En medio del océano Atlántico, a 1.400 kilómetros de Lisboa, se ubica un archipiélago del que São Miguel es la capital, las Azores. Un pequeño paraíso plagado de una imponente naturaleza, y ubicado mucho más cerca de los que pensamos, que no deja indiferente a ninguno de sus visitantes.
La naturaleza, el mar, los pueblecitos pesqueros y los animales que surcan sus aguas, son sus principales atractivos. San Miguel, o São Miguel, es la mayor isla de las nueve que forman el archipiélago, además de la más poblada -con 135.000 habitantes, que representan más de la mitad de la población total de las islas-. Es considerada la más diversa por la cantidad de paisajes que se pueden encontrar en esta superficie de no más de 747 kilómetros cuadrados (65 km de largo por 16 km de ancho), donde las praderas, los bosques y las plantaciones de tabaco y té lo inundan todo con sus diferentes tonalidades de verde.
Un volcán en activo
El origen de São Miguel, y del resto del archipiélago, es volcánico, de ahí que no sorprendan los relieves montañosos de la isla ni los numerosos cráteres como los de Sete Cidades, Fogo, y Furnas, convertidos en bellísimos lagos de montaña de aguas cristalinas y azules, y una de las principales atracciones turísticas de la isla.
La actividad volcánica de la isla está activa, de ahí que muchas de sus fuentes y sus manantiales a lo largo y ancho de sus parajes naturales todavía a día de hoy broten agua sulfurosa caliente y fumarolas de vapor. Esto se puede ver concretamente en los valles de Furnas, en la Ribeira Grande, en sus numerosos balnearios o caldeiras y uno de los platos que no se pueden dejar de probar es su cozido, cocinado durante horas con una olla enterrada en la tierra a partir del calor del volcán.
La capital cultural
Ponta Delgada es la capital de una isla increíblemente rica en patrimonio cultural y natural. En un paseo por sus calles no se puede dejar de disfrutar de sus iglesias de estilo manuelino, así como de su arquitectura tradicional y de su peculiar adoquinado, estos últimos construidos y elaborados a partir de basalto, la roca volcánica más común de la isla.
Furnas, la visita obligada
Aunque toda la isla se merece una visita, además de que es perfectamente asequible de recorrer si se viaja a ella durante tres o cuatro días, Furnas es de obligado recorrido. En el Valle das Furnas se encuentra este antiguo cráter plagado de fumarolas de agua caliente, baños de barro, aguas medicinales y más de veinte manantiales termales que lo convierten en una de las hidrópolis más grandes del mundo.
Piscinas termales naturales
Muy cerca del pueblo de Furnas está el parque Terra Nostra, un jardín botánico bellísimo construido entre los siglos XVIII y XIX donde la diversión está asegurada. Y es que, en medio de esa vegetación selvática, el parque cuenta con piscinas geotérmicas donde poder bañarse con libertad absoluta y una zona baja donde pasear entre los ríos de la Ribeira Amarela.
Las maravillas de su océano
Otro de sus grandes atractivos, gracias a su privilegiada y estratégica posición en el Atlántico, es el avistamiento en sus aguas de diversas especies de cetáceos. Delfines comunes, mulares, cachalotes, ballenas jorobadas en época de migración, tortugas y mobulas – de la familia de las mantas-, son algunas de las especies que pueden atisbarse en un paseo en barco alrededor de la isla. Por supuesto, también se pueden visitar sus playas volcánicas de arena negra, desperdigadas entre acantilados por toda la costa de norte a sur y de este a oeste.