España

Juan Lobato y el nido de los compañeros de partido

Juan Lobato conocía a Pedro Sánchez desde hacía bastantes años, más o menos desde 2008, cuando el hoy presidente era concejal en el Ayuntamiento de Madrid


Juan Lobato Gandarias-Sánchez nació en Madrid el 5 de noviembre de 1984. Es hijo de Juan Lobato Valero, natural de Jerez de la Frontera, abogado, militante socialista que llegó a ser concejal del Ayuntamiento madrileño en los tiempos de Enrique Tierno Galván y Juan Barranco, en los años 80 y 90 del siglo pasado. Su madre se llamaba Isabel Gandarias-Sánchez. La familia ha estado vinculada desde siempre al municipio de Soto del Real, en la sierra del norte de la Comunidad de Madrid. Allí paso Juan Lobato su infancia y su adolescencia.

El pequeño Juan estudió siempre en el colegio que los salesianos tienen en Soto del Real, El Pilar. Era listo, simpático, buen estudiante aunque sin aspiraciones a premio Nobel, le gustaba mucho el deporte y caía bien a la gente. En el colegio conoció a la que sería luego su esposa y madre de sus tres hijos, Susana. También en sus tiempos de bachillerato, a los quince años, empezó a aproximarse al PSOE, sin duda por una tradición familiar a la que él no quiso renunciar. Su fama era la de un “chico formal”; las madres de sus compañeras veían en él al yerno perfecto pero, si a mano venía, Juanito se iba de botellón o hacía payasadas como pintarse la cabeza de dos colores, una mitad de uno y la otra mitad de otro. Esa foto vale hoy mucho dinero (solamente la tiene él), pero si uno no se pinta la cabeza como Mel Gibson en Braveheart antes de los 25, ¿cuándo lo va a hacer?

Una cabeza que destacaba también por su lejanía al suelo; Juan Lobato suele ser el más alto en las fotos de grupo. Y también porque, como él mismo reconoce, a veces se le llenaba de pájaros. Un ejemplo: en la “agrupa” del PSOE en Soto del Real pensaron que aquel chico listo y con don de gentes, del que todo el mundo decía que era muy buena persona, podía echar una mano en política. Lo presentaron a las elecciones municipales en 2003, cuando el chaval acababa de cumplir la mayoría de edad. Salió elegido y a los 19 años se vio convertido en portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento sotorrealeño. Y se le subió a la cabeza: “Me convertí en un imbécil”, dijo muchos años después, pero tuvo la suerte de tener un buen amigo que le paró los pies, le bajó los humos y le curó de vanidades. Ese fue el principio de la carrera política de Juan Lobato.

En aquel tiempo ya estudiaba Derecho en Madrid. Se licenció, estudió también Administración de Empresas y tuvo la ocurrencia de sacar la plaza en el Cuerpo de Técnicos de Hacienda, “a pesar de lo cual le seguimos queriendo”, como bromean los vecinos de su pueblo.

La carrera política de Lobato ha estado siempre marcada por su personalidad: no acepta fácilmente que le digan lo que tiene que pensar, decir o hacer. Tiene la malísima costumbre (en política lo es) de poner sus principios por delante de sus intereses o conveniencias, y eso le ha llevado a embestir a cabezazos contra paredes muy duras (en esos casos suele romperse antes la cabeza) y a despertar, con el tiempo, notables recelos entre los partidarios del sahumerio y la adoración al líder, sea el que sea. Lobato es un socialista “clásico” que se escuchaba en casa, de niño, las cintas de casette que tenía su padre con los discursos de Felipe González. Y terminaba por aprendérselos de memoria.

Eso sí, ambición no le faltó nunca. Entró en la Comisión Ejecutiva del PSM, la federación madrileña de los socialistas. En 2015, su primer gran año, hubo elecciones municipales y autonómicas: Lobato fue elegido alcalde de su pueblo, Soto del Real, gracias a los pactos; y al mismo tiempo diputado en la Asamblea de Madrid, en la lista que encabezaba Ángel Gabilondo. El PSOE se quedó a un solo escaño de ganar (con la ayuda de Podemos) la presidencia, pero el control de la CAM fue para el PP de Cristina Cifuentes con el apoyo de Ciudadanos, un partido que había entonces y que no tardaría en desaparecer. Lobato hizo entonces sus primeras armas como parlamentario (autonómico) y allí se encontró con la que había de ser una de esas paredes que ninguna cabeza ha logrado romper: Isabel Díaz Ayuso.

