Aguijoneado por la muerte las mujeres que amó y de su hijo, Lope de Vega llega a su senectud arrastrando la lucidez de los escarmentados. Está de vuelta de todo y así lo plasma en su Égloga a Claudio, que antecede en un par de años a la publicación, en 1934, de El castigo sin venganza, una tragedia de honor en la que plantea una reflexión sobre el poder, la justicia, el amor y el deseo que la Compañía Nacional de Teatro Clásico ofrece en su teatro de la calle Príncipe desde el 21 de noviembre hasta el 9 de febrero.
Una vez más, la directora de Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta, consigue exprimir el jugo político a los clásicos, así lo hizo con su versión de El perro del hortelano, de Lope, así como con las piezas de Miguel de Cervantes, Calderón de la Barca o Shakespeare que ha adaptado. Los clásicos son, en sus manos, un arma cargada de presente. Ambientada en el contexto político de las ciudades-estado enfrentadas en la convulsa Italia de finales del quattrocento, El castigo sin venganza ofrece un espejo trágico de la condición humana.
En las páginas de esta obra, según Helena Pimenta, Lope refleja su “desencanto por la sociedad y el dolor de sus circunstancias personales y familiares” pero, a la vez, pule su voz literaria con el uso de las pulsiones, contradicciones y fantasmas de sus protagonistas. La honra de un jefe de Estado queda convertida en una tragedia de amor y muerte escrita “al estilo español”, según el propio Lope: sin prescindir del enredo y lo gracioso. Atrapados en la tela de araña de un palacio de rumores, espejos y secretos, los personajes se enfrentan a su conciencia. De fondo, la mentira que desemboca en un desenlace sangriento.
La versión, a cargo de Álvaro Tato, pretende mantener la esencia del original lopesco. “Hemos recortado varios pasajes y retocado levemente otros para que el espectador contemporáneo pueda comprender de viva voz cada sentido y a la vez sentir la potencia cruda de una trama sintética, áspera, sin concesiones”, explica el autor de la versión. El conde Federico, hijo bastardo del duque, y Casandra, esposa valedora de una alianza con Mantua, viven una desesperada historia de amor, pasión y venganza. Nadie se libra del cuestionamiento moral en esta corte de ambigüedades y en la que aparecen personajes como Aurora, el marqués o Batín, un lúcido, quimerista, desleal y agudo superviviente, “otra vuelta de tuerca al personaje del gracioso”, en palabras de Tato.
El castigo sin venganza se publicó por primera vez en Barcelona, en 1634, con una dedicatoria al duque de Sessa y un elocuente prólogo, en el que da noticia de los problemas que ha tenido con la exhibición de la obra, pues tuvieron que pasar nueve meses desde su terminación hasta que tuvo permiso para representarla. Lope cuenta que El castigo sin venganza es tan importante para él porque en esta obra lleva el tema de la prosa al verso, o sea, de la narración al teatro.