Como es de esperar, en estos días son habituales los análisis del año que acaba así como el dibujo del posible desarrollo del ejercicio que se estrena. No quiero ser menos y en esta columna, hoy, quiero resumir muy someramente lo que 2021 nos ha dado y qué podemos esperar para 2022.
En primer lugar, 2021 ha sido un año frustrante, y por varios motivos. Frente a un 2020 que cumplió con su guión de película de terror, al menos hasta finales de año, lo que se esperaba del año recientemente enterrado fue muy diferente a lo finalmente ocurrido. Una derivada de ello ha sido el fracaso de las estimaciones de crecimiento y que, ante las previsiones iniciales hace ahora un año, estas se vieron claramente revisadas en bastantes puntos.
Y es que, aunque parezca extraño y paradójico, desde finales de abril de 2020 las estimaciones de crecimiento para aquel fatídico año se movieron en intervalos muy estrechos que finalmente se confirmaron. Sin embargo, para 2021, aunque la estimación de crecimiento en valores absolutos era menor que la de 2020, la evolución y variabilidad de las revisiones han sido relativamente elevadas.
Así, acabará 2021 con un crecimiento del PIB que oscilará el 5%, cifra importante pero inferior en más de dos puntos que las estimaciones previstas y a las deseadas por todos. Y es que mientras los efectos de la pandemia en sus meses más duros no fueron difíciles de prever y medir, la recuperación está jugando al escondite con los analistas de coyuntura. Pareciera que los modelos, que en cierto modo y paradójicamente no nos defraudaron en la dramática caída del segundo trimestre de 2020 y el intenso rebote del tercero, no han sido capaces de ajustarse a una evolución aún extraña, pero menos intensa que la de hace un año.
Las vacunas, detonantes de la recuperación económica en el segundo tercio de este año, no parecen aún suficiente para normalizar la actividad de algunos sectores
A todo ello ha contribuido también una actividad económica que se ha estirado y contraído a medida que los responsables políticos apretaban o aflojaban las restricciones a la actividad. Y no olvidemos a Filomena, que hizo estragos a primeros de año estampándonos su huella nevada en las cifras de crecimiento. Finalmente, las vacunas, grandes protagonistas y detonantes de la recuperación económica en el segundo tercio de este año que, sin embargo, no parecen aún suficiente, al menos, para normalizar la actividad de sectores que necesitan de una mayor confianza de sus consumidores.
Y finalmente la inflación. Un convidado de piedra que nadie esperaba. Invitada por unos cuellos de botella generados por una recuperación global a destiempo y más rápida de lo esperada de la demanda frente a una oferta desbordada. Su aparición, engalanada por los efectos de una geopolítica que amenaza por condicionar ya no solo cualquier previsión sino cualquier crecimiento, ha tensado la recuperación y ha colocado en una posición muy compleja a quienes tienen que tomar decisiones económicas. Aunque es pronto para saber si la era de la baja inflación es historia, sí es cierto que, al menos, los vientos que corren no son los mejores.
Inflación y fondos europeos
¿Y qué esperamos de 2022? Pues trataré de serles sincero. El año 2021 nos ha dejado una clara lección: que cuando el mundo se recupera de un shock tan excepcional como es el de una pandemia, y que recordemos aún no ha dicho adiós, cualquier escenario es posible. Pero como hay que elegir uno, elijo el más probable. En mi humilde opinión, y espero no equivocarme, 2022 será un año de continuación, de crecimiento y convergencia a los niveles perdidos. La inflación, aunque revoltosa hasta bien entrada la primavera, deberá relajar tensiones en verano aunque sin desaparecer del todo, y todo ello con el permiso de más de una teocracia. Los fondos europeos alcanzarán este año velocidad de crucero y todo ello permitirá un crecimiento más estable y rentable.
Pero claro, quién sabe. Muchos esperamos, creemos y deseamos que esta sexta ola sea la última. Que se deje paso a la diplomacia y que la rentabilidad de las inversiones europeas sean las esperadas. Si esto se cumple, 2022 será un buen año. Pero quién sabe. Uno ya no se atreve a esperar, y predecir, nada.