Internacional

Benedicto XVI, un reformista que se batió por erradicar la pedofilia en el seno eclesiástico

El Papa Emérito fue un teólogo ortodoxo que rehusó la política en beneficio de la fe. Aunque con muchas sombras y sacudido por escándalos, bajo la cátedra de San Pedro intentó reformar una estructura económico-financiera mancillada y se batió por erradicar la pedofilia en el seno eclesiástico

  • Retrato del papa Benedicto XVI en la Catedral de Paderborn, Alemania -

En su editorial del 29 de diciembre -un día después que el Papa Francisco invitara a todos a rezar por la salud de Benedicto XVI - el Osservatore Romano recogió las palabras de cariño y cercanía del cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal italiana. Se sumaron las del obispo alemán Georg Bätzing e incluso las del rabino jefe de la comunidad judía de Roma, Riccardo De Segni, quien expresaba su preocupación y anunciaba su unión a las súplicas divinas para una pronta recuperación. No surtieron efecto, porque Joseph Aloisius Ratzinger se marchó como llegó: de puntillas y sin pedir la vez. Aunque se encontraba con su secretario Georg Ganswein y algunas monjas que le atendían, en realidad se sentía solo, incomprendido por desdeñar cualquier ideología y henchido con disfraces estrictamente conservadores que -mediante su intelecto cristiano- trató siempre de eliminar, o al menos poner en entredicho. De él, Nietzsche habría dicho que nació póstumo.

Apremiado por una delicada salud, el Papa Emérito murió la mañana del 31 de diciembre. Tenía 95 años. Los últimos diez estuvo a la sombra de Jorge Bergoglio en el Monasterio Mater Ecclesie (Jardines Vaticanos), donde llegó tras ocho años de Pontificado (2005-13). “No hay mayor acto de coraje y de reforma progresista que el de renunciar a su mandato”, explica a este diario Giovanna Chirri, toda una experta en el Vaticano. Como periodista, trabajó durante tres décadas en la agencia ANSA, y fue la primera que dio a conocer al mundo la dimisión de Ratzinger en 2013. Hace algunos meses publicó su último libro, precisamente dedicado a él: I coccodrilli di Ratzinger.  

“Aceptó -contra su voluntad- ser Papa en un cónclave angustiante, con una iglesia desorientada y un Juan Pablo II que ya llevaba tiempo queriéndose jubilar. Intentó, nada más llegar, dotar de transparencia a las finanzas vaticanas, envueltas en múltiples casos de corrupción hasta entonces. Fue el primero en hacerlo”, apunta en clara referencia a la IOR (Instituto per le opere religiose), con unos tentáculos que iban desde la mafia hasta la organización masónica P2, desde Roma hasta Londres. “También fue el primero en condenar públicamente la pedofilia en el clero y pedir perdón en la Plaza de San Pedro (junio de 2010), delante de 15.000 sacerdotes llegados de todo el mundo. Recordemos que sancionó y condenó a un intocable de la iglesia hasta entonces como Marcial Maciel Decollado, fundador de Los Legionarios de Cristo”.

Un potente acto de valentía que ideó cuando era cardenal y prefetto del ex Sant’Uffizio, entonces frenado por la curia en el crepúsculo papal de un Wojtyla obsesionado por derrocar el comunismo. “Puso nombre y apellidos a las víctimas. Quiso visitarlas, saludarlas, verlas, escucharlas en cada viaje que hacía. EEUU, Australia, Malta… Escribió una carta durísima, con displicencia, contra los curas católicos irlandeses acusados, instándoles a responder ante dios y los tribunales”. Batallas, todas, que Francisco y sus secuaces tendrán la obligación moral de combatir para erradicar el problema y minimizar los daños.

“Aceptó -contra su voluntad- ser Papa en un cónclave angustiante, con una iglesia desorientada y un Juan Pablo II que ya llevaba tiempo queriéndose jubilar. Intentó, nada más llegar, dotar de transparencia a las finanzas vaticanas, envueltas en múltiples casos de corrupción hasta entonces"

Sus demonios

Joseph Aloisius Ratzinger fue un finísimo filósofo y un teólogo de gran espesor litúrgico. Conducido por Paolo VI, estuvo presente en el Concilio Vaticano II como consultor del cardenal Josef Frings, justo antes de convertirse en archi obispo de Munich de 1977 a 1982, cuando fue llamado por Karol Wojtyla. Con él, en Roma, estuvo hasta sus últimos días. Siempre intentando recomponer una iglesia lacerada, fragmentada, a veces ungida por el demonio.

De esas llamas no se escapó tampoco el recién fallecido Benedicto, el 265º Papa de la iglesia católica, el octavo en renunciar el ministerio de Pedro (él último fue Gregorio XII en 1417). Con fama de hosco pragmático atrapado en el tiempo, de ser la némesis del actual Francisco, siempre le persiguió un pasado lleno de claroscuros.

Para comenzar, fue inscrito en las juventudes hitlerianas en 1941, obligatoria para todos los jóvenes alemanes de entre 14 y 18 años. “También se le imputó que callara, que mirara para otro lado y no denunciara el escándalo de pedofilia de algunos colaboradores -como Peter Hullermann- en la Archidiócesis de Munich en los ochenta, cuando él estaba a cargo de la congregación”, recuerda Giovanna. Un hecho doloroso que le explotó en las manos hace algunos años, y que fue recogido por el semanal alemán Die Zeit e incluso por la prestigiosa revista Spiegel. “Tuvo que preparar la memoria defensiva hace algunos meses para declarar en el tribunal. Son historias viejas difíciles de analizar bajo el prisma y las herramientas de hoy en día”, concluye mientras se dispone a escribir, quizás las últimas líneas, sobre el periplo de un hombre a quien ella dio a luz periodística. Uno que siempre remó a contracorriente. Con todos y contra todos.

