La consternación por lo sucedido en París estimula y justifica la solidaridad con las víctimas, que es una reacción lógica entre seres humanos. Si no fuera así, estaríamos en la selva o en la barbarie, cosa que, por mucho que se empeñen algunos, todavía no se ha conseguido. Pero, a partir de ese consenso, conviene acercarse al problema de la guerra de Siria para dilucidar qué intereses se ventilan en esa zona de Oriente Medio y cuál es la posición que un país como el nuestro debería adoptar, porque, evidentemente, los escasos intereses de España en la región tienen poco que ver con los de Francia, que fue la antigua metrópoli y que aspira a mantener su influencia en la zona. Supongo que esa es la razón por la que el Gobierno francés decidió, de forma unilateral, intervenir militarmente en el conflicto sirio, cuyos daños de todo orden son conocidos. En todo caso, corresponderá al pueblo francés valorar las decisiones de su Ejecutivo. Desde España, la guerra de nuestro vecino nos obligará a redoblar las medidas de seguridad y de colaboración policial, pero huyendo de cualquier compromiso en el plano militar. Y en este sentido, resultan un alivio las declaraciones prudentes del jefe del Gobierno, señor Rajoy.
Aquellas potencias que tienen claro cuáles son sus intereses y cómo defenderlos terminan decidiendo autónomamente la manera de hacerlo
Francia está en su derecho de intervenir, pero…
Desde la guerra de Irak, aquella región vive en una inestabilidad que se ha extendido a otras zonas del Mediterráneo, mar que, de nuevo la historia se repite, vuelve a ser un foco de amenazas a los países ribereños, cuyos intereses son tan heterogéneos que resulta extremadamente complicado acordar políticas y acciones comunes. Razón por la cual aquellas potencias que tienen claro cuáles son sus intereses y cómo defenderlos, terminan decidiendo autónomamente la manera de hacerlo sin necesidad de consultar a sus vecinos o socios. Al fin y al cabo, es la política internacional de siempre a la que no hay nada que objetar, salvo que ese tipo de decisiones pueda afectar a países ajenos al conflicto, que es exactamente lo que está pasando ahora. En mi opinión, ese es el contexto en el que cabe enjuiciar la actuación de Francia, porque, dada su evolución, lleva camino de convertirse en un problema, otro más, para una Unión Europea a la que nuestro vecino empieza a pedir ayuda, aunque, por sí o por no, continúa con sus acciones unilaterales que le han llevado hasta a abrazarse a Putin, un personaje al que habíamos definido como "bestia negra" de la UE a raíz de lo ocurrido en Ucrania.
Como es sabido, Francia fue una importante potencia colonial hasta que en la segunda mitad del siglo XX el proceso descolonizador acabó formalmente con su Imperio, aunque lógicamente ha tratado de mantener la influencia en las viejas colonias extendidas por el mundo. También debe recordarse que la política exterior francesa, demasiado inspirada en una falsa grandeur, ha estado jalonada por fracasos sonoros, sobre todo en relación con la descolonización: los casos de Indochina y de Argelia provocaron una crisis sin precedentes en la Metrópoli, que acabó con la IV República y que sólo el genio político del General De Gaulle consiguió superar. Más tarde, en los años 90, contribuyó a reverdecer el conflicto en Argelia y creó graves problemas en la antigua África francófona, especialmente Ruanda, Burundi y el propio Congo. Y de una manera o de otra, la Comunidad Internacional siempre tuvo que acudir en su auxilio para reparar los desperfectos o para evitar el aumento de las matanzas en conflictos mal conducidos.
Aunque Francia es un país admirable por muchas razones hay que fijarse con cierta aprensión en su política exterior
España debe conservar su buena imagen en Oriente Medio
Aunque Francia es un país admirable por muchas razones cuya enumeración no viene al caso, no es posible disimular la aprensión que produce su política exterior, porque, sin poner en duda la autonomía de la que siempre ha hecho gala, su decisión de participar en el avispero sirio bien hubiera merecido una consulta, al menos, y una evaluación en común de los riesgos asumidos, teniendo en cuenta que esa decisión afecta a la seguridad y a las vidas no sólo de los franceses sino de los nacionales de otros países de la UE. Se trata de una participación que va in crescendo y que, lógicamente, obligará a valorar si Francia cuenta por si misma con medios suficientes para enfrentar la guerra que su presidente, Hollande, declara haber emprendido, haciendo hincapié en cómo piensa ocupar la región para estabilizarla. Me imagino que sus socios, desde Finlandia a Portugal, tendrán algo que opinar al respecto.
Después de las condolencias sinceras y del repudio del horror, se ha de dar paso a la razón, alejándonos de la histeria mediática y de los ardores bélicos. Y en el caso de España, que es lo que nos interesa, debería suponer el reforzamiento de la información y de la inteligencia en materia de terrorismo, sin descartar la limitación severa de Schengen, procurando mantener y acrecentar la buena imagen que tenemos como país en Oriente Medio, lo que implica descartar cualquier participación en aventuras militares en lugares donde carecemos de intereses.