Opinión

Las torturas de ETA. 50 años después

Un año después del asesinato de los tres jóvenes gallegos durante las fiestas de San Juan de Luz, era un veintitantos de junio del 74. Pocas personas sabían lo que pasó el 25 de marzo de 1973, hoy hace 50 años. Y es que el etarra Jose Manuel Pagoaga (

Un año después del asesinato de los tres jóvenes gallegos durante las fiestas de San Juan de Luz, era un veintitantos de junio del 74. Pocas personas sabían lo que pasó el 25 de marzo de 1973, hoy hace 50 años. Y es que el etarra Jose Manuel Pagoaga (Peixoto) y sus compañeros José Luis Ansola -Peio el Viejo- y Tomás Pérez Revilla -Hueso-, reconocieron a Mikel Lejarza El Lobo -infiltrado en ETA- cómo habían hecho sufrir a sus víctimas ese 25 de marzo. No eran todos los que estaban, pero sí algunos de los autores del triple crimen. El etarra Zabarte - el carnicero de Mondragón- en la comisaria de Bilbao poco después de la desaparición de los gallegos, declaró en una detención policial el que Pérez Revilla le había advertido que, “cuanto menos se hablara del asesinato, mejor”. Después de ser torturados en la playa, Hueso y Peixoto dispararon para rematarlos en la cabeza a los tres jóvenes en la finca de Telesforo Monzón, en el sur de Francia, un lugar muy frecuentado por ETA, antes de enterrarles en una finca cercana con el fin de hacer desaparecer su rastro.

Gracias a Lejarza y a Adolfo García, autor de libro Una tumba en el aire, que narra la historia de los tres jóvenes, está documentado el que posiblemente sea el asesinato más bárbaro de los cometidos por ETA a lo largo de su historia, un crimen que ni siquiera fue reconocido por los terroristas. Todo comenzó en el bar el Hendayes cruzando la frontera, minutos después de que 3 jovenes vieran la película el “Último Tango en Paris”. Era muy popular ir a Hendaya a ver películas prohibidas en España. Se cuenta que fue en Bidart (Francia), en la discoteca La Licorne, cuando los etarras Manuel Murúa -Casero-, Ceferino Arévalo -El Ruso-, Prudencio Sudupe -Pruden-, Jesús de la Fuente -Basacarte- y Pérez Revilla identificaron como policías a los jóvenes Humberto, Jorge y Fernando, que habían viajado desde Galicia para ver la película prohibida en España. Pero no fue así. Los jóvenes cruzaron la frontera en el coche de Humberto, un Austin 1300 con matrícula de La Coruña C-2143-B.

Ya en Hendaya, pararon en el bar El Hendayes, muy frecuentado por los terroristas en aquellos tiempos. Y fue el dueño el que avisó a la cuadrilla del búnker, que era cómo llamaban a Pérez Revilla y los suyos. Mientras tomaban algo, Humberto tuvo un encontronazo con uno de los mencionados etarras, que creyó haberse topado con un español. Cualquier español siempre era considerado policía. Cuando los gallegos se fueron, la cuadrilla de asesinos, liderados por Hueso, montaron en su Renault 12 y les siguieron hasta el bar La Tupiña, en San Juan de Luz, donde los tres jóvenes pararon a tomar la última copa a media noche del ya 25 de marzo.