Lo cierto es que, pese a confesar en múltiples ocasiones no estar al corriente de lo sucedido en Alemania, aceptó defenderse de la causa -por lo civil- y sentarse en el Tribunal provincial de Traunsten. Estaba fijada para el mes de enero, y habría sido el primer Papa en toda la historia en sentarse en el banquillo de los acusados. El acto, en sí, ya denota un aura revolucionaria por no tener precedentes.

Vatileaks y la soledad

Benedicto estaba cansado y muy enfermo. En su renuncia al anillo se escondía esa ausencia de fuerzas, esa frustración por no poder continuar con una reforma eclesiástica en coma cuando apenas había nacido.

Porque sí. La criminalidad infiltrada en la Banca Vaticana y los trastornos sexuales en el clero no han sido las únicas turbulencias que han sacudido ferozmente la iglesia de Benedicto, quien se batió por la recuperación, la liberación del latín en las misas y la unidad eclesiástica para sanar, de una vez por todas, los cismas. Pero siempre a través del perdón. De hecho, en 2009 rehabilitó al monseñor inglés Richard Williamson (negacionista de la Shoah), aprovechando a su vez la ocasión para pedir solidaridad y respeto para los judíos. Además, visitó varias veces Auschwitz. La última, años después de la polémica en Ratisbona, cuando intentó desarmar el Islam originándose una multitud de críticas, incluso de sus propios cardenales, quienes jamás le comprendieron del todo.  

Y es que Ratzinger no tuvo la envergadura de Woytila, entre otras cosas porque trató de rebajar las ínfulas sobrehumanas del Pontificado. Así, combatió siempre con solera una pérfida soledad que le dañó sensiblemente su alma. Soledad que combatió con compasión.

Como la que regaló en la cárcel al infiel Paolo Gabriele, su exmayordomo acusado de corrupción y fuga de documentos reservados al Pontífice, hecho que tuvo un eco mundial sin precedentes. Fue el epitafio de Vatileaks, que brotó en 2012, y en palabras del propio Papa “llenó de tristeza mi corazón”. Su fuerza mental, la rebelión de un acto inaudito y transgresor como el de dimitir y la cercanía del Opus Dei le ayudaron a recomponerse. A sentirse menos solo y a no huir de sí mismo.

Su teología -libre, sin cadenas, abierta a la crítica y al contacto con ateos- la expresó a través de la trilogía que escribió sobre Jesús de Nazaret"

La mujer en la Iglesia

Multitud revistas satíricas, entre ellas Il Vernacoliere, siempre le colocaron apelativos ignominiosos como Inquistore, Panzer-Kardinal, Rottweiler di Dio o SS, por Spirito Santo. Además, para muchos el obispo alemán fue un heredero de Pedro puramente transitorio. La sensación es que nunca llegó del todo a la gente.

Lo cierto es que en sus ocho años sólo escribió tres encíclicas: Dios como amor (Deus caritas est), el valor de la esperanza (Spe Salvi) y Justicia social (Caritas in veritae). También le dio tiempo a ser ambiguo con el celibato y, respecto a la legalización del matrimonio homosexual europeo en dieciséis estados, planteó una pregunta no exenta de polémica por resultar anacrónica al otro lado del Tíber: “¿Quién es el hombre?”.

Fue en 2021. Entonces ya se sabía que a Ratzinger le gustaban los gatos, la birra de Baviera, tocar el piano algunas notas de Bach o Mozart y leer libros de Orwell, Camus, Sartres y San Agustín. Su teología -libre, sin cadenas, abierta a la crítica y al contacto con ateos- la expresó a través de la trilogía que escribió sobre Jesús de Nazaret. “Fue un Papa reformador y espiritual”, afirmó el teólogo Paolo Guerrero, uno de sus biógrafos. Un hombre preocupado por la familia y muy sensible al rol de la mujer en la iglesia. “Su cristianismo es contemporáneo, moderno. Estuve con él muchas veces”, reconoce Lucetta Scaraffia, periodista y escritora, otrora directora del suplemento Donne, Chiesa, Mondo, en venta junto al Osservatore Romano, diario de la Santa Sede. “El 7 de octubre de 2012 proclamó santa a Ildegarda di Bingen, una mujer alemana del siglo XII. Una mujer que siempre generó controversia, quien durante años fue prácticamente una proscrita. De ella valoró sus visiones místicas, su inteligencia supina para la música, su delicadeza para la cura de personas con remedios caseros, tan en boga ahora. Decía de ella que se parecía a los profetas del Antiguo Testamento. Con esto se abrió a todas las mujeres”, espeta una donna que, precisamente, es famosa en Italia por abrazar la causa feminista y por haber criticado duramente el machismo en la Iglesia. “Fue el único que no me trató con paternalismo. De él admiro su lucha para erradicar la secularización y el relativismo ético que tanto daño estaba haciendo en este pequeño país. Era como una dictadura”, espeta fehacientemente.

La Basílica de San Pedro, donde tendrá lugar el funeral el próximo jueves, ya está abierta de par en par con su salma. Papa Francisco, quien se refirió a él como “sabio” y “consejero”, quien siempre reconoció haber tenido una sintonía dentro de las diferencias de ambos, oficiará la misa de este intelectual enorme. Un teólogo sin parangón que murió sin haber nacido. Sirvió a la fe como un pastor. En su testamento espiritual dejó escrito esto: “Gracias a Dios y a la familia. Suplico el perdón para todo los que alguna vez se hayan equivocado. Ciencia y fe no son opuestas”.  

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