España

Shakira y la venganza de la venus atrapamoscas

Los mayores la miraban convencidos de que la cría servía para todo… menos para cantar. Tenía una voz fea, áspera, “como las cabras”, le decían

  • Montaje Shakira

Shakira Isabel Mebarak Ripoll nació en Barranquilla (Colombia, costa del Atlántico) el 2 de febrero de 1977. Es la única hija que tuvieron William Mebarak Chadid, empresario de origen libanés, y su esposa Nidia del Carmen Ripoll Torrado, colombiana de ascendencia española como se ve por sus apellidos. Pero Shakira tuvo otros ocho hermanos, fruto del matrimonio anterior de su padre. Su nombre es árabe pero, contra lo que pudiera pensarse, se le ocurrió a la madre, no al padre. Su significado (dice William Mebarak) depende de cómo se pronuncie. En árabe significa “llena de gracia; en hindú, “diosa de la luz”.

El gran amor de la vida de Shakira no ha sido ningún futbolista ni ningún hijo de presidente. Es su padre. Se ha pasado la vida imitándole y metiendo los zapatos en las huellas que él iba dejando por la vida. William ha hecho cincuenta cosas, entre ellas trabajar como periodista; la niña, inteligentísima y claramente precoz, se puso a escribir (a máquina, como papi) cuando aún no levantaba un metro del suelo, cuatro o cinco años tendría cuando redactó su primer poema. Al padre le gustó siempre cantar; ella empezó a hacerlo casi al mismo tiempo que a hablar. William, de origen libanés, bailaba los ritmos de su tierra; Shakira aprendió inmediatamente las danzas árabes y sus primeros aplausos infantiles le llegaron precisamente por eso. Todo así.

Fue, inequívocamente, una niña prodigio con un talento extraordinario para muchas cosas. Los mayores la miraban convencidos de que la cría servía para todo… menos para cantar. Tenía una voz fea, áspera, “como las cabras”, le decían. Y encima, ya de chiquilla, cometía lo que siempre se consideró el peor espanto que puede perpetrar alguien que canta: soltar “gallos”, esas notas falsas y chillonas que aparecen de vez en cuando, sin querer, y que son el terror de los cantantes. Así que la niña, para cantar… pues mejor que no. Eso le decían.

Los mayores la miraban convencidos de que la cría servía para todo… menos para cantar. Tenía una voz fea, áspera, “como las cabras”, le decían.

Pero Shakira era, además de inteligente y talentosa, “más burra que un arado”, como se dice en Castilla. Tenía un carácter bastante fuerte, un mal genio difícil de disimular y, más que tenaz, era cabezota y obstinada como nadie. Y lo que más le gustaba era cantar. Aunque no la dejasen entrar en el coro. Que no la dejaron.

Pero había algo que le gustaba tanto como cantar: escribir canciones, letra y música. La primera que escribió, con ocho años, fue conmovedora: su título era Tus gafas oscuras y está dedicada, cómo no, a su padre. De los ocho hijos que tuvo William con su primera mujer, el mayor, William, se mató en un accidente de tráfico. El chico tenía 19 años y Shakira dos. El padre sufrió indeciblemente y adquirió la costumbre de llevar gafas de sol para que nadie notase que había llorado. Esas son las “gafas oscuras” de la primera creación musical de Shakira. Cómo no la ibas a querer.

Como quizá no podía ser de otro modo en aquel tiempo y en aquel país, a Shakira la metieron (con su absoluto entusiasmo, sin duda) en el tráfago inconcebible de los concursos musicales infantiles. Los ganaba todos. Algunos, como el televisivo “Buscando artista infantil”, se lo llevó en tres años consecutivos. Eso contribuyó a parar el golpe de la ruina familiar, porque su padre perdió por entonces todo lo que tenía. Pero a la niña ya no la sujetaba nadie. De aquel desastre aprendió algo que nunca olvidaría: hay que ayudar a quienes lo necesitan, sobre todo a los niños. A eso se ha dedicado (además de a la música) durante toda su vida, con diversas iniciativas solidarias como la fundación Pies Descalzos, que ella creó.

Sería interminable resumir aquí la carrera musical de esta mujer que habla cinco idiomas, que lleva la vida de un deportista de élite y que colecciona anillos. Publicó su primer álbum, Magia, con catorce años, y está hecho con canciones compuestas entre los ocho y los trece. Entonces firmó su primer contrato con Sony, cuyos directivos consideraron que aquella muchachita que cantaba como una cabra y que soltaba unos gallos terroríficos podía ser un buen negocio porque su talento y su voluntad no los tenía nadie.

