Giro va, giro viene, mientras el reloj acaba contando las horas y dormir, más que un placer, se convierte en una contrarreloj donde descanso y salud no siempre van de la mano. Partiendo de que cada vez dormimos menos y peor, si además a la diatriba añadimos que no lo hacemos de la mejor manera posible, convertimos descansar en una tarea hercúlea.
No vamos a glosar aquí hoy los beneficios de dormir bien (y por contra, las desventajas de hacerlo mal), pero la realidad es que tras un buen descanso, al día siguiente estamos más activos, despiertos, con menos dolores musculares, con mejor humor (la ansiedad, el estrés, los cambios de ánimo o la irritabilidad son más frecuentes cuando descansamos mal) e incluso ciertas ventajas frente a la báscula, porque un buen sueño, además de reparador, también puede ser tonificante.
Partiendo de que deberíamos estar durmiendo -por norma general- entre siete y ocho horas diarias (aunque hay gente que con cinco o seis tiene suficiente, o que en función de la edad necesitamos más o menos), debemos tener claro que no solo cuentan las horas de sueño, sino cómo son esas horas de sueño.
En la batalla de la higiene del sueño, a la cual no le prestamos excesiva atención en los últimos años, sobre todo con la proliferación de pantallas, los enemigos de un buen descanso son muchos. Huelga decir que no es una buena idea irse a la cama enfadado, porque vamos a arrastrar los problemas a la almohada, y que también hay ciertos estados físicos que son antagonistas de la calma nocturna, como puede ser irse a dormir recién cenado (craso error), sin cenar (irónico, pero también pésima idea) o, aunque creamos que nos ayuda a conciliar el sueño, hacerlo con unas copas de más. Por ser malo, hasta es malo irse a dormir demasiado cansados.
Si a ello le ponemos más trabas en el camino como una habitación excesivamente iluminada o demasiado cálida, la cosa no mejora. Y si a modo de remate nos dedicamos a mirar el teléfono o sacamos la tablet (reyes de la luz azul, que nos manda señales controvertidas de que no es hora de dormir) mientras estamos ya en la cama, ningún bien le vamos a hacer a este necesario reposo.
Siendo congruentes, hasta dormir con nuestra pareja sería una forma de torpedear la paz nocturna, ya que lo más normal es que no nos despertemos a la misma hora, que no nos durmamos a la vez y, lógicamente, corramos el riesgo de movernos, hablar o roncar. Vamos, toda una manifestación contra el buen dormir en la que el amor torpedea a los ciclos del sueño.
Y si a todas estas pegas, más o menos cotidianas, ya le añadimos pocas horas efectivas en la cama y, de postre, encontramos una mala postura (lo cual es habitual cuando dormimos poco o cuando estamos incómodos) ya rematamos la mala velada. Afortunadamente, el diseño de nuestro cuerpo nos ofrece ciertas ventajas y pistas para decirnos cómo -en la teoría- deberíamos dormir para que, aparte no tener que contar ovejitas, el reposo físico y mental sea total a la mañana siguiente.
La mejor postura para dormir y descansar bien
Cuatro son, como los puntos cardinales o como Los Beatles, las posturas naturales en las que podemos dormir. Luego podemos alcanzar variantes, lógicamente, y empezar a mover brazos, piernas u hombros para colocarnos mejor o peor. En ello no hay que desechar el papel que juega la ropa de cama, que debe ser lo más transpirable y ligera posible, facilitándonos los giros y la movilidad, independiente que hablemos de sábanas, edredones o pijamas.
Igual de importante es la altura de las almohadas y cojines, siendo conveniente que haya una ligera elevación para respetar la postura natural del cuello. Todo ello sin reivindicar la importancia de la construcción de la cama, habiendo colchones más o menos duros, siendo lo más habitual encontrar un equilibrio entre dureza y blandura, evitando ambos extremos.
Con todo esto sobre la mesa, queda decidir cómo dormir: boca arriba, de espaldas, tumbados sobre el lado derecho o sobre el lado izquierdo. Todas tienen su ciencia y su parte de misterio, habiendo mejores opciones que otras, siendo, por ejemplo, la de dormir boca abajo la peor de todas ellas, ya que la posición es completamente antinatural (solemos poner un brazo por debajo de la almohada y otro por encima), pero estamos generando tensión en numerosos puntos.
Para empezar, tenemos el cuello torcido hacia un lado y la boca y nariz en una posición incómoda para respirar, que se acrecienta con el hecho de estar oprimiendo la caja torácica con la presión corporal, así que le ponemos aún más problemas a la respiración. Toda esa presión además también gira en torno a la columna vertebral, que cogerá una posición extraña y estará desalineada con las cervicales.
Es verdad que se evita el reflujo gástrico y que no se ronca mucho, pero no es una buena postura, especialmente para mujeres, porque también apoyarse sobre el pecho puede provocar dolor. En caso de que seas uno de esos boca abajiles, la solución para al menos buscar un mejor sueño pasa por colocar una almohada bajo la pelvis (para que así la columna vertebral no cargue mal el peso) y por una almohada fina para la cabeza.
Distinta tesitura se plantea para aquellos que duermen sobre su espalda o boca arriba, que es tradicionalmente una forma bastante natural y positiva de hacerlo, aunque tiene ciertos inconvenientes. Si eres de estos, debes tener claro que esta colocación favorece un mayor reflujo gástrico y una mayor acidez estomacal, por lo que si cenas tarde, no deberías apostar por posicionarte así en la cama.
También tiene desventajas en el caso de roncar, ya que el efecto de la gravedad sobre la garganta estrecha las vías respiratorias, según explican en Mayo Clinic. En cualquier caso, no es la peor posición en la que dormir y lo único que nos exige es que la almohada no esté demasiado baja, ya que cuanto más baja sea, más posibilidades hay de multiplicar acidez y ronquidos.
Nos quedan así dos opciones a cara o cruz para saber de qué lado deberíamos estar durmiendo, si del lado izquierdo o del derecho, donde pronto saldremos de dudas. Para entender qué lado es el más correcto debemos echar un vistazo a nuestros órganos. Si cogemos el mapa de nuestro cuerpo, veremos que el estómago y el corazón están escorados a la izquierda y que, por tanto, este es el mejor lado sobre el que apoyarnos.
Si dormimos del lado derecho, el estómago corre el riesgo de tener digestiones más pesadas y de generar más reflujo y acidez porque estará 'volcado' hacia el lado contrario. Lo mismo que ocurre con el corazón, que se encuentra en un 80% en el lado izquierdo del cuerpo.
La vena aorta se encarga así de bombear desde el lado izquierdo la sangre para que llegue al abdomen, al dormir así, bombea mejor, con menos presión e impulsa la sangre con más facilidad. En un sentido parecido, recurrir a este lado permite dejar libre la vena cava, que apoyados sobre la izquierda consigue que ningún órgano la presione y por tanto circule mejor la sangre.
De este modo, la posición más indicada sería dormir sobre el lado izquierdo, permaneciendo con los hombros alineados, el brazo izquierdo ligeramente adelantado (y apoyado ligeramente en la almohada, que no debe ser muy alta, pero tampoco muy fina, lo suficiente para que el cuello esté alineado) y con una almohada o cojín entre las rodillas para asegurar la firmeza de la cadera.
Como contraprestación, topamos con que tendremos más arrugas a la mañana siguiente (al tener la cara pegada a la almohada) y en el caso de las mujeres, corren el riesgo de una mayor flacidez en el pecho (motivo por el que es también aconsejable dormir con sujetador).