Poeta y escritor, el periplo existencial de Trapiello encarna el viaje de muchos españoles: hijo de falangista, coqueteó en la juventud con el anarquismo y la Joven Guardia Roja hasta rechazar, en su madurez, mirar el pasado con el filtro pernicioso del color político. La libertad de no sentirse atado por ninguna de las dos Españas ha acabado por granjearle las críticas como ‘revisionista’. Antinacionalista convencido, es uno de los representantes de la pujante literatura española que sigue siendo una de las mejores armas para exportar la ‘marca España’ con el idioma español como embajador.
Pregunta: ¿Por qué es tan importante la memoria?
Respuesta: La memoria está bien porque nos ayuda a recordar y a vivir doblemente, pero la memoria es también peligrosa. Hay gente que vive de una manera difícil su vida justamente porque no puede olvidar. Nuestra vida siempre va a estar en una especie de filo de la navaja en el que si olvidas es malo, si recuerdas es malo, si olvidas es bueno y si recuerdas es bueno. Decía Nietzsche que un exceso de memoria daña la vida y es verdad. No podemos vivir constantemente con un peso de cosas que nos hacen daño, pero, al mismo tiempo, nuestra obligación es recordar las buenas y malas porque, justamente, la memoria mejora nuestra vida. Y en el caso de un escritor, con más razón por perpetuar el pasado en el presente enriqueciéndolo. El pasado, si lo hacemos presente, lo hacemos formar parte de la vida. Es un juego que da para mucho, pero la memoria es un material muy sensible que hay que saber cultivar, pero también retirarle el agua para que se seque sola porque, de repente, es una planta dañina.
P: Siguiendo un poco ese razonamiento, ¿si usamos demasiado la memoria, la acabamos desgastando?
R: Si usamos demasiado la memoria, lo que puede ocurrir es que nos neuroticemos y que vivamos únicamente en función de la memoria. Uno no puede vivir todo el tiempo de los recuerdos. Nos ayudan a hacer mejor el presente pero, si no es así, entonces habría que olvidarlos pronto. Ahora, con la memoria histórica, con mayor razón. Los países no recuerdan, recordamos los individuos y las personas y, por tanto, a veces es muy peligroso cuando se quiere hacer creer que los pueblos o las naciones recuerdan porque es cuando estamos más cerca de los falsos recuerdos y de la mentira. La memoria histórica es prueba de ello. Tendremos que hacer, en todo caso, una especie de suma de memorias individuales que, más o menos, concertamos todos y admitimos que son verdaderos y útiles para todos. A veces, cuando hay gente que es muy cuca y que tiene mucha labia y mucha habilidad, convence de cosas que no han sucedido a mucha gente o colectivos. En Cataluña, hemos visto como les han recordado hechos como “El Piloso”, que no sabíamos quien es. De pronto convences a gente de que Cristóbal Colón era catalán o de otras cosas que no han existido.
Es muy peligroso cuando se quiere hacer creer que los pueblos o las naciones recuerdan porque es cuando estamos más cerca de los falsos recuerdos y de la mentira. La memoria histórica es prueba de ello
P: Y entonces se hace bola de nieve…
R: Y se hace bola de nieve, como con la Guerra Civil. Es muy frecuente. Recordar cosas que no hemos vivido es un acto humano bastante común, al igual que ir a sitios por primera vez y pensar que ya hemos estado. Son recuerdos de convicción firmísima. El cerebro, a veces, nos juega malas pasadas.
P: Hablando de sitios que sí conoce bien, usted es castellanoleonés pero vive en Madrid desde hace muchos años y es una ciudad que conoce bien. Fue vocal en 2016 del Comisionado de la Memoria Histórica para la revisión de los viales de Madrid. ¿Qué recuerdos tiene ahora de aquella experiencia cuando pasea por las calles y las plazas madrileñas?
R: Yo acepté aquella propuesta de Manuela Carmena, y luego de Paquita Sauquillo en su nombre, porque sabía que se iba a aplicar una ley desastrosa como era la Ley de Memoria Histórica de Zapatero, una ley demencial y que se podría aplicar bien o menos bien. Acepté para tratar de que no se aplicara de una manera caprichosa y sectaria. El Gobierno municipal de Ahora Madrid trataba de cambiar 350 calles en callejero, lo cual era una barbaridad.
Propusimos el cambio de unas 50 calles por un estudio de la aplicación de la ley y ese trabajo fue uno de los más bonitos que he hecho yo y que hemos hecho todos los del comisionado. El 95% de las decisiones que tomamos, que no eran vinculantes, fueron por unanimidad y estábamos allí representados todos los partidos que tenían una representación en el Ayuntamiento. En las calles hay una cierta simonía, una venta de favores desde Mesonero Romanos a principios del siglo XIX. Hasta entonces las calles tenían un nombre natural que respondían a una topografía o una tipología relacionada con el lugar o, en todo caso, había alguna calle de santos o reyes. Luego los alcaldes se quisieron poner calles a sí mismos, a los generales, a los amigos, a los políticos… y a partir de ahí hubo una especie de comercio urbanístico de las calles un poco enloquecido.
