Los objetivos etarras los van alcanzando PNV y Bildu en las negociaciones presupuestarias con Pedro Sánchez. Lo anticipó Xabier Arzalluz: “No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recojan para repartirlas”. Aunque habría poca cosecha que repartir sin la cooperación de los que disfrazan a Arnaldo Otegi de “hombre de paz” desde el PSOE.
Zapatero y Sánchez banalizan ETA en el sentido de la filósofa Hanna Arendt, como una forma de hacerse el tonto sobre su pasado criminal y sobre su trascendencia actual. Derrotada policialmente por la democracia española, ahora soportamos sus victorias políticas gracias a lo que el historiador Santos Juliá denominó “desbandada socialista”, el abandono de responsabilidades constitucionales frente al secesionismo.
La cesión de la gestión de la Seguridad Social al nacionalismo vasco es parte de la hoja de ruta independentista sobre creación de estructuras de Estado en el País Vasco. El documento del gobierno vasco Hacia un Sistema Propio de Seguridad Social y Pensiones para la CAV y Navarra detalla los pasos a seguir. Cuando el sanchismo, el político y el mediático, nos mienta con un “no se rompe la caja común, solo se trata de la gestión”, recuérdese lo que está escrito, negro sobre blanco.
Los nacionalistas explican que, tras la experiencia acumulada con la gestión, pasarán a “la creación de un marco propio de Seguridad Social, incluyendo la capacidad legislativa y regulatoria en la materia”. Solo necesitan un poco más de presidente Sánchez haciéndose el despistado para que, “en la perspectiva de ir creando una Seguridad Social vasca en fases sucesivas”, el secesionismo pueda garantizarse la inmediata sustitución de “las instituciones del Estado por las de Euskadi”. Y sin tocar la Constitución.
Cumplidos diez años del cese de la vía terrorista a la independencia, coincidiendo con la manifestación en San Sebastián de todos los socios de Sánchez en solidaridad con los presos etarras, el periodismo sanchista se esforzaba en ocultar la voz incómoda de victimas y críticos con el nacionalismo. En La Sexta, por ejemplo, Iñaki López cortó en seco una entrevista a Jon Viar, autor de Traidores -una película sobre los que abandonaron la organización criminal-, en el momento en el que éste iniciaba su crítica a las cínicas declaraciones de Otegi. Lo que el joven cineasta vasco y otros desenmascaran es la versión hipócrita que se quiere imponer sobre la historia de un terrorismo con fines exclusivamente nacionalistas.
Para acceder a la policía municipal se exija nivel B2 de euskera para evitar que “aspirantes con vinculaciones e ideas ultraderechistas y autoritarias colonicen la propia policía vasca"
El propio Otegui, reconvertido por Zapatero en un pacifista, se explica sin tapujos cuando propone que para acceder a la policía municipal se exija nivel B2 de euskera para evitar que “aspirantes con vinculaciones e ideas ultraderechistas y autoritarias colonicen la propia policía vasca”. Que, con ideas como esta, se ubique a EH Bildu en “la izquierda” es un misterio más de las relaciones entre nacionalismo vasco radical y moderado.
El documentalista Iñaki Arteta recoge el testimonio de un empresario al que los terroristas secuestraron y dieron un tiro en una pierna. Él mismo se pregunta por qué a sus dos hermanos no les pasó nada. “Ellos se habían afiliado al PNV para protegerse”, se responde. Testimonios que tocan el nervio de relatos tramposos sobre el final de la violencia que intentan ocultar, y desprestigiar, la función decisiva de organizaciones como Basta Ya, Foro de Érmua o Gesto por la Paz.
Lo que avala y banaliza el PSOE es una “memoria instrumentalizada” al servicio del proyecto independentista. En el final de la lucha armada, Gara, un medio del entorno etarra, escribió sobre la nueva etapa: “vencerá quien convenza, primero a los suyos y luego al resto”. Y en eso está hoy centrado todo el nacionalismo vasco.
El mundo batasuno
Para ganar, necesitan ubicar el terrorismo en el contexto de un supuesto conflicto entre el “pueblo vasco” y el Estado español, en la “teoría del conflicto”. El lendakari Iñigo Urkullu maniobró para limpiar los organismos públicos para la memoria de quienes procedían de la lucha contra ETA, como Txema Urquijo de Gesto por la Paz, y sustituirlos por otros procedentes del mundo batasuno de Elkarri y Lokarri, como Jonan Fernández. Descaradamente, como se explica en la obra de varios investigadores ETA. Terror y terrorismo, organizaron el reparto de nueces en la nueva etapa sin atentados.
Con abundante financiación y medios públicos, el secesionismo vasco sigue un plan medido. Desde el sector académico, con el militante Daniel Innerarity al frente, se fabrica una sociología al servicio del relato nacionalista: “El conflicto vasco existe en la medida, bajo la forma y con la intensidad con que es sentido por la ciudadanía”. Ya se encargan ellos de poner en las estanterías los sentimientos convenientes. Si existió la lucha armada, “fue porque no se respetan los derechos de este pueblo”, martillean sin descanso.
Cine amigo y manipulaciones
Se persigue que todo encaje, sea en el Museo de la Paz de Guernika, con una traducción del “conflicto” como la persecución de la identidad del “pueblo vasco” perseguida por España a lo largo de los siglos; en el cine amigo -La pelota vasca o Lasa y Zabala-; o en unidades didácticas manipuladoras implantadas en la enseñanza obligatoria. Todo, con mayor o menor “ingenuidad”, conectado a la estrategia nacionalista.
En este contexto se entiende por qué les tapan la boca a todos los que estorban al pensamiento único instalado. Insobornables víctimas como Consuelo Ordóñez y Maite Pagazaurtundúa, incombustibles contra el discurso nacionalista como Fernando Savater y Rosa Díez, o heroicos traidores a ETA como Mikel Azurmendi son peligrosos para el independentismo porque a ellos no se les escapa que los terroristas asesinaban contra el Estado de Derecho, contra la democracia española, contra España.
Les silencian porque son el dique decisivo contra el relato legitimador independentista del nacionalismo vasco. Evidencian la comunidad de objetivos entre PNV-Bildu y ETA, sea para conseguir que quienes se sientan españoles sean vistos como hostiles contra lo vasco, o para desprestigiar a quienes participan en política si no es desde el nacionalismo y su sumisión a él. Sin olvidar su aspiración común a conseguir estructuras propias de un Estado en el horizonte de una No-España.
A fecha de hoy, no se les pueden negar logros políticos. Algunos parecen milagrosos, como que el independentismo alcance un 60% de representación parlamentaria donde el euskobarómetro detecta un escaso 20% de electores que se declaran secesionistas. O como imponer que el euskera sea de hecho la lengua vehicular en la enseñanza obligatoria de una sociedad en la que el castellano es la lengua materna de más del 80%, a pesar de las graves consecuencias para los alumnos demostradas.
Cuando finalmente se haga el balance de daños del sanchismo, se podrá comprobar el nivel de destrozo provocado por la banalización del independentismo vasco protagonizada por Zapatero y Sánchez. Y no será un buen momento.