El duelo por la muerte de un ser querido es uno de los momentos más duros a los que antes o después todos nos hemos de enfrentar. Hay que entender que la persona que se ha ido no va a volver y hay que aprender a vivir con esa sensación y con esa ausencia. Un episodio traumático, como se denomina en psicología, como es algo así supone tener que dar una respuesta emocional que nos facilite superar esa etapa dolorosa para que todo vuelva a su lugar.
Seguro que has oído hablar del duelo y este es necesario no solo cuando muere alguien, también lo es cuando hay una separación sentimental complicada, por ejemplo. Cuando nos sentimos incapaces de superar esa situación y vemos que no podemos hacerlo solos, lo mejor es acudir a un especialista que nos de las claves para hacerlo y que nuestra salud mental se mantenga 'a flote'.
Cada persona es diferente y también lo es el tiempo en el que se supera el duelo, que puede durar de seis meses a un año, de manera generalizada.
No es fácil pasar el duelo y cada uno necesita de un tipo de ayuda para expresar y entender los sentimientos que le pasan por la cabeza y el corazón en un momento tan complicado como la pérdida de un ser querido. Pero hay algunos consejos que podemos aplicarnos a nosotros mismos o intentar aportar a alguien que esté sufriendo algo así.
Pasos para superar el duelo
Acepta tus sentimientos, no los escondas. Se puede sentir ira, enfado, frustración, tristeza, ansiedad, miedo al vacío, dolor… Todos tienen cabida en un duelo y todos son perfectamente superables. Es fundamental identificarlos, dejarlos ‘salir’ y asumirlos, sin avergonzarse ni ocultar lo que sentimos en cada momento. Date tu tiempo, no tengas prisa.
Apóyate en los que tienes alrededor. Hablar de esa pérdida, sentirte arropado, compartir tu tristeza, tus dudas y tus miedos ante el futuro más cercano, ayuda y mucho. Rodéate de la gente que te quiere y siéntete libre para hablar y comunicarte. En psicología se habla de una especie de catarsis al liberar las emociones que ayuda a reordenar nuestro pensamiento con mayor claridad.
Cuídate, te lo mereces. Cuando se pierde a alguien cercano, tendemos a dejarnos, a comer mal, a no dormir y a cambiar esos hábitos saludables por otros que no lo son tanto. Es muy importante descansar, hacer ejercicio aunque no nos apetezca para liberar tensiones y hacer que las endorfinas nos hagan sentir mejor aunque sea durante unas horas, comer bien, evitar el alcohol o los dulces, y dormir las horas necesarias para afrontar cada nuevo día con más energía física y emocional.
Hay que seguir adelante, no lo olvidemos, por lo que es mejor que retomes tus rutinas poco a poco, que te marques pequeñas metas. Seguro que la persona que ya no está se sentirá orgullosa de tu fuerza.
Los buenos recuerdos. Es difícil en un momento tan delicado pensar en positivo, pero en muchas culturas ‘celebran’ incluso la pérdida de un ser querido no como una fiesta, sino como una manera de recordar los buenos momentos de esa persona, cómo vivió o lo feliz que le hicieron determinadas situaciones. Haz memoria y recuerda lo bueno que viviste junto a él o ella, revisa las fotos que tienes a su lado, revive y cuéntale a otra persona esos momentos que disfrutasteis juntos, cuando os reísteis a carcajadas…
Busca ayuda. Rodearse de amigos y familiares es muy importante, pero hay ocasiones en las que necesitamos que sea un psicólogo, alguien ajeno a nosotros y absolutamente objetivo, el que nos diga qué pasos debemos seguir para continuar con nuestra vida manteniendo el recuerdo de esa persona que se ha ido.
El profesional nos dará herramientas muy útiles para afrontar cada nuevo día, nos ayudará a ordenar nuestros sentimientos y nuestras emociones y a entender que la vida sigue, aunque ahora nos duela enormemente.
Las cinco fases del duelo
Fue la psicóloga Elisabeth Kübler-Ross quién en 1969 estableció un modelo de cinco etapas que reflejan los momentos que de manera general cualquier ser humano atraviesa tras perder a alguien querido. Kübler-Ross expuso su teoría en el libro 'Sobre la muerte y los moribundos' y ahí queda explicado cuáles son las fases y cómo se suele reaccionar en esos cinco diferentes momentos. Hay que saber que no todo el mundo pasa por las cinco fases ni en este mismo orden.
Fase de negación. Sucede sobre todo cuando una muerte llega de forma inesperada y rápida, como cuando perdemos a alguien en un accidente de coche o por una enfermedad fulminante. Se tiende entonces a negar la situación y a no creer lo que ha sucedido, es una forma que tiene nuestro cerebro de protegernos del dolor.
Fase de ira. Tras la negación llega la rabia y la frustración en el momento en el que asimilamos que nuestro ser querido ya no volverá. Es el momento en el que la tristeza se hace más presente y la muerte se ve como algo que quizá podría haberse evitado, se buscan culpables. Ante esto, es habitual la ira y enfadarse ‘con el mundo’ y con lo que nos rodea. En realidad no hay culpables y no hay vuelta atrás, dos situaciones que hacen que la frustración sea más fuerte.
Fase de negociación. Quizá es la etapa más desconocida y es en la que la persona que ha perdido a otro intenta fantasear con ciertas situaciones irreales y se hace preguntas sin respuesta como qué hubiera pasado si se hubiera actuado de otra manera. En el fondo sabemos que es imposible revertir lo que ha pasado, pero pensar eso ayuda a avanzar en el duelo y llegar a superar la pérdida de manera natural. Es una fase corta que no dura más de unos días.
Fase de la depresión. No hablamos de depresión como enfermedad, sino como esa fase en la que nos instalamos en el presente y aparece la sensación de vacío por la muerte del ser querido. Se identifica con la tristeza y puede llevarnos a entrar en una crisis existencial o a perder las ganas de seguir adelante sin esa persona a nuestro lado. Es cuando hay que empezar a aprender a vivir sin el ser querido que ha fallecido.
Fase de la aceptación. Es cuando aceptamos el dolor y la tristeza y entendemos que ese ser querido ya no está. Con el tiempo nos lleva a vivir tranquilos y a recuperar la alegría, el placer y las situaciones habituales que nos hacen felices.