Nunca había escrito de fútbol, pero siempre lo recordaré con cariño, esté donde esté. Hubo una tarde de primavera austral en la que comenzó a jarrear sobre Montevideo. Se formó una de esas tormentas atlánticas que nublaban la vista sobre las últimas plantas del Palacio Salvo. De las que desataban tales ventiscas que había que agarrarse a las cuerdas que colocaban en las calles aledañas a la Plaza de la Independencia para poder avanzar. Estaba ese día en el estadio Luis Franzini cuando cayó un rayo sobre la ciudad y obligó a suspender cinco partidos. No recuerdo si del torneo Apertura o del Clausura.
Los jugadores se fueron del campo, pero la hinchada siguió en la grada con sus cánticos. El momento recordó a aquellas tardes de domingo, a principios de los 90, en el José Zorrilla, cuando el fútbol se veía de pie, se jugaba a media tarde y el ambiente de las gradas se aliñaba con Farias y cerveza. Cuando el balón entraba en la portería visitante, había que agarrarse a las barras amarillas para no perder el equilibrio. ¿Superliga? Hace muchos años que da la impresión de que este deporte no es el mismo que se jugaba entonces. De hecho, hace varios años que ni se bebe ni se fuma en las gradas. La experiencia es similar a ir al teatro.
La España que alaba el modelo de gestión de Florentino Pérez es la misma que critica la influencia del jeque del PSG en la UEFA. Pero obvia que cuando un deporte se convierte en una mera actividad económica, el que tiene más dinero se lleva el gato al agua. El poderío del Manchester City o del conjunto parisino es una consecuencia de la aplicación de ese modelo.
El fútbol perdido
El fútbol era más que un deporte. Era la expresión más visceral del carácter 'los locales'. El desahogo del último día de la semana, la eyaculación de las frustraciones. El circo contemporáneo. Ahora es otra cosa; y los clubes históricos que se beneficiaron de su poder económico para esquilmar a los pequeños de sus ligas asisten al crecimiento de equipos-Estado contra los que no pueden competir en términos económicos.
Le ocurre al Real Madrid, pero también al Bayern de Múnich, quien estos días aplica la tan célebre hipocresía alemana para desmarcarse de la Superliga, alegando que en el fútbol también juegan los competidores de menor tamaño. Como a los que, año a año, exprime en la Bundesliga.
El fútbol era más que un deporte. Era la expresión más visceral del carácter 'los locales'. El desahogo del último día de la semana, la eyaculación de las frustraciones. El circo contemporáneo. Ahora es otra cosa.
Es difícil compartir la idea de la Superliga, pero también los lamentos de personajes como Javier Tebas y Jaume Roures, que son dos de los empresarios que han contribuido en una mayor medida a trasladar a los aficionados de la grada al sillón. También a convertir la liga española en una especie de coto privado de caza que ha resultado muy lucrativo para ellos mismos.
Se quejaba, y con razón, Josep Pedrerol hace un tiempo -en una entrevista a Vozpópuli- de la desvergüenza de los dirigentes de la asociación de clubes al vetar a los medios de comunicación el acceso a determinadas imágenes de los partidos. Entre ellas, las jugadas polémicas o aquellas que podrían afectar a la 'marca' LaLiga. El fútbol antes no era ni imagen. Era la antítesis de la élite. Ellos también son culpables.
Tebas y compañía han priorizado que los chinos puedan sintonizar un 'Clásico' antes de irse a dormir a que los aficionados se sientan dueños de sus clubes. Y Luis Rubiales se llevó la Supercopa a la Península Arábiga, del mismo modo que los clubes inflan el precio de las entradas y Movistar, el del paquete que ofrece acceso a todos los partidos de La Liga. Por todo esto el fútbol se encamina a las 'Superligas'.
Superliga y UEFA
Hablar ahora de la corrupción de la UEFA y de la FIFA no tiene sentido. Y máxime utilizar esa excusa para desligarse de esas asociaciones, cuando las razones son meramente económicas. Joao Havelange llegó a vender un Mundial a los dictadores argentinos, del mismo modo que sus contemporáneos permitirán la celebración, en invierno, del torneo de 2022 en un país tan lejano al núcleo futbolístico como Qatar. Los dólares mandan para unos y para otros. El resto es derivar responsabilidades.
Los García Ferreras y compañía -partes interesadas- presentarán estos días a Florentino Pérez como una víctima de la intolerable inconsistencia de los clubes británicos. También lo harán los periodistas deportivos que escriben al dictado y los románticos que realizan odas y tragicomedias de los partidos del Bernabéu con escaso interés. La realidad es que Pérez es tan culpable como Ceferin, Infantino, Tebas y Rummenigge de que el fútbol haya perdido su esencia; y de que cada vez interese menos a los jóvenes. No se puede decir que esté en decadencia porque esto que se juega hoy es muy diferente a lo que conocimos.