A muchos les sonará extraño, pero uno de los libros más emocionantes que se ha publicado este año tiene como protagonistas a los pobres (no como objeto de estudio, sino como verdadero centro de su propuesta⁸). Nos referimos a una entrevista de cien páginas titulada De los pobres al Papa, del Papa al mundo (diálogo), que publica la editorial Voz de papel. Se trata de un proyecto de la Fundación Lázaro, que “promueve pisos solidarios compartidos entre jóvenes y personas sin hogar en varios países”. Pocos enfoques pueden estar más cercanos al mensaje de Jesús como el de este proyecto. Francisco contesta a cuestiones planteadas por pobres de todo el planeta y renuncia a sus derechos de autor en favor de asociaciones que coordinan la charla.
Lejos de un lenguaje burocratizado, el diálogo transmite un gran urgencia. Francisco no está allí para impartir lecciones, sino también para crecer. “Ellos tienen mucho que enseñarnos”, como recordó en su exhortación apostólica Evangelium Gaudium. En particular, nos acercan al Cristo sufriente a partir de los propios padecimientos de los pobres actuales. Antes de entrar en materia, unas nociones para situarnos: “Podríamos definir la pobreza como una carencia: de bienes, de afecto, de inserción, de respeto….Y los pobres, ¿no sirven también como chivos expiatorios de los males de la sociedad?”.
A lo largo de su trayectoria, cuando el Papa ha confesado a algún creyente, siempre le pregunta si da dinero a los pobres. “Cuando me responden que no, les hablo con la mirada; a quienes contestan que sí, les pregunto si cuando dan limosna miran al pobre a los ojos. Ellos me responden: ‘¿Cómo? No entiendo…’. El primer modo de hacer sentir importante a esa persona es mirarle a los ojos. Y luego les pregunto si cuando dan limosna tocan la mano del pobre o la retiran enseguida, si hay ternura en su mirada y en su gesto”, comparte el santo padre.
Los pobres, la guerra y el Papa
Hay momentos donde emerge el Papa más militante. “El miércoles pasado, durante mi audiencia semanal, felicité a un grupo de obreros del puerto de Genóva que se habían negado a trasladar un cargamento de armas desde un barco pequeño hasta otro grande, que se dirigía a Yemen. Dijeron aquellos obreros: ‘Nosotros nos negamos a colaborar en matar niños’. Entonces vinieron acá, a saludarme, y les dije: ‘Si todos hicieran como vosotros, cambiaría el mundo’”, recuerda. Un pacifismo radical en tiempos de conflictos devastadores.
“Algunos me dicen que soy comunista, pero sin los pobres el Evangelio se queda cojo”, apunta Bergoglio. Insiste luego en su polémica postura de que el derecho a la propiedad privada es secundario, derivado del derecho a la distribución general de los bienes. Esta afirmación le ha ganado numerosos enemigos, pero él recuerda que se trata de uno de los ejes centrales de la Doctrina Social de la Iglesia, compartida por antecesores como Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, entre otros. “La injusticia social se manifiesta cuando a la riqueza no le sigue la distribución universal de los bienes”, afirma. Se trata de dos derechos que deben estar armonizados, sin el último no se completa el primero. “Algunos me dicen que soy comunista, pero sin los pobres el Evangelio se queda cojo”, apunta Bergoglio.
No se apuren: el referente de Francisco no es Lenin, sino el religioso español San Ignacio de Loyola, que enseñó que “la pobreza de los eclesiásticos es la madre y la muralla de la vida. ¿Por qué es una madre la pobreza? Porque engendra la generosidad, el don de sí a los demás. El hecho de vivir para los demás es una alabanza de Dios. Por eso es una madre. Y es una muralla porque defiende nuestra vida frente al señor del mundo, que son las riquezas. Si alguien ve a un eclesiástico rico, que rece por él, y si tiene posibilidad que hable con él. Es lo que puedo deciros a propósito de esta pregunta compleja de por qué es rica la iglesia”, apunta.
Aimám Boulam, un mendigo de Madrid, plantea de manera cruda su extrañeza: no comprende que los cristianos de la capital de España le ayuden, siendo él miembro de una religión distinta. El Papa le responde lo siguiente: “Los buenos cristianos lo hacen. Te has encontrado con buenos cristianos. Es el modo de anunciar el evangelio que no deja indiferente. Se podrá no entender en un primer momento, pero algo sucederá en el corazón, que el Espíritu Santo aprovechará. Es lo que pide el Evangelio. Y esta es verdaderamente la prueba que pueden ver los que se preguntan por qué se preocupan por ellos los cristianos”, concluye.
Nos enteramos también de las inclinaciones literarias de Francisco. “Me gusta mucho repetir un poema francés, que refleja mi corazón cuando se encuentra melancólico. Es de Paul Verlaine: ‘Los largos y lentos lamentos del violín/ hieren mi corazón con una monótona languidez”. No siempre prefiere el registro lírico: su poeta favorito es Charles Baudelaire, propenso a bajar al barro de la modernidad, de quien destaca el clásico Las flores del mal. Este poemario contiene piezas muy cercanas a las preocupaciones del pontífice, por ejemplo "Los ojos de los pobres". También deja clara su debilidad por clásicos universales como La Eneida, que trata la fundación de la ciudad de Roma.
Posdata: “Su forma de mirarnos y su modo de hablar nos hacía pensar que no existía nadie más que nosotros en el mundo”, explican sobre el Papa los mendigos que le transmitieron las preguntas en persona. “A pesar de que carga sobre sus espaldas el peso del mundo entero, estaba presente y disponible como un abuelo podría haberlo estado para sus nietos. Esta fue la primera lección de estos encuentros: ‘tú no tienes tiempo, pero el Papa sí tiene tiempo’”, celebran.