El investigador Zimbardo realizó en los años 70 un experimento psicológico consistente en repartir entre los estudiantes los roles de carcelero y preso y observar qué ocurría. Lo curioso es que paulatinamente los que hacían de guardias se volvían crueles y se despersonalizaban y los que hacían de presos se volvían vulnerables. El experimento terminó cuando una estudiante de posgrado no familiarizada con el experimento tuvo oportunidad de irrumpir y dio la voz de alarma tras cuestionar la moralidad de lo que estaba ocurriendo, que no parecía percibirse por los implicados.
Me ha recordado esta historia el artículo de The Economist de hace unos pocos días, ya comentado en este periódico, en el que se acusa al presidente Sánchez de aferrarse al cargo a costa de la democracia española; y ello porque ha concedido la amnistía a los independentistas condenados para conseguir la investidura y después ha prometido la soberanía fiscal a cambio de la investidura de Illa, lo que se considera una reforma constitucional por la puerta de atrás; porque no ha podido aprobar los presupuestos; porque su esposa está investigada por un juez tras realizar algunas actividades sospechosas, de las que no ha dado explicaciones; porque ha politizado entidades independientes y debilitado la normativa penal. También indica lo difícil que es conseguir una mayoría parlamentaria para derrocarlo y que no todos son fracasos políticos, pues hay algunos éxitos en economía y en el ámbito laboral. Además tiene una actitud personal astuta y despiadada a que se sirve de una oposición ineficaz y dividida.
"Pone en riesgo la democracia"
Vamos, nada que no se sepa por aquí desde hace tiempo, pero parece que muchos sólo cuando lo dice alguien de fuera tienen esa caída del caballo moral que nos permite apercibirnos de lo que nos rodea. Y para otros muchos ni eso es suficiente: hay gente que no se cae del caballo ni con un rayo divino. Berna González Harbour en El País estima que “Sánchez ha cometido errores impropios de quien defiende la ejemplaridad” (¿¡la ejemplaridad¡?)… “pero de ahí a poner en riesgo la democracia española va un salto de gigante que ni la revista británica ni la realidad justifican”. Antón Costas directamente señala en la Ser que “eso os pasa por leer The Economist” y Urrea que es mentira que Sánchez se aferre al poder y que no hay una falta de democracia en España. El mejor, quizá, el artículo en Agenda Pública de un Sociólogo y Politólogo, Jesus M. De Miguel, que señala que el propio The Economist, en otros estudios, sitúa actualmente a España entre las mejores democracias del mundo; además –dice- la economía va muy bien y los nacionalismos “están mucho más tranquilos”. Estima que “el argumentario del artículo de The Economist es el de la oposición conservadora y de la ultraderecha. Presenta los mismos bulos, desinformaciones, y opiniones de la oposición. Eso no es periodismo responsable”.
Cualquiera que lo lea podrá comprobar que lo que dice son simplemente hechos con deducciones bastante razonables y que no se trata de “argumentos de la derecha”
Pero, en fin, aunque hay opiniones para todos los gustos, yo sigo creyendo en que hay una verdad o, al menos, que hay trazos de brocha gorda y trazos finos y que estos te permiten ver mejor esa verdad, sea del color que sea. Y a mí me parece que esas clasificaciones de democracias plenas o no tan plenas, o no democracias, se hacen con trazos gruesos, atendiendo a lo que dicen las Constituciones y las normas. Pero es cuando bajas al detalle cuando ves por dónde van realmente las cosas y cuál es la tendencia vital que lleva la organización o la persona de que se trate.
Y, desgraciadamente para nosotros, el artículo de la revista inglesa no anda desencaminado ni da trazos gruesos. Cualquiera que lo lea podrá comprobar que lo que dice son simplemente hechos con deducciones bastante razonables y que no se trata de “argumentos de la derecha”. De hecho, desautorizar un artículo porque son argumentos de la derecha es situarse casi en el estrato más bajo de la pirámide de Graham, justo por encima del insulto: atacar la autoridad del contrario y no el argumento. Y la sustancia del argumento es que la calidad de una democracia no está sólo en sus leyes sino en esas mores de Tocquevile, que tanto cito, y que valen más que las leyes. De hecho, las leyes que tenemos son las mismas que hace cincuenta años: son las prácticas y los valores de quienes las aplican los que son peores. Y como la Fundación Hay Derecho destacó en el informe sobre el Estado de Derecho, recientemente presentado, “España mantiene una posición favorable en indicadores internacionales de democracia y Estado de derecho, pero si profundizamos son evidentes los desafíos institucionales y las tensiones entre poderes ejecutivo, legislativo y judicial que han ido en aumento, alcanzado acusaciones e injerencias indebidas”: politización de la justicia, abuso del decreto-ley, nombramientos dependientes en organismos independientes, uso de la proposición de ley para evitar informes preceptivos, por no hablar del incumplimiento de promesas, o las concesiones para las investiduras ya mencionadas. Me consta que el periodista que redactó el artículo se había leído el informe y que conversó directamente con la Secretaria General, Elisa de la Nuez. Y, como nota de actualidad, podemos añadir el mal funcionamiento del Parlamento, controlado por cuatro personas de la cúpula, que permite aprobar de tapadillo lo que más podría doler a la oposición –la excarcelación de etarras- no sólo sin que se entere sino con su voto a favor. Una democracia plenísima, pero por que se pasan el Pleno por la Cúpula.
Los bulos de los otros
O sea, que sí que tenemos un problema, y convendría reconocerlo. Aunque no tengo muchas esperanzas, porque la verdad y el detalle han dejado de tener el prestigio que tuvieran en aquellos tiempos en que la gente se avergonzaba de no pagar una letra: hoy se nombra como jefe de Gabinete a alguien cuya tesis se llama “La ética del engaño” y que defiende que el engaño ha tenido una gran importancia en el funcionamiento eficiente de las sociedad y en el desarrollo de los individuo. No voy a leerla, pero es un aviso para navegantes, aunque no ayuda a reforzar la tesis de que la regeneración del país consiste en eliminar los bulos y fake news. Salvo que se entienda que son los bulos de los otros, claro.