La independencia ha fracasado. Solo a partir de este reconocimiento y de algunas otras verdades se podrán sentar las bases para la reconciliación. Esa es la tesis que sostiene el hispanista francés Benoît Pellistrandi, en su libro El laberinto catalán. Arqueología de un conflicto superable (Arzalia), un análisis histórico y político del proceso que desembocó en el independentismo.
Esta edición que se publica ahora en España es una traducción al castellano de Le labyrinthe catalán (París, 2019), que fue presentado en Madrid hace unos meses por Josep Borrell. Benoît Pellistrandi es doctor en Historia y fue jefe de estudios de la Casa de Velázquez en Madrid de 1997 a 2005. Se ha especializado en historia política y cultural de la España contemporánea.
De acuerdo con sus editores, El Laberinto catalán es la aportación del hispanismo francés al debate sobre Cataluña en vísperas de otros momentos críticos del proceso: la sentencia del Tribunal Supremo en el juicio a los líderes independentistas, así como la conmemoración del 1-O y una posible convocatoria electoral.
Ha publicado Les relations internationales de 1800 à 1871 (París, 2000), Un discours national? La Real Academia de la Historia (1847-1897) entre science et politique (Madrid, 2005) así como Histoire de l’Espagne. Des guerres napoléoniennes à nos jours (París, 2013). Es poco optimista con la capacidad de los actuales líderes políticos para afrontar la crisis de convivencia y tolerancia en Cataluña. "La reconciliación será la obra de otra generación", asegura.
Plantea que Cataluña es un conflicto político superable, ¿cómo?
Justamente, los que no somos parte política del conflicto podemos, y casi diría debemos, intervenir con argumentos, fundamentados histórica y racionalmente. Es un combate intelectual. Existe, más allá de la cuestión catalana, una dimensión universal. Está en juego la supervivencia de la realidad, de la verdad. Esta deformación de la verdad y de la realidad no solo descalifica al proyecto secesionista y amenaza la posibilidad de la política. La política no puede limitarse a la movilización de las emociones a través de la mentira.
Según el CIS catalán, el 48,6% rechaza la independencia frente a un 47,2% que sí apoyaría la secesión. ¿Y es así como usted cree que es posible la reconciliación?
Es la cuestión clave. El problema político y social de Cataluña no es hoy por hoy la independencia, sino la reconciliación social, cultural y política. Esta reconciliación debe empezar en el Parlament. No hay que olvidar lo que pasó los 6 y 7 de septiembre de 2017: el Parlament, manipulado por una mayoría escueta y una presidenta que olvidó sus deberes de defensa de la institución, se ha convertido en una apisonadora de los derechos de la minoría y de los que discrepan. El día en que el Parlament vuelva a ser un auténtico foro de discusión y de respeto democrático, se habrá dado un gran paso. La responsabilidad recae en los diputados del Parlament, en su presidente y naturalmente en el Govern y en el President.
Dice usted que la independencia ha fracasado, pero eso no desactiva el problema mayor, que es el odio a España.
Una de las consecuencias más nefastas de todo este proceso político ha sido el desarrollo de un odio antiespañol en Cataluña y de un odio anticatalán en España. Si eso obedece a un plan razonado, estamos frente a una enorme irresponsabilidad. El que siembra el odio, recoge la tormenta. Las malas pasiones son un veneno, alimentan un subconsciente guerra-civilista peligrosísimo. El odio a España es tan estúpido como cualquier racismo. Obedece a un irracionalismo estúpido del mismo modo, el anticatalanismo.
Por otra parte, y lo quiero subrayar, sería bueno que los nacionalistas abrieran los ojos y miraran el mundo como es y no como lo fantasean. Desde Europa, ¿quien ve la diferencia entre un catalán y un español? El catalán, para cualquier extranjero, es un español. Ahora bien, que haya diferencias regionales, es normal. Las hay en todos los países. Pero dejémonos de broma: el catalán se ha construido dentro del marco hispánico.
No es verdad que exista un agravio histórico insuperable entre Cataluña y España, dice usted. ¿Qué es peor la manipulación que ha hecho el nacionalismo de eso o las posibles incomprensiones entre unos y otros?
La incomprensión se puede corregir gracias a la instrucción y la enseñanza. Pero la manipulación de la enseñanza, y pero aún, la invención de mentiras son infinitamente más graves. Desembocan en situaciones peligrosas. Eso además revela una dimensión totalitaria del independentismo. No hay ningún poder totalitario que no haya manipulado, tergiversado y cambiado la historia.
Dice que es posible, pero ¿cómo superar el conflicto entre catalanes independentistas y los catalanes que quieren permanecer en España?
La democracia es el arte de plantear las discrepancias y decidir que su resolución sea pacífica y respetuosa de las minorías. Uno de los principios absolutos de la democracia es que una mayoría no pueda imponer una decisión irreversible. Romper unilateralmente con España era también romper Cataluña en dos. ¿Cómo no lo han visto los nacionalistas? No lo han visto porque les venía bien la tensión casi revolucionaría.
¿Revolucionaria dice?
Su maximalismo ha alimentado un aire mesiánico que se ha quedado en una farsa grotesca. Ni las leyes de desconexión, ni la manera de votarlas, se acercan a lo que se puede esperar de una democracia. Muchas veces en la historia, un proyecto independentista desemboca en una grave crisis democrática. Ahí están los ejemplos de Argelia… o de Zimbabwe. ¿Quiere Cataluña seguir la senda del Zimbabwe de Mugabe? ¿Es apetecible? Hoy por hoy, la responsabilidad de la reconciliación recae enteramente en los políticos. Creo, además, que será la obra de otra generación. Deben aparecer nuevos líderes, más inteligentes, más generosos, más sensatos, más europeístas, más demócratas.
«Después de todo, no es cosa tan triste eso de conllevar», dijo Ortega tras dar por irresoluble «el problema catalán». ¿Era Ortega muy pesimista o usted tremendamente optimista?
La verdad es que no suelo ser optimista y el espectáculo actual de la democracia española es descorazonador. Pero en este caso, creo que los que los españoles, todos los españoles, han conseguido con la Transición española, es enseñar a los europeos y al mundo que la política no siempre es nociva, al contrario que puede ser útil, pacifica y hacer crecer a una sociedad. La España franquista de los vencedores se ha diluido y ha dejado paso a una España plural donde todos cabían y donde no había ortodoxos y heterodoxos.
¿Por qué se han olvidado los políticos españoles de este legado?
Cataluña es diferente… como lo es Galicia, o Castilla. Igual que en Francia los Bretones no se parecen a los Alsacianos, que son muy diferentes de los habitantes del Suroeste. Una nación no es una uniformidad. Los que creen solamente en un ente uniformizado son victimas de un sueño hipernacionalista. Yugoslavia ha sufrido las consecuencias de este ideal mortífero. No estoy hablando de una experiencia muy alejada en el tiempo. Por eso, hay que desenmascarar las mentiras del independentismo catalán y defender los principios de la democracia. Lo que esta pasando en Cataluña no se limita un conflicto hispanocatalán sino que es un síntoma más del deterioro de las bases de la democracia representativa y liberal. Defender este modelo no es mala causa: y además estoy seguro de que, a largo plazo, es más fructífero. No tenemos el don de prever el porvenir, pero no tengo la menor duda de que una Cataluña independiente sobre las bases del procès de 2016-2017 sería una pesadilla, no para los españoles, sino para los catalanes.