Eso contribuyó a parar el golpe de la ruina familiar, porque su padre perdió por entonces todo lo que tenía. Pero a la niña ya no la sujetaba nadie

No la dejaron participar en el festival de la OTI (¿se acuerdan ustedes del Festival de la OTI? Qué mayores estamos todos, ¿eh?) porque tenía menos de 16 años. Dio igual. Su intervención en el Festival de Viña del Mar (Chile), en 1993, fue una deflagración que recorrió América Latina de punta a punta. Había nacido una estrella. Con su tercer álbum, Pies descalzos, de 1995, vendió cuatro millones de copias. Con el siguiente, ¿Dónde están los ladrones?, el doble. Temas como Inevitable o Ciega, sordomuda, hicieron que su fama cruzase los mares y llegase tanto a EEUU como a Europa. Quedó clara una cosa: Shakira había hecho de la necesidad virtud y no es que se le escapasen gallos al cantar: es que hizo de ellos una seña de identidad personal, los metía a propio intento por todas partes y convirtieron su estilo en inconfundible. Hay quien subraya que tiene voz de contralto. A saber qué pensarán las cabras de eso.

Como nadie está libre de cometer errores, la chica, que no se asustaba de nada, decidió investigar sus dotes de actriz e hizo un papel en una telenovela colombiana completamente incomestible que se llamaba Oasis. Eso fue en 1994. No puede decirse que su actuación fuese memorable, pero Shakira incorporó a su forma de ser el carácter extremo, apasionado y fatalista que caracteriza a los culebrones. Usaría todo eso años después, y cómo, cuando un piernas la dejó por otra más joven. Luego lo veremos.

Grabó en Estados Unidos. Logró sus dos primeros Grammy en 1999: hasta hoy ha conseguido 13 Grammy latinos y otros tres de carácter general, entre muchos premios más. Su disco Servicio de lavandería, con nueve temas en inglés, vendió trece millones de copias y fue número uno en diez países, entre ellos Suiza, lo cual tiene mucho mérito porque no es fácil imaginarse a los suizos bailando al ritmo del pop latino de Shakira y sus “caderas bamboleantes”, que habrían dicho Les Luthiers.

Llegaron los Billboards Awards, los premios Brit, los People, el éxito absoluto en la MTV, los récord Guinness (la cantante más seguida en Facebook, por ejemplo; superó los cien millones de followers en 2015); álbumes memorables como Unplugged, Fijación oral (1 y 2), Shakira y el excelente She Wolf (La loba). Por mencionar solo unos pocos. Fue repetidamente reconocida como la líder más importante de Colombia e incluso de Latinoamérica. La nombraron embajadora de Unicef. Barack Obama la hizo asesora suya en Educación de los hispanos en EEUU. Criticó ásperamente al presidente francés, Nicolas Sarkozy, por su política de discriminación hacia los gitanos, y más tarde al de su propio país, Iván Duque (de la derecha más extrema) por su intención de reducir casi a la mitad el presupuesto de Educación. Una fiera, Shakira.

Quizá el momento más alto de su carrera, al menos en lo que se refiere a popularidad, llegó en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica, en el verano de 2010. Su canción Waka waka sonaba y se bailaba hasta él los claustros de los monasterios cistercienses. Fue, en aquella época, la canción más escuchada del planeta. 

Y en esto llegó Piqué. Fue allí, en Sudáfrica. Un talentoso futbolista del Barça con unos ojos muy bonitos, un pestañeo seeeensual y una más que reconocida capacidad de seducción. Shakira mantenía entonces una relación amorosa, que podríamos llamar institucional, con Antonio de la Rúa, hijo del que fuera presidente de Argentina Fernando de la Rúa. Pero la aparición de Gerard Piqué fue un terremoto que se llevó por delante todo lo que encontró, entre otras cosas al desolado Antonio, que no entendía nada y que fue despachado sin demasiadas contemplaciones. 

Piqué era diez años más joven que Shakira. No llegaron a casarse (a la cantante le da repelús eso de las bodas) pero tuvieron dos hijos, Milan y Sasha. Todo parecía un cuento de hadas. Pero no lo era. Piqué, como tantos guapos, parece padecer un problema de inseguridad que solo se le pasa triunfando en la conquista amorosa. Una vez pasado el arreón inicial de Shakira, Piqué empezó a ejercer, como siempre ha hecho, de picaflor, con unas y con otras. Shakira lo sabía y comprendía, o perdonaba, o al menos se callaba. Una figura mundial como ella, con 125 millones de discos vendidos y un carromato entero de premios, no puede ponerse en ridículo por unos cuernos. Aunque sean muchos.