Los etarras les esperaron en la puerta. A las 1:30h, cuando los gallegos se disponían a coger el coche, comenzó la primera paliza. Todos sufrieron golpes, pero Fernando recibió un botellazo que le dejó moribundo. Los etarras sabían perfectamente que no eran policías, pero ya no podían hacer otra cosa que eliminarlos para justificar la acción ante sus jefes"

Los etarras les esperaron en la puerta. A las 1:30h, cuando los gallegos se disponían a coger el coche, comenzó la primera paliza. Todos sufrieron golpes, pero Fernando recibió un botellazo que le dejó moribundo. Los etarras sabían perfectamente que no eran policías, pero ya no podían hacer otra cosa que eliminarlos para justificar la acción ante sus jefes. Metieron a Humberto y a Jorge en los maleteros de los dos coches y a Fernando inconsciente en la parte trasera de los asientos y los llevaron a la playa de Mayarco -entre San Juan de Luz y Bidart-, una zona donde ni se veía ni se escuchaba nada, junto a un búnker de la Segunda Guerra Mundial. Allí les dejaron agonizando tras los interminables porrazos a los que les sometieron durante horas. Hueso llamó entonces al jefe de ETA Eustakio Mendizabal -Txikia-, quien respaldado por su lugar teniente Isidro Galde -Mamarru- ordenó a su interlocutor interrogar a los mal llamados policías acerca de una operación secreta que en ese momento la banda tenía en marcha para asesinar al entonces presidente del Gobierno Carrero Blanco. La finalidad era averiguar qué sabía la Policía de aquel plan secreto.

Fue entonces cuando la cuadrilla de cinco etarras volvió a introducir en el maletero a los jóvenes, a los que trasladó al caserío Etxebarne, propiedad de Telesforo Monzón, situado en el interior de Chantaco, localidad situada entre San Juan de Luz y Ascain, una vivienda a la que los propios terroristas denominaban casa de las brujas, porque había sido escenario de torturas anteriores y servía para guardar armas. Desde las dos hasta las cinco de la madrugada de aquel 25 de marzo, de hecho, los asesinos sometieron a sus víctimas a todo tipo de tormentos con el fin de que confesasen su condición de policía. Pérez Revilla estaba obsesionado con que los funcionarios de esta corporación y los de la Guardia Civil estaban al tanto de la operación Ogro, nombre que tenía el plan para asesinar a Carrero Blanco. Tras horas de martirio y ninguna confesión, Hueso y Peixoto dispararon en la cabeza a los dos desgraciados.

Tras convencerse de que realmente no tenían nada que ver con la Policía, pensaron que lo mejor era enterrarlos y hacerlos desaparecer sin que la militancia de ETA supiera su verdadera identidad. Para ello, utilizaron una finca de quien más tarde sería jefe de ETA Domingo Iturbe Abasolo -Txomin-, localizada a 70 km del caserío de Monzón. El etarra Francisco Javier Zulaica -Trepa- les ayudó a enterrar los tres cadáveres en una zona arbolada, pero de difícil acceso, en el vivero La Sarre, en Garris, gestionado por la mujer de Txomin. Meses más tarde, el jefe de ETA, Ezkerra, le pidió a Pruden y a Trepa desenterrarlos y esconderlos en los bosques de Las Landas; es decir, aún más lejos de España.

Pérez Revilla estaba obsesionado con que tanto los funcionarios de esta corporación como los de la Guardia Civil estaban al tanto de la operación Ogro, nombre que tenía el plan para asesinar a Carrero Blanco. Tras horas de martirio y ninguna confesión, Hueso y Peixoto dispararon en la cabeza a los dos desgraciados"

En junio de 1974, en las fiestas de San Juan de Luz, Peixoto y Peio el Viejo confesaron entre cerveza y cerveza a Mikel Lejarza cómo habían confundido a los tres gallegos con policías y lo que les hicieron. Los dos disfrutaban mientras se detenían con detalles en los métodos de tortura, entre los que destacaron el modo de extraer el ojo de Fernando con un destornillador. El propio Lobo no podía evitar pensar, mientras les escuchaba, en lo que le harían a él en el caso de que le descubrieran. Esos días, en junio de 1974, tuvo lugar en otro caserío de San Juan de Luz la primera reunión que dio lugar a la división en ETA entre Milis y Polis. Txikía, jefe de ETA militar- había muerto en un enfrentamiento policial justo un mes del episodio de los tres gallegos, en abril de 1973. Su fallecimiento tuvo lugar tras un chivatazo de los cercanos a Iñaki Múgica, el sucesor de Txikia. A raíz de aquella muerte, comenzó a imponerse la fuerza de los polimilis, muy superior a la de los milis. Los primeros, entre otras cosas, echaron en cara a los segundos la barbaridad que habían cometido con los tres gallegos. El propio Lejarza escuchó en persona los gritos entre ambas facciones mientras estaba en la cocina del caserío, de la que se hizo cargo durante la celebración del comité ejecutivo.

