En el fondo de su alma Benítez sabía que el final sería así. Ha seguido lo suficiente el fútbol de los últimos años como para no tener en cuenta que el desenlace habitual de los técnicos del Madrid es el desempleo. Son figuras de usar y tirar porque Florentino Pérez los considera seres accesorios, aguafiestas. No cree en ellos y, con esa premisa básica, no se puede esperar un final feliz.
Los ningunea tanto que, en su soberbia, piensa que no los necesita. Debe ser el único presidente en la historia del fútbol mundial que ha despedido a dos campeones de Europa solo un año después de que reinasen en el continente. Ancelotti y Del Bosque son los dos errores más grandes de un presidente que, en la faceta deportiva, los tiene y muy numerosos.
Son casos muy similares, hombres de fútbol, buenos encajadores y con menos fama de la que merecen sus historiales. En su camino se cruzó Florentino cuando eran felices en el Madrid y la sintonía entre la grada, el equipo y el técnico era perfecta. Con lo raro que es eso. El primer error, el de Del Bosque, fue un vía crucis para el madridismo que duró años y años ¿por cuánto tiempo se recordará el de Ancelotti?
A Ancelotti se le culpaba de las lesiones musculares y de la mala defensa; hoy todo eso está peor
Del italiano, los palmeros del presidente –él las explicaciones las da por control remoto- decían que no trabajaba lo suficiente, que las lesiones musculares eran su culpa y que el equipo no defendía. El hombre traído para subsanar todos esos enormes errores ha demostrado ser incapaz de hacerlo. Hoy el Madrid se defiende peor y tiene más lesiones musculares –igual algo tiene que ver el doctor estiramientos en todo esto-. Es difícil saber si el equipo trabaja más o menos, mejor o peor, porque Valdebebas es un cónclave perpetuo en el que las entradas están selladas hasta para la policía. En los despachos no se aguantaba que Ancelotti se llevase bien con los jugadores y, en eso, sí ha encontrado respuesta: la plantilla no aguantaba a Benítez.
Por el camino, además, se perdió el estilo, una idea del fútbol. Es un concepto algo etéreo, demasiado difuso para un contable de primera línea que duerme imaginado balances de situación y cuentas anuales como es Florentino Pérez. Demasiado divertido para alguien tan aburrido. Otro concepto etéreo: el carisma. También perdido con la salida de Ancelotti. Y puede parecer menor, pero el Madrid se parece mucho más a Disney que ACS, el material con el que trabajan no es hormigón y acero sino ilusiones. Y para eso Benítez, con todas sus horas en Valdebebas –cuando aún era querido los voceros remarcaban que era el primero en llegar y el último en marcharse-, no vale.
Abrumado por toda la maquinaria blanca el técnico intentó sobrevivir al puesto lo más posible, no crear una gran obra. Al principio de temporada, cuando era preguntado por el mal juego, él tiraba de estadística. Cifras y diagramas de barras, esas cosas con las que no sueña el aficionado. Ya después, cuando el equipo fue aún peor, no podía presumir ni siquiera de eso. A Benítez le ha ocurrido lo que les sucede a todos los resultadistas: si el balón no entra quedan desnudos a la intemperie, no tienen ningún argumento más.
Es cierto que las condiciones del trabajo de entrenador del Madrid son severísimas. Hay que convivir con un presidente que cree saber de todo, quiere imponer su opinión y tiene altavoces suficientes para que sus caprichos no sean un murmullo sino un estruendo. Es un entorno sin dirección deportiva en el que hay que rendir al nivel que exige un presupuesto de 600 millones en el que la excelencia se da por sentada. Se tiene que enveredar a una plantilla plena de egos y con tendencia a la dispersión. Es necesario agradar a un público que ha visto pasar por delante de sus ojos las mayores glorias deportivas imaginables. Es difícil, lo cual hace más increíble aún que se tiren a la basura los que han encontrado el camino.
La siguiente pregunta es obvia ¿será Zidane el correcto? Y es algo que hoy en día no se puede responder. Sabemos de él que fue un héroe, lo que le facilitará comprender qué piensan sus jugadores. No se puede entender lo que se ve desde lo alto del pedestal si solo se ha visto de paso por la carretera. Ese es el argumento que vocean hoy los terminales mediáticos del presidente, acaso porque es el único que pueden certificar.
De Zidane se sabe que es tímido, que le cuesta abrirse y que tendrá problemas para tarifar con la prensa por su fobia a los micrófonos
De Zidane se sabe que es tímido, que le cuesta abrirse, que tendrá un problema casi seguro para tarifar con la prensa –y eso es complicado cuando entrenas al Madrid- porque tiene cierta fobia a los micrófonos. También que nunca fue un loco del fútbol, que no pensó en ser entrenador hasta tiempo después de haber colgado las botas. En eso su biografía diverge del clásico entrenador que antes ha sido futbolista. Cuando hablan de Guardiola, la comparación con la que en secreto sueña el madridismo, se olvidan de que el mediocentro pensaba en la pizarra y el traje desde que era cadete.
Su paso por el filial es una mezcla de sensaciones. Buen trato al balón, algunos reportes positivos, resultados no brillantes y cierta desazón de parte de las plantillas que ha manejado. Es, en todo caso, una muestra escasa para sacar conclusiones. Entrenar al Castilla y al Madrid se parece tanto como llevar las finanzas propias y la contabilidad de todo un país.
Hay una duda más, casi morbosa. Zidane, como Benítez, sabe que en algún momento estará en el disparadero. Es el sino el entrenador del Madrid pero, en su caso, hay una pregunta que queda por resolver ¿alguien se atreverá a pitarle? No es lo mismo silbar a un entrenador que a una leyenda. Cuando el madridista cierra los ojos ve en bucle aquel gol de Glasgow, las ruletas, los pases sin mirar y esos delicados controles. Zidane no es como el resto porque él, en su día, apeló a los sentidos de la grada, educó a buena parte de los que hoy pitan a Benítez en el fútbol caviar. ¿Se atrevería la grada a pitar a un ídolo?
Es evidente que los portavoces de Florentino, cuando llegue el momento, le señalarán sin rubor con el dedo. En ellos no hay memoria, solo pleitesía. Queda saber si eso mismo le sucederá al aficionado o, por el contrario, buscando culpable, se girará al palco por no pitar al ídolo, situado ahora en la posición de víctima propiciatoria. Porque, al fin y al cabo, esa es una de las pocas cosas que le gustan a Florentino de la figura del entrenador: que sirve de escudo.