A mí siempre me hubiera gustado que se recuperara el nombre antiguo de las calles, el nombre primitivo. En un momento determinado, Mesonero y otros ediles decidieron hacer pedagogía con las calles y poner modelos ejemplares. Eso está bien pero, cuando anda de por medio la guerra, la dictadura o el despotismo, el déspota o el dictador impone calles a gentes poco modélicas y ahí es cuando hay que corregir. Para eso estaba la ley de Memoria Histórica, al igual que no hay una avenida de Hitler en Alemania, ni de Mussolini en Italia… Cuando voy por Madrid y veo que no hay calles de algunos personajes, me alegro de que yo haya podido, en la medida de mis conocimientos, contribuir a que algunos personajes no tengan esa calle.
Hay gente con mucha labia y habilidad que convence de cosas que no han sucedido a mucha gente o colectivos. Lo hemos visto en Cataluña
P: Si en un futuro el consistorio de turno decidiera ponerle una calle a Andrés Trapiello, ¿le parecería bien?
R: Hombre, si fuera una calle en un arrabal de nueva planta o de nuevo cuño, pues diría que pobres hombres que van a tener que aguantar con eso. Pero quitar un nombre bonito del centro de Madrid o quitársela a otro, pues no. Estamos muy lejos de que eso suceda. Lo de las calles es tráfico de vanidad casi siempre y, de muerto, como te puedes imaginar, a mi me da exactamente igual.
P: Se lo pregunto porque su nombre suscitó cierta polémica a raíz de unas acusaciones del PSOE, del que usted se ha declarado votante durante muchos años, que le llamó “revisionista”. ¿Todavía le duele?
R: No me duele, en primer lugar, porque son tan ignorantes que no saben lo que es. El pobre Pepu Hernández, que fue el que tuvo que darme explicaciones, y que es muy buena persona, me llamó muy nervioso y me pidió excusas. Se lo agradecí y dije que me gustaría que se pidiera excusas en público puesto que era en público como se me había llamado, pero me di cuenta de que no sabía lo que era el revisionismo ni que era tan grave.
Si realmente te llaman algo que es feo pero ni siquiera saben que es eso, pues tampoco se lo puede tener en cuenta. Al mismo tiempo, todo el mundo debe ser revisionista. Hay que revisarlo constantemente todo. Se tiene que poner todo en tela de juicio todo porque si no el ser humano no avanza.
La filosofía de la sospecha es la que nos hace cuestionar constantemente las cosas y las opiniones. Pero yo sé que la palabra revisionista me la habían lanzado con una malísima intención porque va unida a la palabra negacionista y no es lo mismo, hay cosas que no se pueden negar. El otro día me encontré en el Ayuntamiento con responsables del Partido Socialista y les dije que agradecería que, en algún momento, en sede el Municipal, agradecería que las disculpas privadas se hicieran públicas. No va a ocurrir, seguro, porque los políticos son más bien de “sostenella y no enmendalla”.
No me duele que me llamaran “revisionista” porque quienes lo hicieron son tan ignorantes que no saben ni lo que es
P: Hablando de políticos, usted dijo recientemente que si se ponía una estatua a cada político incompetente, no cabrían en Madrid…
R: Fue a propósito de Largo Caballero, al que se le quitó un monumento en Madrid. Cuando se quitó, salió mucha gente indignada y cientos de historiadores, que no sabía que hubiera tantos competentes en esto en España… Paul Preston, a la cabeza de todos, dijo que Largo Caballero era un político mediocre pero no un asesino. Entonces uno piensa que si en Madrid hay que poner un monumento a todos los políticos que no son asesinos, aunque sean políticos mediocres… Si el único mérito que tiene Largo Caballero es que no fue un asesino, entonces apaga y vámonos porque entonces todo el mundo tiene derecho a una estatua. Ahí es cuando vemos que todo el mundo hace trampas con la memoria. Largo Caballero e Indalecio Prieto tuvieron un monumento por razones circunstanciales y oportunistas. Fue para no agraviar, en aquel momento, a los militares que no consentían quitar la estatua de Franco y así lo aceptó Tierno Galván. Son este tipo de componendas que resultan injustas para todo el mundo. No hacía falta estatua, seguramente, para ninguno de los tres.
P: ¿Cuál sería la proporción de políticos actuales incompetentes y la proporción de los que son merecedores de estatuas?