La alcaldía la ganó por los pelos, eso es verdad. Soto del Real era un feudo seguro de la derecha, pero ya hemos dicho que Lobato tenía (y tiene hoy) el don de caerle bien a la gente. “Le votaban hasta los de Vox por lo buena persona que era”, asegura algún vecino, que sin duda exagera un poco en su pasión lobatesca porque en 2015 Vox apenas existía. Pero la extrema derecha ya estaba en pleno desarrollo cuatro años después, en 2019, cuando los vecinos le dieron a Lobato una clara mayoría absoluta como premio a su buena gestión. Luego llegarían los malos tiempos.

Juan Lobato conocía a Pedro Sánchez desde hacía bastantes años, más o menos desde 2008, cuando el hoy presidente era concejal en el Ayuntamiento de Madrid. ¿Se cayeron bien? Pues sí, pero es que Lobato le cae bien a casi todo el mundo… y Sánchez lo intenta. ¿Intimaron? La verdad es que no.

En 2017, durante su primer mandato como alcalde, Lobato –ambicioso siempre, aunque sus críticos insisten en que es un ingenuo y un crédulo y un poco lilón– intentó ser elegido secretario general de los socialistas madrileños. Se enfrentaba a José Manuel Franco, que ya era un peso pesado y que pronto lo sería más. Lobato perdió, algo a lo que no terminaba de acostumbrarse.

Pero en 2021 se produjo otro cambio en su vida, tan importante como el de 2015. Lobato dejó la Alcaldía de Soto del Real (muchos vecinos se sintieron traicionados, o eso dicen) para entrar “con todo” en la política autonómica. Se presentó a las elecciones autonómicas en el cuarto puesto de la lista que volvía a encabezar el profesor Gabilondo. Fue elegido diputado y nombrado portavoz adjunto, pero aquello parecía el Titanic: el PSOE había perdido 13 diputados y había sido relegado a la triste condición de tercera fuerza política de la Asamblea por la irrupción de Más Madrid, que en una sola noche pasó de 4 a 24 asientos. Pero sobre todo por el triunfo irresistible de Díaz Ayuso, quien, al frente del PP, logró 65 escaños en unas elecciones que ella misma había convocado.

Sin embargo, Lobato tenía más planes. En septiembre de aquel mismo año, 2021, volvió a presentarse candidato a la secretaría general de los socialistas madrileños. Alguien que había birlado al PP un ayuntamiento importante como Soto del Real, y encima con mayoría absoluta, mereció la confianza de los militantes. Derrotó a otro alcalde, el de Fuenlabrada (Francisco Javier Ayala), y se convirtió en líder del PSM. Más tarde fue ascendido a portavoz del PSOE en la Asamblea madrileña.

Esa fue otra pared contra la que poco pudo la obstinada cabeza de Lobato. Para vencer a Díaz Ayuso en un debate parlamentario no hay más que una solución: ser como ella. Pero Juan Lobato es una persona educada, sensible y no exenta de piedad. Tiene principios y no deja que nadie piense por él. Ayuso, sin embargo, en los debates de la Asamblea se comporta como la Tía Antonia de La verbena de La Paloma, de Tomás Bretón: una fiera corrupia que no se para ante nada, que no tiene el menor apocamiento, que no se preocupa del decoro ni de los buenos modos. No busca vencer dialécticamente a su adversario sino despedazarlo y humillarlo. Lobato ha tenido que enrojecer decenas de veces ante aquella ménade, porque a él se le da mucho peor eso de insultar. Además: Lobato, cuando intentaba comportarse como un maleducado, daba un poco de penita. Pero Ayuso, que es una populista nata y muy bien entrenada por su tutor, ganaba votos, apoyos y aplausos de sus cada vez más numerosos partidarios.

