La novela de Alonso Guerrero, 'El amor de Penny Robinson', ya está en la calle, una obra de la editorial Almuzara, vinculada a Manuel Pimentel, ministro de Trabajo en la época de José María Aznar. Una novela en la que, a través de personajes ficticios, el autor vende que narra “un relato de lo que vivió y, sobre todo, de cómo lo vivió”. “Un caso real sin precedentes: la transformación de un hombre con una vida sin sobresaltos en un personaje mediático”, según se lee en su contraportada.
Sin embargo, los detalles que esperábamos encontrar sobre sus diez años de relación con Letizia Ortiz y uno de matrimonio, -se casaron en 1998-, han quedado en nada. Su novela se centra en la presión y acoso mediático que vivió cuando el nombre de su exmujer saltó a la palestra como la futura reina de España, y de cómo se inventaron calumnias y mentiras de su vida personal.
Efectivamente Alonso se convirtió en uno de los personajes del momento y como él mismo cuenta, le ofrecieron varias ofertas de televisión y cantidades muy elevadas, sobre todo, según revela, de Telecinco. Sin embargo, ahora ninguna cadena le ha llevado para entrevistarle por su libro. Quizás esa doble moral no ha acabado de gustar. El hecho de que en su momento no quisiera hablar de su vida con Letizia o negara que fuera a lucrarse de ello, y ahora saque un libro, sobre una parte de su vida, podrían haberle pasado factura.
La novela comienza así: “Por razones que no vienen al caso, perdí mi vida privada entre las nueve y las diez de la noche del pasado doce de noviembre, día de mi cumpleaños. Digo perdí, pero en realidad me la arrebataron de un zarpazo. Desde entonces no he vuelto a pisar con negligencia los lugares públicos, ni contemplo los atardeceres sin que me separe de ellos una cortina de teatro. Y todo porque un desconocido me sacó una foto con un teléfono móvil, desde el otro lado del cristal de un escaparate. [...] Lo cierto es que con un aparato que ni siquiera molesta en el bolsillo te arrancan lo que más importa: una apariencia”.
En la obra escrita por el profesor de Almendralejo, explica anécdotas como el día que una persona “hurgó” en su buzón y le robó una carta, cuando rebuscaron en sus bolsas de basura, llamadas incesantes en su teléfono que le llevaron “a tirar el móvil en una cuneta cuatro días después” y el día en el que tuvo que huir de su casa, vigilada por paparazzi, e irse a un hotel.
Así relata algunos de estos momentos: “Lo que al parecer me colocaba en la picota era mi relación, en el pasado, con alguien que había empezado a interesar a todo el mundo. Tu vida se llena de personas que se presentan con la excusa de conocerte, pero en realidad vienen a arrancarte pedazos. Gente sin escrúpulos, cargados con equipajes de tránsito. Arramblaron con parte de mi pasado, pero he de reconocer que también me devolvieron muchos años que tenía olvidados”.
“Ahí empezó mi existencia de hombre de la multitud. No había vivido sin rostro ni cronología desde que, a los veinte, para pagarme la carrera, me enrolé de camarero en un barco que surcaba los fiordos noruegos. Mi pasado era de ellos. Podían inventarlo, ensuciarlo o convertirlo en un despojo. De hecho, pusieron en mi boca tantas sandeces que mi propio padre me llamó para preguntarme si había dicho lo que decían que había dicho. Les concedes una entrevista y te escriben un epitafio. Antes de esa foto yo tenía secretos. Podía tenerlos porque a nadie importaban”.
