Después de 173 capítulos, innumerables son los misterios que el escritor Richard “Rick” Castle y la inspectora de la policía de Nueva York Kate Beckett lograron resolver. Pero quizá ninguno tan obvio como que últimamente tanto la serie como sus actores principales parecían más perdidos que un futbolista en un museo. La resolución del que acabó siendo su capítulo final, “Crossfire”, dio buena cuenta de ello esta semana. También es cierto que, en el momento en que se anunció la cancelación de la serie, sus showrunners se apresuraron a calmar a sus fans avisando de que habían rodado un final alternativo que lo dejaba todo bien atado. Pero cuando éste resultó ser una especie de remedo del epílogo de la última novela de Harry Potter (con tres niños incluidos) mezclado con aquella desvergonzada abominación que cerró “Los Serrano”, con todos sus personajes casi despidiéndose a cámara a la vez, el shock fue mayúsculo.
¿…O quizá no tanto? Uno confiesa desconocer el nivel de exigencia del fan medio de Castle –aunque intuye que no es muy alto, más por el planteamiento de la serie en sí que por motivos personales, cuidado- pero es de entender que un final así le sentara como un mordisco en las partes blandas. Enlazar el dramático resultado de un tiroteo, con el protagonista y su esposa fatalmente heridos y arrastrándose entre su propia sangre para volver a reunirse enamorados al estilo de la mítica “Duelo al Sol” (King Vidor, 1946) con un flash-forward en el que aparecen varios años después desayunando junto a sus tres (anhelados) hijos es de una ramplonería y ñoñería infinitas. Tampoco es que la serie estrella de la ABC fuera nunca un prodigio dramático, pero cualquiera imagina que la propia Stana Katic anunció su decisión de abandonarla sin mirar atrás una vez rodó esa escena en particular.
ACIERTOS Y ERRORES TRAS 173 CAPÍTULOS
Pero vayamos por partes, porque a pesar de ello, Castle siempre tuvo tantas cosas buenas como malas. Estrenada en 2009, contaba la historia de un novelista de éxito que entra en sequía creativa una vez mata a su personaje principal. Pero pronto el destino llama a su puerta cuando un asesino en serie empieza a imitar los crímenes de sus novelas y Castle es emparejado con la inspectora del NYPD Beckett. Por supuesto no es difícil intuir por dónde irá esa relación, y más aun teniendo en cuenta que Castle es de carácter abierto y despreocupado y Beckett una dura policía traumatizada por el asesinato de su madre, pero eso es precisamente lo que sostuvo a la serie durante sus momentos álgidos: una reconfortante previsibilidad y la excelente química entre sus protagonistas. De hecho, sería un error menospreciarla porque el inagotable carisma de Nathan Fillion como un Castle en perpetua sensación de cachondeo y la solidez interpretativa de Stana Katic (en serio, ¿por qué esta actriz no es hoy más popular?) son lo que realmente ha salvado a decenas de capítulos cuyos misterios principales son como mucho del nivel Scooby-Doo.
Es más, el propio Fillion parece ser el canalizador de un tono entre desprejuiciado y meta, siempre tan cómodo entre esas tramas tan absurdas (aunque no tanto como la infravalorada “CSI: Nueva York”, la reina de los procedurals autoconscientemente bizarros), que es lo que le ha permitido mantener hasta hoy su enorme nivel de popularidad. Y si no nos creen, busquen por Google su nombre y la infinidad de gigantescos proyectos de Hollywood a los que sus fans han querido siempre asociarle desde que saltó a la fama con la llorada “Firefly”. Por cierto, otro aspecto positivo entre Castle y Firefly: el aparente buen rollo y sintonía entre su cast principal y el de secundarios que transpira en pantalla. Es un poco como reunirte todas las semanas con tus amigos en el bar.
Pero hasta aquí lo bueno, porque a una serie que le llevó al menos un par de temporadas cogerle el tranquillo al asunto se le sumaron también los problemas de anticipar sus climax quizá demasiado pronto. Nos explicamos: gran parte del show se centró en la tensión sexual no resuelta al estilo “Luz de Luna” entre Castle y Beckett… y que acabó resolviéndose en la 5ª temporada. Y si bien la sexta temporada logró sobrevivir a ello, la otra trama central, el misterio de quién mató a la madre de Beckett, es uno sobre el que se dieron demasiadas vueltas, incluso cuando lo realmente importante –el hecho de que la detective se da cuenta de que no puede superarlo sola- había quedado más que zanjado. De ahí la catastrófica octava y última temporada en la que Beckett abandona a los suyos, esposo incluido, como si nada hubiera pasado antes. Tamaña confusión dramática acaba agotando la paciencia hasta del espectador menos exigente. Muchos alegan que fue la marcha de su creador original Andrew Marlowe (antaño creador de taquillazos en Hollywood como “Air Force One” o “El Hombre Sin Sombra”) en 2014 la que llevó la serie al final de sus días, pero aquellos errores de principiante, unidos a una agotada fórmula y atado todo ello por unos nuevos showrunners sin duda menos capacitados, fueron el presagio de un desenlace fatal.
Asi que ahí queda Castle para el recuerdo. Por supuesto, existen miles de perspectivas sobre ello, y muchos aún nos preguntamos qué hubiera pasado si un procedural como éste no hubiera dependido tanto de ciertas subtramas. O mejor dicho, si hubiera seguido cómoda en sus tramas de misterio semanales y se hubiera dejado llevar por el camino fácil de seguir estirando la relación entre Castle y Beckett. Probablemente se hubiera agotado antes como “Luz de Luna” o quizá hubiera llegado a las 15 temporadas de “CSI”. Quién sabe, aunque al menos en sus mejores momentos nos queda una serie llena de buen rollo, con buena factura y con actores guapos, talentosos y carismáticos. Y la verdad, en los tiempos que corren, ¿qué tiene eso de malo?