El verano de 2016 en Reino Unido le habría encantado a Oscar Wilde. Un país que elige su destino y acto seguido se queda sin líderes para afrontarlo. El establishment que pierde hasta cuando gana: el sino de la política postmoderna. Hay dos tragedias, escribió el autor del Abanico de Lady Windermere, una es no conseguir lo que se quiere, la otra conseguirlo. La sociedad británica dijo adiós a la Unión Europea y al minuto siguiente ya estaba arrepintiéndose. El brexit es como una porcelana que cae al suelo y se rompe en mil sufijos afligidos: bregret, breversal… ¿Quién comandará una victoria que es concebida –incluso por los propios vencedores– como una extraña forma de derrota?
Parece que no será el eurófobo Nigel Farage, furibundo partidario del brexit, que acaba de dimitir como líder del UKIP. Tampoco el primer ministro David Cameron, que traicionó su promesa de no renunciar si triunfaba el sí. Los tories tienen un problema de liderazgo, y lo deben resolver cuanto antes. ¿Y entre los laboristas? No parece tampoco destino para el cuestionado y debilitado Jeremy Corbyn el devolver la fe europeísta al segmento de votantes progresistas, anónimos perdedores de la crisis y abandonados por sus élites. "El terremoto en la política británica tras el brexit es absoluto", confirma Ignacio Jurado, profesor de la Universidad de York. Fragilidad, incertidumbre, ausencia de liderazgo… "El triunfo del sí evidencia que no había plan más allá de las doce de la noche del 23 de junio", concluye.
La cascada de dimisiones, las declaraciones altisonantes, las promesas falsas o rotas y el desconcierto generalizado son síntomas de que algo en el tuétano de la sociedad y la política se ha roto para siempre. "El brexit ha pillado a contrapié a todo el mundo", explica Salvador Llaudes, investigador del Real Instituto Elcano, "ni los partidarios de la salida pensaban que ésta realmente podría suceder". Un doble shock –para los vencedores, para los perdedores– que está llevando a algunos a plantear una doble pirueta mortal: revertir el brexit, anularlo. ¿Se podría? Para The Economist esta posibilidad sería "poco elegante y humillante, pero sin embargo bienvenida". De la misma opinión son los miles de firmantes de la petición registrada en la web del Parlamento Británico para exigir un nuevo referéndum. Y no solo voces anónimas y medios de comunicación. También personalidades informadas, como el ex abogado general del Reino Unido Dominic Grieve, quien cree que hay margen legal para dar marcha atrás.
¿Qué opciones hay para revertir el 'brexit'?
Las posibilidades de revertir el mandato popular del brexit pasarían, en un hipotético escenario en el que la incertidumbre económica y política se agudizara, por la convocatoria de un nuevo referéndum o por la celebración de elecciones. La primera opción es técnicamente posible pero muy costosa desde la óptica democrática. Es cierto que no sería la primera vez que un país de la Unión Europea celebra dos consultas populares casi seguidas sobre el mismo tema (sucedió en Irlanda en 2002: sus ciudadanos votaron dos veces –la primera salió no, la segunda sí– la aprobación del Tratado de Niza, antecesor de Lisboa), sin embargo los expertos advierten que una jugada así minaría todavía más la credibilidad de la clase política británica. Celebrar un nuevo referéndum –¿Cuándo? ¿Con qué excusa? ¿Qué líder se atrevería a proponerlo más allá de Tony Blair el liberal Tim Farron?– es volver a la crispación, a la inestabilidad sin haber logrado siquiera salir de ella. Como ha escrito recientemente el escritor Irwine Welsh en The Guardian "no hemos encontrado nuestro lugar en la historia, y tratar de imponer inercia en estos tiempos tan fluidos solo puede conducir a más desacuerdos".
La cascada de dimisiones, las declaraciones altisonantes, las promesas falsas y el desconcierto son síntomas de que algo en el tuétano de la sociedad se ha roto para siempre
La opción de nuevas elecciones parece más atractiva. "Es un escenario poco probable aunque plausible", asegura Llaudes. "Unas nuevas elecciones ganadas por una coalición proeuropea tendría la suficiente legitimidad para no tener que activar el artículo 50 [el mecanismo comunitario que lanzaría de forma irreversible el proceso de desconexión con la UE]", explica este experto de Elcano. El referéndum del 23J no era vinculante, el Parlamento sigue siendo soberano, por lo que unos comicios ganados con holgura por una amalgama de laboristas, liberal-demócratas y –por qué no– escoceses del Partido Nacional podría devolver la legitimidad perdida a los partidarios del bremain.
"El tema no está zanjado", reconoce Jurado, para quien desde el día siguiente del referéndum han sido las fuerzas de la permanencia, las derrotadas, las que con más decisión y celeridad se han puesto manos a la obra para evitar lo más posible los efectos perniciosos del brexit. La idea es, en su opinión, "que el brexit no sea del todo un brexit", y aunque las soluciones traumáticas de repetir la consulta o celebrar elecciones sean complicadas de articular, son síntomas de que nadie en Reino Unido está satisfecho con el resultado.
Un resultado, dos debates diferentes
La furibunda y sobreactuada reacción de Bruselas al día siguiente del brexit; el pánico bursátil, el desplome histórico de la libra y los negros augurios económicos; los comentarios periodísticos que elevaban la decisión de la ciudadanía británica a tragedia griega. El brexit ha sido un terremoto, pero quizá no ha sido leído de la misma forma a uno y otro lado del Canal. Lo apunta Jurado: "Dentro de Reino Unido el debate es sobre cómo diseñar una salida que no lo sea del todo; en cambio, fuera, en Europa y el resto de socios, el debate es cómo salir ya, cuanto antes, sin prórrogas ni subterfugios". El referéndum en el continente se interpreta como el final de algo, mientras para los británicos es solo el comienzo. Esta distorsión de la realidad explica probablemente la estupefacción con la que estos días se analiza la descomposición del sistema político de las Islas.
Mientras los europeos ya actúan como si de facto Reino Unido estuviera fuera de la UE, los británicos se ven a sí mismos todavía dentro. En 1961, el primer ministro conservador Harold McMillan solicitó el ingreso de Reino Unido en la UE, lo que no se conseguiría hasta 1973. En sus memorias, el político británico calificó su propio plan de “penosa iniciativa”. Casi 50 años después, otra penosa iniciativa –esta vez de egreso– ha cambiado la imagen del país de la noche a la mañana: de tolerante y abierto a cerrado e intransigente. ¿Habrá finalmente marcha atrás?