En aquell reunión, tanto Peixoto como Hueso explicaron a voces que había infiltrados de la Policía y de la Guardia Civil en ETA y que era necesario acabar con ellos. Añadieron que la banda debía también introducirse en las fuerzas “opresoras” españolas, como de hecho intentaron, aunque sin éxito. Manuel Pastrana, por ejemplo, ejerció como agente doble: perteneció al mismo tiempo tanto a ETA como a la Guardia Civil. Fue descubierto por la organización terrorista en junio de 1975, tras la denominada operación Caroco, en la que participaron los etarras Pérez Revilla y Trepa, que ya sospechaban de Pastrana. Aquella operación dio la razón a Pérez Revilla acerca de esos policías y guardias civiles infiltrados. De ahí su obsesión por dar un escarmiento a las fuerzas de seguridad del Estado. Esta vez, sin embargo, quiso asesinar a verdaderos policías, lo que le permitiría justificar su actuación ante la militancia y acallar las críticas por el error de los gallegos.

Justamente el mismo día que se cumplían 50 años después de estas atrocidades cometidas por ETA, Pedro Sanchez culminaba su política de acercamientos del 100% de todos los asesinos de nuestros familiares"

El 4 de marzo de 1976 desaparecieron dos funcionarios de la Policía en Hendaya. Sus cuerpos fueron descubiertos un año más tarde en la playa La Chambre d´amour en Anglet (Francia), enterrados a 15 centímetros de la superficie, cerca de un búnker alemán. Eran los inspectores Jesús Martínez Martínez y Jesús María González Ituero. Fueron secuestrados por ETA en un cine en Hendaya (Francia), como pasó con sus compatriotas gallegos, tras cruzar la frontera para ver otra película prohibida en España. No podían llevar armas en Francia, por lo que las tuvieron que dejar en el puesto fronterizo, lo que permitió que sus enemigos les abordaran con ventaja. Pocos meses después, en julio de 1976, ETA secuestró e hizo desaparecer también al etarra Moreno Bergareche Pertur por intentar reconducir a ETA por la vía política. Los milis de ETA no podían permitirlo e hicieron lo mismo que con los policías meses antes.

Lo que nadie sabía es que los etarras Pérez Revilla, Peixoto, Pruden, el Ruso, Casero y Basacarte, asesinos materiales de los tres gallegos, con la ayuda de los etarras Apala y Pakito, tuvieron que volver a repetir el mismo crimen tres años más tarde con el fin de justificar ante los suyos su primer atentado. La segunda vez, sin embargo, sí que estudiaron minuciosamente a los dos inspectores que cruzaron la frontera en Hendaya para cerciorarse de que eran auténticos policías. Los torturaron, les cortaron los dedos de las manos, los maniataron y los enterraron en una playa, en una zona de grutas junto al búnker de la Segunda Guerra Mundial. De este modo, justificaron ante sus compañeros su primer crimen y advirtieron de que cualquier policía español que cruzara la frontera sería ajusticiado. Cuatro de los cinco asesinos de los jóvenes gallegos continúan hoy vivos y sin haber sido siquiera imputados por aquella triple desaparición.

Justamente el mismo día que se cumplían 50 años después de estas atrocidades cometidas por ETA, Pedro Sanchez culminaba su política de acercamientos del 100% de todos los asesinos de nuestros familiares. Esto es el Sanchismo.

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