Pero la aparición de Clara Chía Martí, mucho más joven que Shakira (y también que Piqué), ha abierto la caja de los truenos, porque el futbolista parece haberse enamorado de verdad (aunque sea por septingentésima vez) y la cantante colombiana ha dicho que hasta aquí llegó la riada. Mientras los tortolitos planean su boda, Shakira ha sacado el fustaje que aprendió en la telenovela aquella, se ha puesto en modo agustiniano (de Agustina de Aragón) y, sin prisa, con todo cuidado, ha llevado a cabo una venganza terrorífica: una canción que se llama Music sesión #53,compuesta con ayuda del argentino Bizarrap (que en realidad se llama Gonzalo Julián Conde) y que es la burla más feroz que ha sufrido nadie en el planeta desde que los Tricicle hicieron su versión de Soy un truhán, soy un señor.

No hace falta glosarla porque la tienen ustedes por todas partes. ¿Y por qué es tan eficaz, como venganza, una simple canción? Pues muy sencillo: porque es buena. Muy buena. Aparte del escarnecimiento del pelanas de Piqué y de su nueva noviecita, que es brutal, la canción durará por su incuestionable calidad. Alguien con el talento y la trayectoria artística de Shakira no podía permitirse un despecho mediocre. 

Pero la aparición de Clara Chía Martí, mucho más joven que Shakira (y también que Piqué), ha abierto la caja de los truenos, porque el futbolista parece haberse enamorado de verdad (aunque sea por septingentésima vez) y la cantante colombiana ha dicho que hasta aquí llegó la riada

Resultado: el futbolista está en el ocaso de su carrera, su empresa no anda, su nueva novia empieza a preguntarse (almodovarianamente) qué ha hecho ella para merecer esto y Shakira, con este golpe maestro, con este repentino mordisco certero, está una vez más en la cima de su carrera. Es lo que dice ella: “A ti te quedé grande y por eso estás con una igualita que tú”.

Vaaaya lengua, ¿eh?

*     *     *

La venus atrapamoscas (Dionaea muscipula) es una planta única en el mundo, no hay más como ella, lo cual la llena de odgullo y satisfacción: es la única especie del género Dionaea, y es una planta carnívora de la familia de las droseráceas. 

En estado silvestre puede encontrársela nada más que en Carolina del Sur y al norte de la península de Florida, en EEUU Pero es una planta muy popular para cultivarla y tenerla en casa, en una maceta. Sobre todo en los países donde abundan las moscas. Y los moscones.

Todo un carácter, esta venus atrapamoscas. Primero, es verdaderamente hermosa. En primavera produce unas maravillosas flores blancas con un corazoncito verde que hacen que esta venus parezca adorable e inofensiva. Sí, puede que lo parezca. Segundo, porque es una de las rarísimas plantas que no dependen enteramente de la humedad que recogen sus raíces: es, por lo tanto, autosuficiente e independiente, cosa que no podemos decir todos, ¿verdad?

Y tercero, porque es más que recomendable no meterse con ella si eres mosca, escarabajo, cucarachita curiosa o futbolista del Barça muy pagado de ti mismo. La venus está allí, quieta, dedicando su tiempo a triunfar siendo hermosa, talentosa y exitosa, pero sin meterse con nadie. Lo curioso es que, aparte de las flores blancas, genera unos lóbulos verdes de forma ovalada, abiertos como las conchas de un mejillón y unidos por una especie de bisagra. Los bordes de estos lóbulos están rematados de pinchos y su interior, de un seductor y cantarín color blanquirrosado, tiene unos pelitos o cilios muy sensibles, que son los que desencadenan la tragedia. Añadamos que estos lóbulos emiten un olorcillo goloso que encandila a los incautos.

Anda la mosca por allí, o el escarabajuelo, o el defensa blaugrana, a lo suyo, a lo que hacen siempre porque está en su naturaleza. La venus no dice nada, no se inmuta. Interesado por el olor, entra el bicho entre las dos valvas del lóbulo, a ver qué pilla. La venus, quieta. Toca el animalejo curioso, así, a lo tonto, uno de los sensitivos pelos o cilios. Entonces la venus piensa, porque aunque parezca mentira es una planta que sabe pensar, que sabe contar y medir el tiempo (milagros de la química), y aguarda aviesamente hasta que el bichejo se confía, se convence de que él vale mucho, de que ancha es Castilla, y se pone a picotear. Como suele.

La venus cuenta el tiempo, entre veinte y treinta segundos (vamos: hasta que se termina de hartar), y entonces, zas. Los dos lóbulos se cierran de golpe uno sobre otro, los pinchos de los bordes se entrelazan y la mosquita, el escarabajo o el futbolista pendoncillo, que ni de lejos se lo esperaba, queda atrapado en una asombrosa cárcel vegetal de la que ya no puede salir. Poco a poco, la planta va digiriendo al petimetre. Y quien ríe la última, que es la venus, ríe mejor. Vamos: muchísimo mejor.

Moraleja: tenga usted cuidado de con quién se las gasta. No todas las plantas son iguales. Las hay muy listas y, a poco que se descuide, igual queda usted convertido en un Twingo despachurrado cuando estaba convencido de que era un Ferrari. Y no, no lo era.

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