Hernán Rivera Letelier tiene las manos de quien escava y arranca. Durante casi 30 años trabajó como minero en el desierto de Atacama. Se dedicó luego a escribir: esa otra forma de bajar a la mina, de arrancar con el pico y la pala las pepitas brillantes que incrusta el lenguaje en la roca de la vida. En el fondo no sabe hacer otra cosa: extraer de los lugares más difíciles, aquello que escasea.
Cuando abandonó la minería, luego de trabajar durante años en la mina Mantos Blancos y en la salitrera Pedro de Valdivia, publicó su primer poemario
Cuando abandonó la minería, luego de trabajar durante años en la mina Mantos Blancos y después como operario en la oficina salitrera Pedro de Valdivia, en el Norte de Chile (donde se ambientan la mayoría de sus libros), Hernán Rivera Letelier publicó en 1988 su primer poemario, Poemas y pomadas, luego su volumen de relatos, Cuentos breves y cuescos de brevas, así como su primera novela La Reina Isabel cantaba rancheras, que lo convirtió en un autor destacado.
Su primera novela La Reina Isabel cantaba rancheras, que lo convirtió en un autor destacado en el panorama chileno
Hijo de una familia de pocos recursos que vivía de la minería, comenzó vendiendo periódicos a los 15 años, trabajó luego en la salitrera y a los 18, convencido de que su vida estaba en otro lado, se fue de viaje, con la mochila a cuestas, por Chile, Perú, Bolivia, Ecuador y Argentina. Allí debieron incubarse las historias picarescas y delirantes, ásperas y tiernas que formaron parte de libros como El arte de la resurrección o El escritor de epitafios. En 2010 ganó el Premio Alfaguara de Novela. Y ahora con ese sello publica en España La muerte es una vieja historia, su incursión en el género negro.
La historia está protagonizada por el Tira Gutiérrez, un detective privado que tomó un curso por correspondencia y la hermana Tegualda, una monja evangélica
La historia está protagonizada por el Tira Gutiérrez, un detective privado que tomó un curso por correspondencia –siempre lleva una tostada de mantequilla en los bolsillos, por cierto- y la hermana Tegualda, una religiosa evangélica que hará las veces de fiel asistente. Juntos tendrán que aclarar quién está detrás de una serie de violaciones que ocurren en el cementerio de Antofagasta. Sólo saben un dato: las víctimas declaran haber sido arrastradas al interior de un mausoleo por un sujeto de voz aterradora y que huele a muerto. Esa anécdota le sirve de punto de partida para poner en marcha un artefacto de ficción en el que el escritor revisita el género.
-Puede que ésta la sea menos sangrienta de las novelas negras que se hayan escrito en un tiempo ¿Por qué incursionó en el policial?
-Me carga la violencia en todos los aspectos. Hasta en la ficción. Yo no dije ahora escribo una policial, simplemente me salió de las tripas. Pero quise hacer una novela negra como a mi me gustaría leer una. Con mucho humor y preocupándome más del lenguaje. Antes que atrapar al malo, me preocupa atrapar al lector.
"Antes que atrapar al malo, me preocupa atrapar al lector"
-Sus lectores ya conocen el cementerio de Antofagasta, que mencionaba en El escritor de Epitafios. Suele hacer eso con sus personajes también. ¿Por qué?
-Mis paisajes y mis personajes se me repiten y saltan de libro en libro. no es nada premeditado. Yo simplemente los dejo hacer.
"Yo soy popular y pícaro y esa cantera es la mía. Escribo lo que puedo, no lo que quiero"
-Ya con El arte de la resurrección y la historia del Cristo de Elqui su narrativa apuntaba hacia la cultura popular, la picaresca… ¿Qué le atrae de esa cantera narrativa?
-Yo soy popular y pícaro y esa cantera es la mía. Escribo lo que puedo, no lo que quiero.
-Hay algo hilarante y hasta tópico en sus personajes ¿Alegoría o crítica? ¿O acaso simplemente novela?
-Simplemente novela.
-A quienes digan que esto no es un policial, ¿usted respondería…?
-No respondería, que cada uno la lea como le guste.
"Creo firmemente que la literatura me salvó de darme un tiro"
-Usted es un hombre de estepa, de desierto ¿Qué papel juega la literatura para alguien que tiene que entendérselas con las travesías?
-De no haber sido por la poesía, yo no hubiera sobrevivido en ese desierto, el más cabrón del mundo. Creo firmemente que la literatura me salvó de darme un tiro.
-¿La crítica sigue siendo tan antipática con usted como en ocasiones anteriores? ¿Qué pasa en el medio literario chileno? ¿Por qué es tan hostil con los suyos?
-Lo mejor que me ha pasado como escritor es que vivo a 1.300 kms. de Santiago, de ese modo me evito todas esas peleas de egos. Yo no escribo para los críticos, escribo para la mamá de los críticos.