Opinión

El silencio del cementerio

Cena de tronío el pasado sábado, 8 de junio, en uno de esos clubes londinenses de larga tradición. Entre los comensales hay bastantes diplomáticos, financieros de la City y alguna que otra “celebrity”. Y un único español, un tipo de edad

  • Carlos Torres, Pedro Sánchez y Carlos Cuerpo en la sede del BBVA -

Cena de tronío el pasado sábado, 8 de junio, en uno de esos clubes londinenses de larga tradición. Entre los comensales hay bastantes diplomáticos, financieros de la City y alguna que otra “celebrity”. Y un único español, un tipo de edad respetable y trayectoria inmaculada. Y cuando el ágape está llegando a su fin, tras los habituales discursos, alguien presenta al español a la embajadora de Israel en el Reino Unido, Tzipi Hotovely, una morena de 45 años muy correosa, de ascendencia norteamericana. La breve charla entra de inmediato en la vía muerta de Pedro Sánchez.

-Y no está usted un poco avergonzado de su Gobierno…?

El español se disculpa. Es un tipo de larga trayectoria que conoce al dedillo el who’s who madrileño, que es tanto como decir español, tanto en la dictadura como en la democracia. Sí, naturalmente que se avergüenza de tener un presidente como Pedro Sánchez.

-Seguro que sabe que no hay un solo país árabe que apoye la causa palestina, salvo Argelia. Pero no se preocupe usted -concluye la israelí-, porque pagará por todo lo que está haciendo.

La fama del personaje ha traspasado fronteras. Son muchos los españoles avergonzados con Pedro Sánchez y su ilegítimo Gobierno. Españoles alarmados por la velocidad de crucero que ha adquirido la demolición del edificio constitucional emprendida por un sujeto que esta misma semana ha terminado de quitarse la careta -él nombrará a los jueces del Supremo y él dirá los medios de comunicación que merecen sobrevivir- de dictador. Animal herido, su presión sobre las instituciones no deja de aumentar conforme crecen sus problemas. No se habla de otra cosa. En los centros de trabajo, en la calle, en las familias. Pero hay un colectivo que no dice ni mu. Hay una gente que está escondida, parapetada tras sus cuentas de resultados, como si viviera en otro planeta, como si transitara por el mejor de los mundos. Son personas que gestionan grandes organizaciones y dan empleo a miles de trabajadores. Tipos que tienen una especial responsabilidad con lo que está ocurriendo en el país. Es nuestra elite empresarial y financiera. Un mundo donde reina la paz de los cementerios. Ni un comentario crítico para con un sátrapa decidido a hacer imposible la convivencia entre españoles. Ellos también pagarán algún día lo que están haciendo. O, mejor, lo que no están haciendo.

La fama del personaje ha traspasado fronteras. Son muchos los españoles avergonzados con Pedro Sánchez y su ilegítimo Gobierno

Un mundo donde reina la cobardía más llamativa. Lo pusieron de manifiesto con motivo de la visita que el mes pasado realizó a España Javier Milei. El sábado 18 de mayo, el presidente argentino mantuvo un encuentro con representantes de grandes empresas y bancos. Una sesión muy fructífera, a tenor del comentario general, a pesar de que los grandes enviaron a la reunión a cargos de segundo nivel, no vaya a ser que se enfade el sátrapa. Minutos después de acabada esa reunión, el machaca de Sánchez para asuntos económicos, con rango de secretario de Estado, Manuel de la Rocha, comenzó a llamar personalmente, obviamente por encargo de Sánchez, a los capos para pedirles que salieran a la palestra a desacreditar, poco menos que a insultar, al mandatario argentino. Y todos se esconden. Cruce de llamadas, sal tú que yo no puedo, y nadie se atreve a dar la cara para decir que esa es una presión intolerable propia de una dictadura bananera. Todos callan. Y al final deciden escapar por el burladero de la CEOE, hacen salir a escena al empleado que han colocado al frente de la patronal, que se coma Garamendi ese marrón, y se lo come, claro está. Es este un episodio que muestra la miseria moral que se ha apoderado del empresariado español. Algo que probablemente no hubiera ocurrido cuando César Alierta, con el eficaz respaldo de Emilio Botín, dirigía el Consejo Empresarial de la Competitividad.

