“El presidente no entiende lo básico. Cree que sus aranceles los paga China. Cualquier estudiante de economía de primer año podría decirte que es el pueblo estadounidense el que está pagando esos aranceles”. ¿Adivinan de quién es esta frase? De Joe Biden. Sí, el mismo que acaba de subir los aranceles a los automóviles eléctricos hasta el 100% (desde el 25%), así como para semiconductores, baterías eléctricas, células fotovoltaicas para paneles solares, material médico, acero, aluminio y algunos minerales. Pero claro, eso lo dijo cuando era el candidato. Ahora, de presidente, no sabemos si ya “no entiende lo básico”, o simplemente es que ha sucumbido al electoralismo.
Vayamos por partes. El argumento de Biden es que China subvenciona a su industria, y las subvenciones suponen una distorsión del terreno de juego. Eso es verdad. Claro que la Inflation Reduction Act (IRA) que aprobó también concede subvenciones a la fabricación de coches eléctricos, luego China no hace nada que no estén haciendo los Estados Unidos.
En el caso de que la OMC considere que hay una subvención prohibida, suficiente, y que causa daño, autoriza al país demandante a imponer aranceles como medida compensatoria por un período máximo de 5 años
Alguno argumentará que uno debe poder defenderse ante el comercio desleal. Sin duda, pero no de cualquier forma. La Organización Mundial del Comercio (OMC) acepta que un país pueda imponer aranceles como medida compensatoria frente a países que subvencionen sus exportaciones, pero conforme a un procedimiento muy estricto. El Código Antisubvención de la OMC empieza por definir qué son subvenciones (contribuciones financieras de un gobierno u organismo público o cualquier sostenimiento de los ingresos o de los precios), y luego las clasifica en tres categorías: aceptables (“caja verde”, las destinadas a actividades de investigación y desarrollo, para regiones desfavorecidas o para promover la adaptación de instalaciones a nuevas normas medioambientales); dudosas o recurribles (“caja ámbar”, las que tienen efectos negativos en los intereses comerciales de otros países); y prohibidas (“caja roja”, las subvenciones a la exportación o a la utilización de productos nacionales). Después, establece la obligación del país demandante de demostrar que las subvenciones no solo existen, sino que son considerables (“suficientes”: que suponen al menos un 1% del “valor normal” de la mercancía) y causan un “daño efectivo” a su industria nacional (lo que se considera probado si la subvención es superior al 5% del valor normal, o habrá que probar si está entre un 1% y un 5%). En el caso de que la OMC considere que hay una subvención prohibida, suficiente, y que causa daño, autoriza al país demandante a imponer aranceles como medida compensatoria por un período máximo de 5 años.
El motivo de este procedimiento es evitar el abuso por parte de los países: si no hubiera que demostrar que hay subvenciones, o que causan daño, cualquier país podría acusar a otro de subvencionar sus exportaciones, o simplemente utilizar la amenaza de aranceles como herramienta de negociación. Pero se ve que son malos tiempos para el derecho internacional.
En cualquier caso, al imponer esos aranceles contra China, Joe Biden ha cometido tres errores.
En primer lugar, hundir aún más la imagen de la OMC. Ya en otro artículo comentamos que la Comisión Europea está investigando posibles subvenciones de China en coche eléctricos y en paneles solares, y lo está haciendo porque la investigación forma parte del expediente a presentar ante la OMC. Al imponer los aranceles directamente, sin procedimiento previo, Estados Unidos viene a decir que a ellos las reglas no se les aplican, y mete otro clavo en el ataúd de la gobernanza de la globalización comercial, que se añade a la persistencia en su negativa a nombrar jueces del Mecanismo de Apelación de la OMC (una mala idea de Trump que Biden ha mantenido).
En segundo lugar, incentivar al resto del mundo a imponer aranceles ilegales como arma preventiva. Una investigación antisubvención en Estados Unidos jamás habría dado lugar a la demostración del daño de las importaciones a la industria nacional, porque Estados Unidos apenas importa vehículos eléctricos chinos (salvo los que se le cuelan indirectamente vía México, pero de eso hablaremos otro día). Biden está simplemente asegurándose de que los vehículos chinos no empiecen a entrar.
No se puede tener todo: o coches eléctricos baratos que contribuyan a reducir las emisiones, o proteger al sector automovilístico tradicional. Veremos muchas disyuntivas de este tipo en los próximos años
En tercer lugar, lanzar el mensaje de que la “emergencia climática” puede esperar cuando hay que proteger a la industria nacional. Espera, calentamiento global, que hay elecciones y voy a perder muchos votos en el cinturón industrial. “Cualquier estudiante de economía de primer año” sabe que un arancel sobre los vehículos eléctricos no solo desincentiva su compra, sino que incentiva la producción y demanda de vehículos sustitutivos, es decir, los no eléctricos (porque los aranceles “los pagan los estadounidenses” y no todo el mundo puede permitirse un Tesla). De este modo, el proceso de electrificación del parque automovilístico estadounidense se ralentizará, y la transición verde se alargará unos años. No se puede tener todo: o coches eléctricos baratos que contribuyan a reducir las emisiones, o proteger al sector automovilístico tradicional. Veremos muchas disyuntivas de este tipo en los próximos años.
Así pues, quienes van a terminar pagando los aranceles de Biden, aparte de los estadounidenses, son la gobernanza comercial y la lucha contra el calentamiento global.
¿Y si, a pesar de estas medidas electoralistas, gana Trump? No hay que hacerse ilusiones: en cuanto ha sabido la medida, se ha apresurado a doblar la apuesta y prometer aranceles del 200% para los automóviles, más un arancel general del 60% para el resto de productos chinos y, ya puestos, un 10% para las importaciones del resto del mundo.
Son malos tiempos para la defensa del comercio como instrumento de desarrollo. Pero mucho cuidado: las guerras arancelarias jamás terminan bien, como muy bien sabía Biden… antes de ser presidente.
ma
La lucha contra el calentamiento global... ¡qué manojo de chiflados!
vallecas
Es sorprendente que no mencione que los aranceles también se utilizan (a veces solo) para desincentivar la compra, de este modo "nadie paga los aranceles". Alucino con ustedes ¿Defensa del comercio como instrumento de desarrollo con China? D. Enrique con China?? Sabemos que Occidente no es un lugar perfecto, pero veo a diario que lo intentamos. China es un país siniestro. Una dictadura brutal con sus ciudadanos y sus empresas ¿Recuerda lo que hacen con los directivos "criticos" Jack Ma, Bao Fa? . Un lugar sin derechos civiles. No se sabe si mueren por Pena De Muerte 2 mill o 20 mil. El Capitalismo mas violento es el que practican en China. Amenazas militares a Taiwan, etc, etc, etc,. ¿¿Es a estos a los que usted defiende Sr.Feás??
RafaR
Pues mire, ahora que lo pienso, si esto de los aranceles sirve para acabar con esa estupidez de la "lucha contra el cambio climático"... ¡Vivan los aranceles!