Conocer mejor nuestra propensión a cooperar o ser egoístas tiene implicaciones en ámbitos tan importantes como el deporte, la política o la economía. Pero el trabajo publicado esta semana por investigadores españoles en la revista Nature Communications no es relevante solo por eso, sino porque se trata de uno de los pocos estudios en los que el experimento principal se realiza durante un festival de juegos de mesa. Y que demuestra, como explica Josep Perelló, uno de los autores del trabajo, que "el juego es una magnífica herramienta para investigar el comportamiento humano".
"El juego es una magnífica herramienta para investigar el comportamiento humano"
El primer experimento de este grupo de científicos de las universidades de Barcelona, Zaragoza y Carlos III de Madrid, se realizó durante el Festival de Juegos de Mesa DAU que se celebró en Barcelona en diciembre de 2012. En la prueba participaron 168 personas de entre 10 y 87 años elegidas aleatoriamente a las que se invitó a probar una interfaz con una versión del conocido como "dilema del prisionero". "Lo que hacíamos era básicamente invitar a la gente a participar de cuatro en cuatro a jugar a este juego", explica Perelló a Next. "No se conocían entre ellos y se conectaban a través de un portátil para jugar 25 partidas consecutivas". El dilema del prisionero es conocido porque los jugadores tienen opciones de ganar una cantidad de dinero u otra en función de sus decisiones de cooperar o de ser egoístas, y en este caso se jugaba con recompensas reales. "Si los participantes cooperan, ganan a partes iguales", describe el investigador. "Si decides no cooperar y el otro cooperar, tú te llevas diez y el otro se lleva cero. Si solo miras para ti, puedes tener ganancias altas, pero si nadie coopera nadie se lleva nada".
La novedad en este experimento estaba en la franja de edad de los participantes, pues las pruebas anteriores se han realizado casi exclusivamente entre estudiantes. "Se hacen dentro de las facultades y el espectro de edades es de 18 a 22", indica Perelló. "Un festival como el DAU nos permitía justamente invitar a otros espectros de edad a participar en los experimentos". El resultado, tal y como esperaban, arrojó comportamientos muy diferentes en función de la edad de los participantes. "Lo que vimos es que los chicos tienen una tendencia más volátil", explica Perelló. "Si no me funciona algo cambio de estrategia y vuelvo a cambiar, de una manera muy errática... En cambio la gente más mayor era muy persistente en una estrategia que generalmente era cooperar. Quizá la primera partida no les funcionaba pero en la segunda sí. Se observaban comportamientos muy distintos según la edad".
"Se observaban comportamientos muy distintos según la edad".
Los resultados más destacables y novedosos del experimento muestran un comportamiento diferenciado en la franja de edad más joven."En general, a la hora de colaborar, la gente tiene en cuenta lo que han hecho los demás, lo cual se conoce como cooperación condicional, pero nuestros experimentos demuestran que los adultos también consideran sus propias acciones pasadas; es decir, su manera de actuar es más predecible y ayuda un poco a mantener la cooperación", explica Yamir Moreno, otro de los coautores. Sin embargo, el comportamiento de los más jóvenes no seguía este patrón. "Según nuestro estudio, los niños son más volátiles en sus decisiones, no siguen una estrategia fija, y son esencialmente cooperadores condicionales, ya que se fijan mucho más en su entorno. La tendencia de los niños es estar pendientes de los otros jugadores y reaccionar según su respuesta, en lugar de estar condicionados a sus acciones pasadas. Esto dificulta que se llegue a generar un entorno cooperativo”, explica Mario Gutiérrez Roig en una nota publicada por la Universidad de Barcelona.
Existe la duda sobre si la tendencia a cooperar es innata o lo aprendemos.
Para comprobar que sus resultados eran fiables, los investigadores realizaron una segunda prueba, esta vez con estudiantes del colegio Jesuïtes Casp. Y las conclusiones fueron las mismas. "Los niños estaban más cooperativos, pero el comportamiento se mantuvo igual de cambiante", recuerda Carlos Gracia Lázaro, otro de los participantes en el trabajo. "Estos resultados invitan a pensar que hay un componente evolutivo y cultural a lo largo del ciclo de la vida y que ser más proclives a cooperar es una cualidad que se puede aprender", recalca. "Como humanos tendemos a cooperar", resume Perelló, "pero existe la duda sobre si nacemos así o lo aprendemos, y nuestros resultados invitan a pensar que más bien lo aprendemos, que es un hecho cultural. Los chicos no se comportan igual que los abuelos, de modo que la experiencia vital tiene algo que ver con todo eso".
Los resultados también invitan a investigar más sobre otros aspectos, como el hecho de que en la adolescencia se pierda la tendencia a cooperar que aparece entre niños de 6 y 10 años, y los investigadores apuntan otras ideas interesantes, como la conveniencia de jubilar a la gente con más de 60 años, cuando más desarrollada esta su capacidad para coordinar. Los científicos creen que también puede ayudar a diseñar estrategias para fomentar la colaboración entre los más jóvenes durante su etapa educativa. En el colegio, por ejemplo "se podría convertir en reglas más claras en los trabajos en grupo para facilitar que lleguen a acuerdos beneficiosos para todos”, sugiere Perelló.
Referencia: Transition from reciprocal cooperation to persistent behavior in social dilemmas at the end of adolescence (Nature Communications). DOI: 10.1038/ncomms5362.