Esta semana hemos tenido un ejemplo palmario del grado de servilismo con Sánchez y su banda alcanzado por nuestros prebostes financieros. El miércoles, el presidente del BBVA, Carlos Torres, recibió en La Vela (Las Tablas) al presidente turco, un reconocido autócrata que responde al nombre de Tayyip Erdoğan, y a su homónimo español. Una disculpa fútil, un supuesto “Encuentro de Alto Nivel España-Turquía”, cogido al vuelo de la OPA que BBVA ha lanzado sobre Banco Sabadell, con el que seguramente Torres ha tratado de vencer las resistencias del Gobierno Sánchez hacia la operación. Ocurrió que, en modo felpudo, el presidente de BBVA no tuvo empacho en felicitar a Sánchez por la marcha de la economía española. "No puedo menos que dar la enhorabuena al Gobierno por este extraordinario comportamiento que nos diferencia todavía más frente al resto de Europa. También por su apuesta decidida por la transición ecológica y por las energías renovables, poniendo a España en una posición de liderazgo y por el impulso al crecimiento inclusivo".  La economía española crece, señor Torres, a pesar del Gobierno. La pregunta pertinente sería algo parecido a ¿cuánto estaría creciendo el PIB español con un Gobierno que no fuera un enemigo declarado de la empresa, un Gobierno que no se dedicara a poner palos en las ruedas de un ecosistema empresarial al que trata de asfixiar con impuestos, normas y regulaciones de todo tipo? ¿Qué ha hecho el Gobierno Sánchez para que la economía española crezca, qué reformas liberalizadoras ha introducido, qué costes sociales ha bajado? ¿Qué estaría haciendo la inversión extranjera con un Gobierno que ofreciera confianza, seguridad jurídica, a los inversores?

La economía crece, señor Torres, a pesar del Gobierno. La pregunta pertinente sería algo parecido a ¿cuánto estaría creciendo el PIB español con un Gobierno que no fuera un enemigo de la empresa?

El mismo día que Torres se abría de capa ante Sánchez supimos que la pobreza infantil ha alcanzado cotas desconocidas en nuestro país. Y sabemos de sobra que España lleva prácticamente 20 años sin crecer en términos de renta per cápita, un guarismo que ha empeorado desde que Sánchez llegó al poder. El capo de BBVA es un ejemplo del tipo de “empresario” que ha proliferado en España en las últimas décadas. Más que empresarios, son ejecutivos que se han encaramado a la cúspide de las empresas y se han atrincherado en ellas, a menudo sin participación en el capital social, con la ayuda de unos Consejos de Administración a su medida y que les sirven de eficaz parapeto. Se lo dijo un día a un amigo español el amo del gigante Citadel, Ken Griffin: “Ustedes los españoles no tienen empresarios; tienen empleados VIP”. Un país históricamente carente de una sociedad civil poderosa y de grandes fortunas industriales y/o financieras, que ha sido víctima del arribismo de tipos llegados a la cúspide por el tradicional brazo armado del amiguismo, que no del mérito. Torres es un McKinsey con un estupendo currículo universitario que jamás hubiera soñado con llegar a la presidencia del BBVA de no haber sido por las amistades de su padre, Manolo Pizarro en primer lugar, que fue quien se lo enchufó en BBVA a su amigo Francisco González, a quien luego traicionó a cuenta del escándalo Villarejo, tras haberlo tenido a su cargo en Endesa.

