En este mes de marzo se cumple el cuarto aniversario del gran confinamiento provocado la covid-19. Cada año queremos apartar su recuerdo de nuestra memoria. Pero este año, inevitablemente, se hace más presente por el 'Caso Koldo'. Lo que no solemos hacer es contextualizar este episodio con otros del pasado. Pero si hacemos este ejercicio nos permitirá relativizar lo que hemos sufrido, darle la relevancia que realmente tiene y solidarizarnos con nuestros antepasados, que vivieron hechos similares a los del presente aunque no iguales.
Por eso podemos remontarnos en el tiempo y preguntarnos: ¿Cuál es el origen de la primera vacuna? ¿Y quienes fueron Jaime Balmis y María Zendal? ¿Hubo un Caso Balmis? ¿O justo lo contrario, se aprovechó la oportunidad para ser solidarios con el resto de la humanidad?
Empecemos hablando de uno de los virus más letales y contagiosos que ha habido a lo largo de la historia: la viruela... Uno de los síntomas de su virulencia era la ceguera que padecían algunos pacientes, pero el síntoma más característico eran los granos, heridas o pústulas que aparecían por el cuerpo. Los primeros casos empezaron en la Antigüedad, y a lo largo de los siglos millones de personas padecieron este mal. Hasta que en el siglo XVIII, cuando el virus estuvo más extendida por Europa y en América, se encontró la manera de curar esta enfermedad. Sin embargo tuvieron que pasar más de dos siglos, hasta el 1977, cuando se erradicó definitivamente este virus en todo el mundo. ¿Cómo se consiguió?
El 14 de mayo de 1796 el médico inglés Edward Jenner demostró algo que ya pensaban algunos médicos desde hacía tiempo: Las lecheras, al tocar diariamente las ubres de algunas vacas, que tenían la viruela animal, quedaban protegidas de la viruela humana, y este remedio se podría trasladar a otros seres humanos. Lo comprobó con el hijo de su jardinero, cuando sacó de las heridas de una lechera infectada de viruela animal, un poco de pus y se lo traspasó al niño mediante un pequeño corte. Con el tiempo se demostró que estaba protegido contra la viruela. De este modo se encontró la manera de curar esta terrible enfermedad.
Las lecheras, al tocar diariamente las ubres de algunas vacas, que tenían la viruela animal, quedaban protegidas de la viruela humana.
Años después Luis Pasteur, llamó a este método “vacuna”, por el animal de procedencia y en honor a Edwar Jenner, que confirmó la protección de las lecheras al virus de la viruela y que se podía inocular en otros seres humanos. Este método lo perfeccionó Pasteur con la vacuna del Ántrax y de la Cólera aviar, dejando que estos virus se debilitaran para luego ser inyectados. De ahí viene la idea clásica de “vacuna”, que es inyectar un virus debilitado en un hombre, cuando éste está en un momento menos agresivo, para que así el cuerpo humano genere anticuerpos.
Aunque la idea de vacuna siempre la relacionamos a las jeringuillas, en estos primeros momentos todavía no existían. Fue en 1853 cuando Alexander Wood la inventó, con la idea de introducir de una manera más directa y eficaz medicamentos o vacunas en el cuerpo humano. Al principio estos artilugios eran de cristal, y las jeringuillas desechables de plástico, que usamos ahora, las diseñó el inventor de la fregona, el español Manuel Jalón.
Exportar la vacuna
Pero volvamos a la viruela y a las vacunas. Si Edwar Jenner fue el descubridor de la primera vacuna, Javier Balmis fue la persona que pensó cómo hacer llegar a miles de personas este remedio para curar la viruela. Este alicantino tuvo una buenísima y extraña idea que explicó a Carlos IV. Como la vacuna no se conservaba más de doce días, pensó en la técnica del “brazo a brazo", que consistía en sacar de las pústulas o heridas de estos niños que ya habían superado la enfermedad, pus o sangre con anticuerpos, para vacunar a otras personas, mediante una pequeña herida o raja en el cuerpo del que se iba a vacunar. Para tal empresa eligieron a 22 niños sin padres entre 4 y 14 años, con el fin de llevar el remedio a los territorios españoles de América. El rey aceptó y preparó una expedición para surcar el Atlántico y Pacífico, hasta llegar a América y Filipinas, bajo el nombre de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna".
Para ello Javier Balmis (1753-1819) viajó con 6 niños huérfanos o expósitos (abandonados por sus padres) desde el orfanato de Atocha, en Madrid hasta el de la Coruña, donde con la ayuda de la enfermera Isabel Zendal y del médico José Salvany, partieron en barco rumbo a América con otros 16 niños. Fue la corbeta María Pita el barco elegido para este viaje que salvaría millones de vidas. Isabel Zendal que era enfermera y la rectora del Orfanato de la Caridad de La Coruña, tenía el encargo de cuidar y mantener vivos a todos los niños.
La expedición fue muy dura y larga. Pero fue todo un éxito ya que los 22 niños llegaron vivos, consiguieron extraer de ellos vacuna para miles de personas y clonar la vacuna para seguir extendiéndola hasta llegar a Filipinas, China y otros pueblos de Asia.
No fue hasta mucho más tarde, en 1977, cuando la OMS consideró erradicada esta enfermedad en la Tierra.