Opinión

Quemar contenedores

Me parece natural que haya quien tema que la idea de la ciudad de 15 minutos sea un paso más en la dirección de tener controlada a la gente, en nombre de una buena causa (el ecologismo)

  • Greta Thunberg en Lisboa

En ciertas ocasiones resulta necesario plantear algunos debates cuando las posturas más incendiarias ya se expresaron con radicalidad y contundencia y, pasada la tormenta, nadie se acuerda del asunto. Especialmente si éste es importante a medio y largo plazo y, por tanto, nos olvidamos rápidamente de él porque ocupa nuestra atención la siguiente polémica. Lo urgente nunca deja tiempo para lo importante.

El tema en cuestión que me preocupa ahora es el de las ciudades de quince minutos. El debate lo coparon los más beligerantes y, por tanto, con menor capacidad para el matiz y la perspectiva. Con facilidad confundimos al mensajero con la causa: ignoramos esta última y tomamos postura en función de quién defienda la idea. En el caso de la ciudad ecológica se entienden las suspicacias: los abanderados notorios del ecologismo y del bienestar ciudadano resultan tan radicales y absurdos que invitan a la sospecha. Si esta proviene, además, de Greta Thunberg dan ganas de quemar un contenedor de residuos orgánicos (a mí al menos me ha pasado, especialmente desde que en mi municipio no podemos abrir dichos contenedores sin una tarjeta asociada a nuestro domicilio y que, imagino, debe de llevar la cuenta de cuántas veces usamos los contenedores).

Intuyen, con cierta razón, que al final podríamos acabar encerrados cada uno en su propio distrito, barrio, municipio o pueblo. ¿Suena delirante? A mí no

En el otro lado del ring de la polémica de los quince minutos están los llamados conspiranóicos, a los que se suele observar con más sorna que suspicacia. Esta parte de la ciudadanía cree que el concepto de ciudad de quince minutos es sólo un pasito de tantos para ir controlando cada vez más a la población. Intuyen, con cierta razón, que al final podríamos acabar encerrados cada uno en su propio distrito, barrio, municipio o pueblo. ¿Suena delirante? A mí no. ¿Significa esto que el concepto de ciudad de quince minutos es malo per se? Tampoco.

Tengo la suerte de habitar en una mini ecociudad de 16.000 habitantes que se diseñó “sobre plano”, bajo las premisas de un proyecto urbanístico pensado en 1998. Encaja dentro del concepto de “ciudad de quince minutos” porque, en efecto, puedes llegar a pie a todas partes a ese ritmo. En todo caso, quienes no quieran o no puedan caminar tienen a su disposición un autobús urbano que circula cada diez minutos por la avenida principal. Casi todas las calles son peatonales, pero se puede acceder a los garajes en coche. Los espacios entre edificios son amplios, no pueden superar un mínimo de distancia entre ellos. Las alturas están también reguladas, entre cuatro y cinco plantas. Hay mucho espacio verde y parques infantiles, los niños pueden deambular tranquilamente por las calles porque los padres sabemos que apenas hay cruces en los que puedan despistarse y ser atropellados. Debido a las calles anchas y peatonales, muchos críos van en bici, monopatín, patinete o patines. De hecho, los colegios públicos tienen aparcamiento especial para ellos: resulta muy tierno ver el colegio de primaria con filas de mini bicis y diminutos patinetes aparcados.

Aquí la gente vive en un entorno muy agradable en todos los sentidos, uno de ellos el estético. Nadie ha destrozado nada (ni siquiera yo, aún habiendo querido quemar el contenedor de basura orgánica)

A veces, cuando nos detenemos en un cruce entre calles, pregunto a mis hijos: ¿Qué veis al fondo? “Montes”, responden”. ¿Y a vuestra derecha? ¿A vuestra izquierda? ¿Por detrás? “Montes”. La ciudad tiene rutas para recorrerla, caminos que se prolongan más allá de ella para seguir en plena naturaleza. Mucha gente sale a correr, en bici o a caminar (esto último lo disfrutan como enanos las personas mayores). Hay instalaciones públicas de gran calidad. El 90% de las viviendas son VPO, por lo que convivimos aquí gente de todo tipo: clase media (cada vez estamos más empobrecidos…), borrokillas e inmigrantes del norte de África, Hispanoamérica y Europa del Este. De momento convivimos en paz, en los grupos de niños se mezcla gente de todo tipo. Esto se explica en parte por la “teoría de las ventanas rotas”, que afirma que cuando algo en la vía pública exhibe alguna prueba de deterioro comienza una espiral de progresivos destrozos. Aquí la gente vive en un entorno muy agradable en todos los sentidos, uno de ellos el estético. Nadie ha destrozado nada (ni siquiera yo, aún habiendo querido quemar el contenedor de basura orgánica), por lo que es improbable que alguien dé el primer paso. Así como el dinero llama a dinero, el buen rollo llama al buen rollo.

En conclusión, las ciudades ecológicas me parecen una maravilla que no tienen por qué estar reservadas a barrios exclusivos y de gente rica. Evidentemente soy consciente de que eso no puede implementarse en ciudades que ya existen y no han sido diseñadas sobre plano, pero pueden servir como modelo para realizar mejoras o para futuros planes de urbanismo. Lo que no me gusta, y es el quid de esta columna de opinión, es el tema de que el Ayuntamiento sepa con qué frecuencia utilizo los contenedores de mi calle. Y aquí enlazamos con los supuestos paranoicos.

La policía de los balcones. Gente gritando a niños autistas por estar en la calle. La política de acoso y derribo al no vacunado, el gran chivo expiatorio

Han transcurrido sólo tres años desde la pandemia y nadie ha querido hacer un repaso de ciertos aspectos muy tenebrosos de ella. El que más me preocupa es lo rápido que sacamos al pequeño dictador que llevamos dentro cuando nos entra el pánico. La policía de los balcones. Gente gritando a niños autistas por estar en la calle. La política de acoso y derribo al no vacunado, el gran chivo expiatorio. Se podría entender si los no vacunados hubieran supuesto un peligro real, pero se dio justo la situación inversa: se le transmitió a la población la idea equivocada de que los vacunados no contagiaban, y aquello fue jauja, ¡licencia para contagiar! Las vacunas simplemente reducían los daños al enfermo, nada más.

Hubo mucha gente que no se vacunó por tener patologías previas y no ser grupo de riesgo: al ser una vacuna de la que no se podían conocer los efectos secundarios es natural y comprensible que evaluaran riesgo/beneficio, especialmente los que padecían del corazón o de alergias graves. A esas personas mucha gente les ha deseado la muerte (he sido testigo de esto). Se nos confinó a todos en nuestras casas, más tarde en ciudades y en provincias. Al margen de si la decisión fue o no acertada, lo que sí vieron los gobernantes es que, bajo la premisa del miedo, pudieron invalidar casi todos los derechos constitucionales de las personas, y la gente aplaudiendo. Me parece natural que haya quien tema que la idea de la ciudad de 15 minutos sea un paso más en la dirección de tener controlada a la gente, en nombre de una buena causa (el ecologismo). La existencia de la tarjeta con mis datos personales que necesito para usar los contenedores de basura apunta claramente en esta dirección.

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