R: En general, tendemos a ver lo nuestro, el presente, de una manera mucho más negativa que el pasado. Por eso es importante que pase el mayor tiempo posible entre el hecho que ocasione una medalla, una estatua o una calle y el momento en el que se le concede porque el paso del tiempo relativiza todo. El problema es que los políticos se las quieren dar incluso en vida. Quieren tener una calle en vida o un monumento en vida. En el momento en el que nos despegamos, hechos que nos parecen épicos o dignos de elogio se empiezan a relativizar. En este momento, seguro que hay políticos, escritores, gente de ciencia o del trabajo que merecen un reconocimiento y que no lo sabemos ver. El tiempo es el que se encarga de poner un poco las cosas en su sitio. Recuerdo como fue atacado Adolfo Suárez prácticamente toda su vida de una manera salvaje y ahora, cuando llego al aeropuerto Adolfo Suárez, pienso que si este hombre hubiera podido imaginar que el aeropuerto más importante de España iba a llevar su nombre y que, cada día, cientos de decenas de miles de pasajeros lo iban a pronunciar, sonreiría mucho.
Dije a dirigentes del PSOE que agradecería que las disculpas privadas se hicieran públicas. No va a ocurrir, seguro, porque los políticos son más bien de “sostenella y no enmendalla”
P: ¿Esta exposición mediática ligada a la política le ha influido en su trabajo de escritor?
R: Hay gente que me dice que sí pero yo creo que no tanto. Las cosas me pillan relativamente mayor, más cerca de los 70 que de los 60, y soy una persona bastante organizada y trabajadora. Paso muchas horas al día solo. Soy un escritor de hechos y, por lo tanto, esto no modifica lo que yo soy. Voy al rastro todos los sábados, exactamente igual que hace 40 años, tengo los mismos amigos de siempre y no veo ninguna modificación. Es posible que, a lo mejor, ahora que escribo más de asuntos políticos, algunos se molesten más. Y lo siento porque no es mi propósito. Es un problema exposición y es verdad que no es lo mismo estar en esta conversación que si nos dieran un megáfono en la mano porque las palabras saldrían un poco distorsionadas. Me hizo gracia cuando intervine en un acto cívico que organizó Fernando Savater y Rosa Díez y me tocó un discurso en la Plaza de Colón. Recuerdo que se había estropeado la megafonía y un hombre muy corpulento, que era como un armario, se me acercó y me dijo que gritara mucho, que gritara todo lo que pudiera, y así lo hice. Pero, cuando gritas, las palabras no dicen lo mismo, siendo las mismas palabras. Hay que gritar lo menos posible, no hay que levantar la voz nunca en general. El cuidado de las formas perfecciona la verdad, dice mi amiga Cayetana Álvarez de Toledo, y es verdad.
P: Le hacemos tres preguntas comunes a las 10 personalidades distinguidas por Vozpópuli. ¿Cuál sería una característica propia de la sociedad española?
R: Es una sociedad muy generosa y muy solidaria. Inmediatamente, cuando ve un problema, acude. Lo estamos viendo estos días en La Palma. O si hace falta sangre, como en los atentados de Atocha cuando los hospitales colapsaron. Recuerdo de niño que no había pobre que llamara a la puerta al que no se le diera un trozo de pan. Eso ha impregnado a toda la sociedad. A la rural y la urbana, que proviene del campo.
Si el único mérito que tiene Largo Caballero es que fue un político mediocre pero no un asesino, entonces todo el mundo tiene derecho a una estatua
P: ¿Y un defecto que nuestra sociedad debería mejorar?
R: El defecto principal es la impaciencia, que tiene que ver un poco con la envidia. La impaciencia de ver que no se logran las cosas en las que se ha puesto una cierta esperanza y eso genera, a veces, falsas expectativas normalmente dictadas por la falsa percepción de ti mismo. Piensas que mereces más de lo que tienes y que tienes derecho a exigirlo de inmediato y eso, a veces, no es así y se produce una cierta inquietud y un cierto desasosiego. A veces este país considera, como colectivo, que no tiene todo aquello a lo que tiene derecho. Yo creo que hay que conformarse con poco, en general, si quieres tener mucho.
P: ¿Qué importancia le da a la libertad de prensa?
R: Le doy toda. El principal problema que tiene la prensa es la verdad. Hay gente que no quiere conocer todos los hechos y, con unos pocos, monta grandes ficciones. El principal problema de un periodista es cuando no quiere conocer todos los hechos porque considera que, con unos pocos, ya le vale. Y cuando tú le aportas otros, reaccionan a veces con ira y con cierta soberbia. En el caso de la memoria histórica y de la Guerra Civil, fue evidente. Cuando yo escribí “Las armas y las letras”, lo que se producía era algo bastante elemental, que era completar el relato, normalmente falso, que nos habían dado unos y otros por separado. Cuando juntabas un relato y otro, salía una cosa rarísima y ahí es cuando te dabas cuenta de que faltaba más de la mitad del relato, que es el que interesadamente no querían contar ni una parte ni otra. Se omitieron hechos que parecían que eran irrelevantes cuando, en realidad, eran los más relevantes. En la prensa pasa un poco lo mismo con gente que dice que, con la mitad de los datos, ya tiene suficiente para montar eso que llamamos, entre comillas, el relato por antonomasia y que al final son relatos distorsionadores y deformantes de la realidad.
El problema de los políticos es que se quieren dar medalla, tener una calle o un monumento incluso en vida. El tiempo es el que se encarga de poner las cosas en su sitio