Opinión

La Transición, ¿un esfuerzo inútil?

El Proyecto de Ley de Memoria Democrática que el Gobierno ha ultimado y que va a ser enviado a las Cortes para su debate y eventual aprobación, marca un nuevo

  • Santiago Carrillo y Manuel Fraga. -

El Proyecto de Ley de Memoria Democrática que el Gobierno ha ultimado y que va a ser enviado a las Cortes para su debate y eventual aprobación, marca un nuevo hito en los indisimulados deseos de revancha retrospectiva de determinada izquierda y de los separatistas. El período turbulento comprendido entre 1931 y 1939 de nuestra historia contemporánea ha sido objeto de tantos análisis de historiadores, sociólogos, estadísticos, militares, políticos e incluso de protagonistas o testigos directos de aquellos hechos, que las obras resultantes llenan bibliotecas enteras. Por supuesto, los enfoques, conclusiones y juicios sobre la II República y la Guerra Civil son de lo más variado y a partir de unos mismos acontecimientos se nos ofrecen, según quien sea el relator, visiones muy distintas y, en no pocas ocasiones, antagónicas.

No existe, por tanto, como es natural en las descripciones o evaluaciones de conflictos de la profundidad y gravedad que sufrieron los españoles en aquellos años terribles y sangrientos, una versión única o canónica de su desarrollo. En una sociedad abierta, en la que el pluralismo es un activo a defender y preservar, la definición por parte de los poderes Ejecutivo y Legislativo de una concreta y parcial interpretación del pasado y la exclusión de cualquier otra discrepante mediante sanciones de tipo penal, representa una inadmisible imposición totalitaria incompatible con una democracia digna de tal nombre.

Evocar aquel choque violento como la esperable reacción de no pocos sectores de la sociedad y de una parte del estamento militar contra un caos destructivo en el que se asesinaba a líderes de la oposición

Una aproximación maniquea al enfrentamiento fratricida de media España contra la otra media en la que uno de los dos bandos quede consagrado como bueno sin matices y el otro como perverso sin remisión, no resulta acorde con la enmarañada situación vivida por nuestro país hace ahora ocho décadas. Tan legítimo es presentar a la II República como un régimen perfectamente democrático y justo agredido por un levantamiento cuartelero con el apoyo de las clases pudientes y del clero, como evocar aquel choque violento como la esperable reacción de no pocos sectores de la sociedad y de una parte del estamento militar contra un caos destructivo en el que se asesinaba a líderes de la oposición, se vulneraba el derecho de propiedad, se cometían execrables acciones sacrílegas y nuestra nación estaba en riesgo de transformarse en un satélite de la dictadura estalinista soviética.

La verdadera descripción de aquella contienda seguramente no corresponde a ninguna de estas dos posiciones extremas y debe ser descrita en toda su complejidad poliédrica, de tal forma que las respectivas responsabilidades y abusos queden fielmente transcritos. Si precisamente fue una tragedia que al final se dirimiera quién tenía razón por medio de una carnicería que abrió hondas heridas en el cuerpo patrio, es completamente desaconsejable tratar de aplastar ciertos recuerdos incontestables valiéndose del BOE ochenta años después.

La Transición fue, es este aspecto, un admirable esfuerzo de reconciliación, sensatez y patriotismo en el que los que habían sido enemigos implacables apaciguaron su odio y sus deseos de prevalecer para entregarse a la construcción de un nuevo sistema político e institucional democrático en el que las armas de fuego quedasen definitivamente enterradas para ser sustituidas por las urnas y el respeto al adversario.

Borrar del mapa una época

Desde esta perspectiva, los actuales dirigentes del partido socialista, junto con sus aliados marxistas y nacionalistas, pugnan por destruir la benéfica labor de sus predecesores e intentan borrar del mapa del pensamiento y de la opinión a todos los que no acepten su sesgada aproximación a una época que si algo necesita es serenidad y ecuanimidad a la hora de examinarla en el momento actual. Semejante error moral y político traerá malas consecuencias, de la misma forma que el lanzamiento descuidado de una colilla humeante sobre un bosque seco genera un desastre.

Si amplias capas de la España de hoy llegan a la conclusión de que los logros de la Transición fueron en vano y de que el rencor y el ansia de venganza son superiores a las generosas e inteligentes premisas sentadas en 1978, los espectros pretéritos pueden resucitar y sumirnos muy a pesar nuestro en un pozo renovado de intransigencia y de cainismo desatado. Los que hayan propiciado esta desgracia con su contumaz sectarismo verán caer sobre sus propias cabezas los efectos de su mezquino resentimiento y de sus bajas e infames pasiones.

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