Opinión

El sanchismo no es la socialdemocracia alemana

Avergüenza un tanto leer a los políticos sanchistas, encabezados por su líder, alegrarse de la victoria de Olaf Scholz como si el de unos y otros fuera el mismo socialismo.

  • El socialdemócrata Olaf Scholz. -

Avergüenza un tanto leer a los políticos sanchistas, encabezados por su líder, alegrarse de la victoria de Olaf Scholz como si el de unos y otros fuera el mismo socialismo. La victoria del SPD es la oportunidad, ha dicho Sánchez, de estar “unidos en color y orientación”. Nada de eso. Uno es el contrapunto del otro.

Olaf Scholz no ha demonizado a su adversario, sino que ha participado con la CDU de Angela Merkel durante más de tres años en el gobierno de su país como vicecanciller y ministro de Finanzas. Esto suponía la colaboración estrecha con la derecha, sin complejos ni prejuicios, incluso sin temor al contratiempo electoral. Scholz venció a las voces de Norbert Walter-Borjans y Saskia Esken, que ganaron las elecciones internas del SPD en 2019 pidiendo que se rompiera la “Gran Coalición” y que pactaran con la izquierda.

Sánchez se dedica a hacer oposición a la oposición, despreciando la colaboración o el diálogo con el adversario. El sanchismo y sus medios demonizan al PP, partido de gobierno desde su fundación, constitucionalista demostrado y leal a las instituciones. En su lugar prefiere el pacto con quienes quieren romper el orden constitucional, dan golpes de Estado, o elogian el terrorismo y las dictaduras comunistas. Sánchez, al contrario que Scholz, ha silenciado a los socialistas que han pedido separarse de los extremistas.

Es la moral kantiana que reina en la política alemana, en general, consistente en que algo es bueno si responde a la ética

El socialdemócrata alemán tiene una trayectoria política que demuestra que para él el interés nacional está por encima del interés personal o partidista. Esto hace que el voto al SPD sea menos ideológico y más racional, menos emotivo y más patriótico. Es la moral kantiana que reina en la política alemana, en general, consistente en que algo es bueno si responde a la ética. Es aquello que decía Bentham: la clave de la armonía está en la búsqueda de la mayor felicidad posible del mayor número de personas, sin perjuicio de nadie.

El socialista español ha demostrado que su interés personal está por encima del interés nacional, incluso del de su propio partido. Para Sánchez las instituciones y sus normas -pensemos en el CGPJ o en el Corona- deben estar a su servicio, y todo lo que no sea así es “antidemocrático”.

Los indultos a los golpistas

El jefe del Gobierno cree que su beneficio personal supondrá el bien del país, de ahí que su etapa en el poder se salde con el mayor número de conflictos políticos graves de la democracia española. Jamás un Ejecutivo insultó tan gravemente al rey ni al poder judicial, o despreció así al Parlamento. La sentencia del Tribunal Constitucional desmontando el estado de alarma para no ser controlado en las Cortes, o los indultos a los golpistas pisoteando al Tribunal Supremo son unas muestras.

Scholz es un tipo sencillo que va de moderado. No pretende ser una estrella, sino un servidor público. Esto ha conseguido que su campaña dirigida a los que merecen “respeto”, a los trabajadores comunes que lo pasan mal o ven su futuro con incertidumbre, haya sido tan eficaz. Ha sido fácil que el elector común de clase media y desfavorecida se identifique con Scholz. La generación de empatía entre el candidato y el electorado no se consigue con homilías televisivas, sino comportándose como un tipo corriente.

Ese personaje, tan separado de la vida corriente, no puede hacer un discurso a los trabajadores o a la clase media sin que suene impostado

Pedro Sánchez quiere ser JFK, Obama y Mick Jagger en uno solo, dando una imagen de frivolidad y distancia con la gente común muy negativa para sus aspiraciones. Ese personaje, tan separado de la vida corriente, no puede hacer un discurso a los trabajadores o a la clase media sin que suene impostado. Es legítimo que Sánchez tenga un alto concepto de sí mismo, pero la soberbia y el endiosamiento no rinden en las urnas porque generan rechazo.

La credibilidad es la clave de todo político. Scholz es creíble cuando dice que va a controlar los precios, crear empleo o cuidar a los que pasen dificultades. ¿Por qué? Porque ya lo ha hecho cuando estuvo en el gobierno de Merkel. No ha mentido y, por tanto, no le han podido sacar contradicciones en sus declaraciones, como a Sánchez.

Hablar del ecologismo

Scholz representa el liberalismo social de Hobhouse o John Stuart Mill, incluso de John Rawls; vamos, una socialdemocracia sin estridencias. Es un proyecto de búsqueda del bien común basado en el Estado social, en la tradición alemana iniciada por Lorenz Von Stein, que habla de democracia liberal combinada con política social como pilares del proyecto nacional. A partir de ahí, Scholz puede hablar del ecologismo sin presentarlo como un arma de destrucción del adversario ni creerse el protagonista de la “Alemania 2050”.

Es un zapaterismo más agresivo, sin más tradición que la búsqueda del poder por el poder mismo. Y en ese ansia es capaz de pactar lo que sea con cualquiera que no sea la derecha española

Sánchez, en cambio, no tiene política de Estado ni un pensamiento nacional. Es un zapaterismo más agresivo, sin más tradición que la búsqueda del poder por el poder mismo. Y en ese ansia es capaz de pactar lo que sea con cualquiera que no sea la derecha española. A partir de ahí su política es crear fronteras y conflictos, diferencias y enemistades con la oposición. Por eso para el sanchismo el feminismo es su patrimonio, o el ecologismo se presenta como una manera de avanzar hacia el paraíso sanchista.

Los militantes socialdemócratas alemanes, siguiendo el estilo de sus líderes, no se han acercado a la sede del SPD a gritar que no se pacta con el Partido Liberal. Solo han ido a felicitarse. En España vimos a unos encolerizados socialistas que a la puerta de Ferraz echaban toda la bilis contra los adversarios y deseaban el pacto con los totalitarios de la izquierda. Vamos, que tendrán el mismo “color”, pero no se parecen nada.

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