Resulta que un estudio que recoge las valoraciones de los telespectadores dice que siete de los diez programas peor valorados son de Telecinco. Sorprendentes resultados. Diríase que increíbles. Porque los programas con peores notas son precisamente algunos de los más vistos de la televisión. Ergo algo no cuadra. Tenemos que fiarnos de los autores del estudio, Personality Media. Así que dos opciones parecen imponerse entre las muchas posibles: las audiencias mienten o la gente miente. Dicho de otra manera: o a los encuestados les entró un repentino y transitorio ataque de cordura o es que vuelve con fuerza el mito de los documentales de La 2.
La mentira en la medición de las audiencias es posible. Que me perdonen los que se dedican a este noble trabajo, pero algunos pensamos hace ya demasiado tiempo que la forma de contabilizar no es fiable. O no todo lo fiable que debería ser. Porque conviene preguntarse si unos cuantos audímetros desparramados por unos cuantos hogares pueden medir con precisión qué ven todos los españoles en la televisión. Los resultados de esta especie de encuesta se toman en el sector como la verdad del evangelio. Nadie puede cuestionarlo como si fuera una verdad revelada. De hecho, nadie en la tele respira tranquilo cada mañana hasta que llega "el dato". O sea, el número del presunto share del que depende que el programa siga emitiéndose. Sería gracioso si no fuera tan relevante.
No obstante, como el sistema de medición es el que es, como nadie parece cuestionarlo y como aquí solo estamos para juzgar lo que vemos, habrá que concluir, volviendo al hilo conductor, que quien miente es la gente que responde a las preguntas de informes como el que nos ocupa. En este caso, más de 16.000 ciudadanos mayores de 16 años respondieron a la encuesta. Volvemos inexorablemente, por tanto, al vetusto mito de los documentales de La 2.
Recordarán ustedes que hace cosa de 20 años, cuando Gran Hermano y la telerrealidad empezaban a acomodarse en nuestras vidas, llegó una nueva moda. Determinados espectadores negaban con fervor que vieran ese tipo de programas y sus derivados al tiempo que se presentaban como consumidores exclusivamente de productos de calidad, entre los que destacaban, claro está, los somnolientos documentales de sobremesa de La 2.
Parece que, pese a esa mayoría de espectadores lúcidos que se vislumbra tras el informe citado, La última tentación y compañía siguen siendo devorados por millones de personas
El mito era una farsa porque era, es y será una obviedad que esos documentales no los veía, no los ve y no lo verá ni el Tato, más allá de los amantes de la siesta que no concilian el sueño, mientras que todo bicho viviente conocía, conoce y conocerá los vaivenes de los habitantes de la casa de Guadalix y sus sucedáneos. Por todo ello, cuando uno de esos presuntos televidentes fanáticos del caviar lanzaba su perorata entre elitista e intelectual al grito de "yo no veo Sálvame", empezó a ser habitual que se les respondiera con guasa aquello de "claro, tú solo ves los documentales de La 2".
En realidad poco importa si los audímetros dicen la verdad y si el personal no admite lo que ve por pudor. Porque lo que parece es que, pese a esa mayoría de espectadores lúcidos que se vislumbra tras el informe citado, La última tentación y compañía siguen siendo devorados por millones de personas. O sea, el desastre. A veces uno quiere pensar que en estos tiempos de la televisión de pago más que consolidada, las cosas no son como parecen porque las mediciones yerran. Pero luego entras en las redes sociales, ves las tendencias y vuelve la depresión. El desastre, al cuadrado.
Quizás, simplemente, es que en el negocio televisivo todo es una desastrosa mentira.