investidura a cambio de nada, sin contrapartida de ninguna clase, sin asumir el menor compromiso a cambio. Puro teatro, porque de nada serviría ser investido en julio sin los apoyos necesarios para en septiembre poder sacar adelante los PGE de 2020. Muchos son los que creen que en su cabeza nunca hubo otra opción que no fuera un Gobierno de izquierdas, y que todo lo demás ha sido una gigantesca operación de agit-prop destinada a erosionar las bases electorales de Cs y del PP para el caso de que, al final, no quede más remedio que ir a nuevas generales en noviembre. Parece, por eso, que el problema no era Albert Rivera, contra quien se han disparado tantos misiles, ni Pablo Casado, y si me apuran ni siquiera un Iglesias que nunca ha engañado a nadie sobre sus intenciones. El problema del PSOE, y de España por extensión, se llama Pedro Sánchez.
Los enemigos de la España liberal
Continuamos nadando en la corriente de la moción de censura, esa operación con la que nuestro pequeño Ulises se ató al mástil del barco en el que navegan los enemigos de la España liberal, sin que canto de sirena constitucional alguno le haga cambiar de opinión. Seguimos anclados en la moción, en efecto, y no se adivina salida a semejante ratonera para este PSOE que “el gran impostor” (ver la magnífica columna de Gregorio Morán en este diario) controla con mano de hierro. Ni siquiera quienes hemos criticado con dureza la conducta de Mariano Rajoy en la memorable jornada del 31 de mayo de 2018 hemos llegado a acotar la auténtica dimensión de aquella traición, la histórica trascendencia de una dejación de responsabilidad que se resume en la entrega del Gobierno de España a Sánchez y a los enemigos de la Constitución. Todo lo ocurrido desde entonces es una humillación añadida a aquel episodio, el más vergonzante de nuestra historia reciente. Como el propio Sánchez, seguimos prisioneros de la borrachera del restaurante Arahy, aferrados al bolso negro que la señorina colocó en el escaño vacío donde solía sentarse el cuerpo yermo del gallego indolente. Todo lo que ocurre desde entonces es un permanente deterioro de las constantes vitales de nuestra democracia, zarandeada por el oportunismo de unos, la falta de madurez de otros, y la maldad intrínseca en quienes solo buscan enterrarla para acabar con la libertad y la igualdad entre españoles. Nos esperan tiempos duros.