De modo que no solo no censuran las políticas económicas del Gobierno (que en último término terminarán, antes o después, por afectar a sus cuentas de resultados), no solo no hacen saber su preocupación por el grave deterioro que están sufriendo los pilares de la convivencia, sino que lo elogian a calzón quitado. La crisis política ha alcanzado en las últimas semanas niveles de una gravedad incuestionable, pero llevamos meses sin saber qué opinan nuestras elites del dinero. Todos agazapados. Todos con la disculpa en los labios. Ana Botín dice a quien quiere escucharla que preside un banco multinacional, que su marido vive en Londres, que dos de sus hijos también, y que ella misma pasa casi más tiempo fuera que dentro del país. A mí que me registren. ¿Cómo es posible que Carlos Barrabés, el socio de Begoña, fuera nombrado a primeros de año miembro del Consejo del Santander y como es posible que lo siga siendo? Porque a doña Ana se lo pidió Sánchez y es Sánchez quien le sigue protegiendo. El argumento de la internacionalización es también esgrimido por Sánchez Galán, presidente de una Iberdrola que “tampoco es ya una empresa española”, un Galán que ha terminado por alinearse doctrinalmente con Teresa Ribera, ministra Bacigalupa de Energía, un horror desde el punto de vista técnico capaz de aglutinar a partes iguales incompetencia, sectarismo y soberbia. Poco que decir de Álvarez Pallete, un prisionero en manos del Gobierno Sánchez tras la entrada de la SEPI en Telefónica. Más silente, más taimado, un Isidro Fainé siempre tras las bambalinas, que ahora comparte accionariado con el propio Estado en CaixaBank. Jamás una advertencia, algo que pueda oler a crítica al Gobierno, a cualquier Gobierno. Con Amancio Ortega no se puede contar: el gallego cree que cumple con su responsabilidad regalando costoso equipamiento sanitario, la calderilla de su inmensa fortuna. De los Entrecanales, pálido reflejo de lo que un día fue nuestra “beautiful people”, mejor no hablar. Muy de vez en cuando lo hace Joan Roig (Mercadona), uno de los pocos, y suele pagar un alto precio por ello. Habla también, pero bajito, un tipo honesto como Josú Jon Imaz (Repsol). Excelso ejemplo del empresariado cañí madrileño, y por extensión español, es Florentino Pérez, siempre a favor del inquilino de Moncloa, perfecto “padrino” dispuesto a comprar al Gobierno de turno, de derechas o de izquierda, y a meterse con él en la cama o en el palco. Es la encarnación del pudridero en que se ha convertido nuestro gran empresariado. Y de los empresarios catalanes ni hablamos. porque lo suyo, salvo muy honrosas excepciones, es ver si Sánchez, Puigdemont o el lucero del alba les permite recuperar la pasta que han perdido estos años por culpa del “procés”. Sic transit.

La crisis política ha alcanzado en las últimas semanas niveles de una gravedad incuestionable, pero llevamos meses sin saber qué opinan nuestras elites del dinero

Hay, no obstante, una nueva generación de empresarios de éxito, muchos de ellos alejados del expuesto escenario madrileño, que se están mostrando muy activos en la exigencia de desregulación, libertad de emprendimiento, abaratamiento de costos empresariales, etc., pero que han heredado el miedo cerval de sus mayores a manifestar opinión, pánico a la exposición pública, porque saben que eso solo les traerá problemas. Una cuestión directamente relacionada con la baja calidad de nuestra democracia, asunto, justo es reconocerlo, presente mucho antes de que el buscavidas que nos preside se hiciera con el poder. Un viejo problema cuyo nacimiento algunos adjudican a un viejo conocido como Jesús Polanco, fundador del grupo Prisa. Polanco utilizó la potencia de su grupo para hacer negocios con los ricos del lugar, a quienes metió, con la familia March al frente, en el accionariado de Prisa. En realidad, Polanco fue el “mastermind” -que decía Andrew Carnegie, el magnate del acero- de nuestros ricos tras el franquismo, el que les enseñó que la vida podía ser mucho más fácil y provechosa agarrados a las faldas del Gobierno, sobre todo si era de izquierdas. Ahí empezó la traición de nuestras elites económicas a la democracia española. Falló el faro que hubiera supuesto un Juan Carlos I entregado a dar ejemplo de norma moral, lejos de pelas y putas. Tras el desgaste provocado por los escándalos del felipismo, José María Aznar pudo cambiar las cosas con su mayoría absoluta en el 2000. Era el momento adecuado para haber actualizado el diseño constitucional corrigiendo aquello que se había demostrado fallido. Por desgracia, le faltó cuajo, altura política y sentido de Estado. Le sobró soberbia. También pudo arreglarlo esa desgracia con patas que responde al nombre de Mariano Rajoy. Hablamos de las devastadoras consecuencias que para la democracia española ha tenido la carencia de una auténtica derecha liberal. Como mal que no mejora empeora, la situación del país ha llegado a un punto de no retorno entre el silencio de nuestros corderos empresariales. La paz del cementerio. España es hoy un barco a la deriva perdido en pleno océano, con “un esperpento corrupto y narcisista” (Trapiello) en el puente de mando. Como ha escrito el director de este medio, Paco Rosell, “o la democracia frena a Pedro Sánchez o Pedro Sánchez acaba con la democracia española”. Estamos en tiempo de descuento.

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