Opinión

La pregunta que Pablo Casado debería responder

Era el 29 de febrero de 1988, año bisiesto y por tanto maldito. Como el 2020 de nuestros terrores. José María Aznar, 35 años, no llevaba siquiera un año como

  • El presidente del Partido Popular, Pablo Casado. -

Era el 29 de febrero de 1988, año bisiesto y por tanto maldito. Como el 2020 de nuestros terrores. José María Aznar, 35 años, no llevaba siquiera un año como presidente de Castilla y León, por cuyas tierras quiere que se esparzan sus cenizas, tal y como confesó extrañamente en lo de Évole. Actuaba esa noche en el Club Siglo XXI, el foro político madrileño más solicitado. Era la presentación en sociedad de 'ese muchacho de Valladolid' que acababa de convertirse en jefe de Gobierno de la región más grande de España. Más de 800 personas respondieron a la cita. Ante semejante riada humana, hubo que habilitar todos los salones del hotel, meter sillas a espuertas y calmar a la gente que, inevitablemente, se quedó fuera.

Eran tiempos de AP. El PP demoraría unos meses en nacer. En aquella congestionada velada, mero trámite político-social para conocer a 'charlotín', como algunos le bautizaron, apenas se esperaba más sorpresa que confirmar si el joven dirigente carecía de carisma, tal y como se pregonaba desde las mismas filas de su partido, presidido a la sazón por el inquieto y voluntarioso Antonio Hernández Mancha.

Esto es una 'bomba'

Y allí estaba Mancha, precisamente, en la primera fila, con sonrisa de compromiso y dispuesto a aplaudir lo que hiciera falta. Más le valdría no haber ido. Con mirada de hielo y tono de ingenua inocencia, Aznar soltó, apenas empezada su charla, lo que Miguel Ángel Rodríguez, su asesor de prensa, calificó de 'una bomba'. Dijo Aznar: “¿Estamos hoy mejor, peor o igual que cuando Hernández Mancha llegó a la presidencia de Alianza Popular?

Punto final. Mancha duró unos mesecitos, Fraga disolvió AP, fundó el PP, colocó a Aznar al frente ('ni tutelas ni tu tías') y comenzó la larga travesía de la nueva derecha española rumbo al Gobierno. Siete años y tres elecciones le costó a Aznar sentarse en La Moncloa, hace hoy exactamente un cuarto de siglo. Razón por la cual el expresidente del PP, ocurrente y ladino, brujulea estos días por los medios, sin apenas algo que contar y con escasas novedades que aportar. Desveló, eso sí, que desde hace 17 años no hay día en el que no le pregunten si piensa volver. Sentenció también que cuando entonces, cuando los primeros balbuceos del partido, “teníamos un claro proyecto de España”. Cuestión ésta que ahora se lanza como unánime reproche a Pablo Casado, heredero y casi superviviente de aquellos años de triunfos y gloria, mayorías absolutas y un centroderecha unido y casi incombustible.

El líder del PP no tendrá otra oportunidad ni más balas en la recámara. Se puede perder dos veces, pero hay que ganar a la tercera. Y ya le toca

Después del severo tropiezo en las elecciones catalanas, retornan las convulsiones en las entrañas del PP, los tironeos, las conjuras y conspiraciones. Un partido sin un minuto de sosiego ni un instante de respiro. Algunos barones relinchan en privado; otros, sencillamente, afilan la daga, sin osar clavarla más que en alguno de sus sueños húmedos. Dos años de bula y tregua tiene Casado antes de las próximas generales. Siguiendo la norma establecida por Aznar, ratificada luego por el propio Rajoy, la próxima cita electoral será la definitiva. No tendrá otra oportunidad ni más balas en la recámara. Se puede perder dos veces pero hay que ganar a la tercera. Y ya le toca.

Su estrategia discurre por un sendero sinuoso, entre el desconcierto y la nebulosa. Tal es al menos la imagen que proyecta. Acaba de cerrar un acuerdo insensato con el PSOE para repartirse los asientos de una RTVE que, como nunca se parecerá a la BBC, muchos apuestan por cerrarla. Zigzaguea titubeante por las peligrosas aguas de la renovación del Poder Judicial, erizadas de trampas y cocodrilos. Y, al tiempo, ha de mantenerse alejado de los zarpazos de alguno de sus barones, muy molestos porque han detectado que alguien de la cúpula se los quiere apiolar. Ahí llega Teo con la guadaña.

Posibilidades para la derecha

Entre la venta del edificio Génova y la llegada al palacio de La Moncloa hay un trecho que muchos en el partido consideran insalvable. Una travesía quizás imposible con una sola alternativa: la extinción definitiva y total de Ciudadanos. El analista Lorente Ferrer apunta que, de ocurrir tal prodigio, de reducirse de tres a dos las candidaturas del centroderecha, podrían lograr el número de escaños que cosechó Rajoy en su mayoría absoluta de 2011. La cuentas demoscópicas son claras. Entre abril de 2019 y febrero de este año, el PP ha ganado 1,1 millones de votos y Vox un total de 1,5 millones. Si Cs echa el cierre, se supone que su millón largo de papeletas optaría por el centrodereha o la abstención. Más a Vox que al PP, si se extrapola el resultado de Cataluña, algo que los analistas no aconsejan por ser realidades muy distintas.

No entra en los planes de Inés Arrimadas servirle de merienda al PP. Sí entra en los planes de Albert Rivera, ahora fino conseguidor, convertirse en vicepresidente de Casado.

Por tanto, Casado ha de apostar todas sus bazas a la evaporación de Ciudadanos o a merendárselo. En ello está, no sin enormes dificultades. No entra en los planes de Inés Arrimadas servirle de merienda al PP. Sí entra en los planes de Albert Rivera, ahora sutil mediador y conseguidor, convertirse en futuro vicepresidente de un Gobierno de Casado. Antes de eso, el líder del PP tendrá que amarrar bien su silla. Una fórmula eficaz sería, en la convención que ya anuncia para otoño, lanzar sobre su auditorio la frase mágica: “¿Está el PP mejor, igual o peor que cuando se fue Rajoy?”. Quizás escuche un apabullante clamor. Y asunto liquidado.

Más importante es que tenga respuesta a la otra pregunta de Aznar, la que el expresidente deposita estos días por los medios con amable perfidia: ¿tiene el PP un proyecto para España? Y aún más: ¿tiene Casado un proyecto de partido? Cuestión clave ante la que el líder de los 'populares', algo desarmado, despliega con una extraña teoría sobre 'escalones' y más 'escalones'. Casado, ahora investido formalmente jefe de la oposición por Sánchez bonaparte, vive momentos de enorme hartazgo. Todo el mundo le larga consejos y le endilga reproches, como si fuera el seleccionador nacional. Pues ahí va uno más. Es de Juvenal. “Sólo tú sabes si eres cobarde y cruel, leal y fiel; los demás no te conocen, tan sólo te adivinan mediante inciertas conjeturas. Así pues, no te atengas a su sentencia, atente sólo a la tuya”. En cualquier caso, lo tiene mejor que el prematuro Hernández Mancha, porque nadie de sus filas, y nadie es nadie, aspira ahora mismo a defenestrarlo.

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