La subida reciente de tipos en EE.UU. y la perspectiva de lo mismo en la Unión Monetaria nos indica que los respectivos bancos centrales de las dos mayores economías del mundo no quieren dar opciones a que se conformen o consoliden las tan temidas expectativas de inflación. Como explicaba hace unas semanas, subir tipos busca más evitar que estas expectativas echen raíces en el imaginario económico y colectivo de las economías que luchar contra una inflación impulsada por un shock energético. Aunque este segundo objetivo no es despreciable, pues puede anteceder a dicha conformación, en el ánimo de los responsables de la política monetaria está principalmente combatir unas expectativas crecientes.
De nuevo es necesario comprender qué mueve a la inflación en el corto y medio plazo para comprender aún mejor cómo podemos atajarla. La última referencia que tenemos de un episodio intenso de inflación data de los años 70. Como he explicado en no pocas ocasiones, en la creencia colectiva está el shock del petróleo como origen y causa única de la estanflación de los setenta. Pero esto no es así. La Edad de Oro del capitalismo, entre los 50 y 60, había generado un círculo virtuoso de crecimiento y estabilidad macroeconómica en buena parte de occidente. Este círculo virtuoso tenía como principales características una relación empresario-trabajador establecida a través de la negociación colectiva dominada por sindicatos fuertes y por un programa potente de inversión empresarial que facilitaba tanto subidas de salarios reales como de estabilidad laboral. El rebufo tecnológico de la Segunda Guerra Mundial y la ordenación del sistema monetario y financiero internacional ayudó mucho a este ciclo expansivo.
Estos factores tan positivos en la década de expansión se volvieron nocivos durante el inicio de los setenta. La crisis, de origen económico, político y militar, con la consecuente caída de las inversiones unido al poder sindical arrastraron a los salarios y a los precios a una carrera suicida, con unas expectativas que se descontrolaron ante la imposibilidad (o desinterés) de entonces de atajarla por los gobiernos occidentales y sus bancos centrales. La estanflación no fue, así, motivado por un shock energético; fue consecuencia de la putrefacción de un sistema agotado para el cuál la subida del crudo fue uno de los detonantes. Así pues, sin expectativas no habría habido estanflación.
Antes de Ucrania, todo parecía estable, es decir, no había una respuesta clara de la ciudadanía y de los agentes económicos ante el posible futuro de crecimiento de los precios
Todo esto lo cuento, una vez más, para explicar qué hay que hacer y cuándo hay que hacerlo para atajar cualquier atisbo de estanflación. Y esto es antes de que se conformen las tan temidas expectativas de inflación y estas se materialicen en los famosos efectos de segunda ronda. ¿En qué momento nos encontramos?
El Banco de España, en su último informe trimestral, lleva a cabo un pequeño análisis sobre dichas expectativas (páginas 20 a 25). Utilizando los datos de la Encuesta de Expectativas de los Consumidores del Banco Central Europeo (BCE), los autores analizan estas y las ponen en comparación en el tiempo y entre países. La principal conclusión es que dichas expectativas comienzan a conformarse, sobre todo a inicios de este primer trimestre, qué duda cabe, gracias a la fuerte subida de precios originada por el conflicto bélico en Ucrania. Antes de eso, todo parecía estable, es decir, no había una respuesta clara de la ciudadanía y de los agentes económicos ante el posible futuro de crecimiento de los precios. Parece que el 24 de febrero lo cambia todo.
Más aún, el análisis se centra en ver qué ocurre en los diferentes intervalos de renta en donde se sitúan los encuestados. Lo que se observa es que, entre los más vulnerables, y que es el colectivo entre quienes más mella hace esta subida de precios, las expectativas crecen mucho más que entre aquellos con más renta, para los cuales el crecimiento es mucho más moderado. Como se puede comprobar a partir de este análisis, la reacción depende de la exposición a la subida de precios.
Pero una cosa es que aumenten las expectativas y otra que se puedan canalizar hacia subidas de precios. Así, para ello hace falta que quienes creen que los precios van a seguir creciendo puedan reclamar con éxito una subida de rentas, como los salarios, o sostener sus ingresos, como las empresas cubriendo sus márgenes. Y esto es otra cosa muy diferente.
Los márgenes de buena parte de las empresas españolas se están moderando, e incluso evolucionando a la baja si lo comparamos con los márgenes de otros países
En el mismo informe del Banco de España se certifica lo que ya se ha comentado en esta columna en otra ocasión. De momento no hay una traslación de las expectativas hacia los salarios, al menos de forma intensa, lo que puede ser consecuencia de las grandes diferencias con los setenta, la capacidad de los trabajadores y sus sindicatos de ejercer fuerza y presión. No significa que no vaya a suceder, pero es obvio que después de más de cuatro décadas de fuertes cambios estructurales en las economías occidentales, y en sus relaciones laborales, cualquier traslación de la experiencia setentera es, cuando menos, forzada.
Pero tampoco parece que los márgenes empresariales estén actuando como transmisor de la inflación. Cuando menos tratan de minimizar pérdidas. Con las dificultades que tiene hacer estas valoraciones al carecer de indicadores finos sobre esta cuestión, como sí tenemos con los salarios, lo que podemos decir y que ya se adelantó la semana pasada es que los márgenes de buena parte de las empresas españolas se están moderando, e incluso evolucionando a la baja si lo comparamos con los márgenes de otros países. A excepción de sectores como el energético, donde sí podemos hablar de un incremento de los márgenes, en el resto de la economía es muy dudoso que esto pueda estar pasando.
En definitiva, los bancos centrales, como hemos comprobado esta semana, no van a permitir que las expectativas se consoliden como paso previo a la transformación de una inflación temporal en otra permanente. Antes de que se inicie esa carrera suicida todo parece indicar que se está dispuesto a generar una recesión para evitarla. En todo caso, más en Europa que en Estados Unidos, esta política puede estar llegando aún a tiempo. Todo depende de la capacidad que tenga el BCE de convencer a los agentes que la inflación va a ser controlada en el medio plazo.