El momento en el que se vio en la prensa
También escribe cómo fue el momento en el que se vio en las revistas y en una de ellas, incluso se había publicado una imagen de cuando era pequeño que él llevaba sin ver años. “Iba a comprar las revistas dispuesto a todo, convencido de que nada de lo que hallase en ellas sería creíble, ni para mí ni para nadie. En la foto, un niño de siete años, mirando fijamente a la cámara, embutido en unos leotardos, de pie junto al toro de plástico que me había regalado mi padre y del que no me separé hasta la única mudanza domiciliaria de mi niñez, a los diez años, aparecía en la portada de una de ellas. Había visto por última vez esa instantánea treinta años atrás, sacada de la caja de puros donde mi madre guardaba sus escasas fotografías. Estuve tentado de telefonear a la revista y preguntar cómo habían conseguido la foto, pero sabía que esos hallazgos no pertenecen a quienes los fabrican, sino a quienes los consumen. Tanto si habían pagado la foto como si la habían encontrado en el cepillo del anonimato, la gente la donaba como un artista puro y perfeccionista, sin nada a cambio. Llamar y presentarme como quien era, Alonso Guerrero, con todas las sílabas de mi nombre —por más que mi nombre no hubiera dicho nada de mí hasta salir en los periódicos— era arriesgarme a que no me creyeran”.
En la novela, Alonso ataca a la prensa y a los periodistas. “Parecen empleados de la perrera, con la caña y el lazo colgándoles del cinturón”, para continuar escribiendo: “Sus cortes de cara me recordaban vagamente a la mula Francis, un personaje de serie televisiva de mi infancia. Como adelanto, con frases entresacadas de un tráiler, pues la función de esa noche era en directo, una de ellas decía que yo era un tipo muy poco agraciado, y que no se explicaba cómo había adquirido tanta notoriedad. Yo tampoco me lo explicaba. Aquella notoriedad que ellas mismas me adjudicaban no me parecía grande, sino vacía. Me obligaba a vivir junto a un teléfono, dentro de una casa asediada”.
Personajes que recuerdan a Letizia
Nos encontramos además con personajes en los que hay aspectos reconocibles de la vida de Letizia. Habla de Laura, una ex que le traiciona y que es capaz de lo que sea después del divorcio, y de dos fotos en las que sale desnuda, retratadas por Alonso: “La conocí en 1989. Por un momento me sobrecogió su desnudez. Había sido yo quien tomó la instantánea, aquel atardecer de verano, mientras ella dormía. Recordé haber buscado el encuadre durante mucho rato y, al despertar, había puesto el automático y me había fotografiado junto a ella, tan desnudo como ella. Pese a proceder con la frialdad de un artista, me pareció que después de haber cruzado el Sistema Solar, la luz de la persiana rayaba su piel como si supiera que no iba a tener mejor ocasión para pertenecer a este mundo”.
Después continúa relatando: “Por aquel entonces estaba enamorado de su bronceado, así que hice la foto. Las líneas bordeaban los hombros y caían a la parte interna de los muslos como si la confundieran con un tragaluz. Sin embargo, no fue aquel cuerpo entre el sueño y la vigilia lo que estimuló mi memoria, sino los pequeños objetos que el azar había puesto en la fotografía: los cuadros sobre el cabecero, el pequeño reloj abandonado en la mesilla y algunos de los libros que por entonces me obsesionaban. Promesas incumplidas que el amor utiliza para rodearse de eternidad”.
Otro de los personajes, Nené, es la seducción personificada, una ‘lolita’ de la que se obsesionó y en la que parece que ha tomado como referencia a la Letizia Ortiz que conoció cuando era su alumna y tenía unos 16 años. “Estuve a punto de renunciar a la posteridad, por eso empecé a escribir mis memorias. Mirando mi vida, ella era un pequeño margen, igual que yo, una promesa sin asideros que no deseaba que fueran en su busca. La vi salir embutida en aquel gabán de cosaco debajo del cual iba casi desnuda. Era bella como un diluvio, pero desapareció bajo el sol de diciembre sin dejar rastro [...] Sin darme cuenta, había llegado a obsesionarme con sus ojos y su boca. Ambos permanecían en mi memoria por alguna razón. Quizá los había visto en una portada de disco. Todas las mujeres que cantaban tenían esos ojos y bocas, aunque cada una destilaba con ellos una mirada distinta, y daba besos tan diferentes como sellos de lacre. Nené lo sabía, por eso quería la fama”.