Hubo otro problema: el alejamiento paulatino de Lobato respecto de Sánchez. El líder electo de los socialistas madrileños se encontraba cada vez más incómodo con las formas del “jefe”, del secretario general del PSOE, que estaba decidido a controlar el partido con más fuerza y disciplina de la que nunca soñó ejercer ni Alfonso Guerra, que ha pasado a la historia por una frase que en realidad nunca dijo: “El que se mueve no sale en la foto”. Sánchez, decidido a conservar el poder al precio que fuera, se rodeó de un grupo de fieles en el que no había –no hay– nadie que le lleve la contraria. Ese grupo tomaba puntual nota de los aplausos, de las reverencias y desde luego de los silencios. Y Lobato aplaudía solo lo necesario. Y callaba más de lo que parecía prudente. Además, no podía con Ayuso y todo indicaba que el PSOE volvería a perder en Madrid. Poco a poco, semana tras semana, el joven y prometedor secretario general del PSM dejó de ser necesario. Y hasta conveniente. Se convirtió, siquiera en voz baja, en un sospechoso. Quizá no tanto como García Page, Lambán, Tudanca, Guerra o el mismísimo Felipe González, pero en un sospechoso.

El desenlace se acaba de producir. El novio de la presidenta madrileña, Alberto González Amador (este parece un buen momento para releer la maravillosa Ética para Amador, de Fernando Savater), fue pillado defraudando una elevadísima cantidad de dinero a cuenta de la venta de mascarillas durante la pandemia, fraude que confesó. Ayuso y su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, contraatacaron con bulos largos de contar. La clave, o una de ellas, parecía ser un correo electrónico en el que el abogado de Amador reconocía el delito; este correo fue enviado al líder del PSM, Lobato, por la mano derecha del intachable sanchista (y nuevo ministro) Óscar López: Pilar Sánchez Acera. Hay un intercambio de WhatsApp en el que Lobato pregunta de dónde sale ese correo y Acera trata de convencerle de que “lo tienen los medios”. Lobato no estaba nada seguro de eso; se sintió de pronto como el profeta Daniel al que sus compañeros de partido acompañan, entre sonrisas, al foso en el que aguardan los leones. Y tomó la precaución de acudir a un notario para que quedase claro, oficialmente claro, cómo le había llegado a él el peligroso correo.

Eso, el ir al notario para evitar una más que posible trampa, ha sido interpretado entre los dirigentes socialistas como una deslealtad. Casi como una traición. Y se produjo la desbandada. Lobato, joven esperanza blanca del socialismo madrileño, terminó de quedarse solo (hacía tiempo que entorno a él crecían los huecos y los silencios) en menos de 48 horas. Trató de resistir, convencido como estaba de que tenía razón y de que había actuado limpiamente. No sirvió de nada. Juan Lobato Gandarias-Sánchez dimitió el pasado jueves de la secretaría general del PSOE madrileño, no sin antes decir lo que ha dicho siempre: que no cree en la aniquilación del que disiente o del que piensa de otra manera. Sí, pero quien se va es él.

Decía Winston Churchill que en la vida hay varios tipos de personas. Están, por este orden, los amigos íntimos, los amigos corrientes, los conocidos, los indiferentes, los adversarios, los enemigos, los enemigos acérrimos… Y, por último, los compañeros de partido.

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La cobra coral de El Cabo (aspidelaps lubricus) es una serpiente venenosa de la familia de las elápidas que hasta ahora se creía endémicas del sur de África. Parece ser que se encuentra también en otros sitios.

Es una serpiente muy peligrosa pero muy bonita. No es muy grande (anda por el medio metro) y es de color generalmente rojo, pero llama la atención por su “capucha”, típica de las cobras, y sobre todo por los anillos negros que le dan un aspecto muy característico y que, en principio, sirven para avisar a los demás bichos de que es peligrosa. Y lo es.

Ahora bien, una característica muy llamativa de la cobra de El Cabo es que, como algunas serpientes más, es caníbal. No quiere decir esto que devore a otras serpientes de distintas especies; es que se come a sus congéneres, a las de su propia familia. Y no siente el menor remordimiento por ello.

Un consejo: tengan mucho cuidado con estas serpientes. Sobre todo cuando te sonríen.

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