La monarquía es una convención política. Aquí también. Creer en la bondad del principio hereditario en la Jefatura del Estado no es una cuestión de fe. Nadie piensa que una dinastía tenga por designio divino unas dotes especiales para la dirección de un pueblo. Ya no. La base es el principio de consentimiento que otorgan las leyes democráticas, y la conveniencia de que se considere una fórmula menos problemática que una República. La tradición es otra cosa, porque la Historia se puede pergeñar a gusto del consumidor político.
El régimen del 78 se asentó sobre la idea de la reforma sin ruptura. Una fórmula extraña a la que llamamos “Transición”
El régimen del 78 se asentó sobre la idea de la reforma sin ruptura. Una fórmula extraña a la que llamamos “Transición”, y que solo marcaba un línea roja: la monarquía en la persona de Juan Carlos I. El problema era cómo convertir en eje de la democracia a quien había sido designado directamente por el dictador Franco. Era un extraño equilibrio que, además, se saltaba la línea sucesoria al dejar a Don Juan apartado.
La solución fue construir el mito del juancarlismo. Primero se vinculó al rey con la sociedad joven y las clases medias que habían emergido en España en la década de 1960. Libertades, europeísmo, votar, amnistía, autonomías, y fin de las ataduras del franquismo, se ligaban con un Juan Carlos I que muy poco antes había jurado fidelidad a las Leyes del Movimiento Nacional. Sí es cierto que Torcuato Fernández Miranda, gran artífice del cambio, y Sabino Fernández Campo, se dedicaron a cuidar la imagen del rey por el bien del país.
El 23-F terminó de asentar el mito. Aquel golpe de opereta y la operación Armada, fueron una buena oportunidad para culminar la imagen del rey demócrata y constitucional. Frente a los restos del franquismo y ante la amenaza terrorista, se alzaba Juan Carlos I como el gran salvador. Las imágenes televisivas del rey, en el momento justo, defendiendo la Constitución de 1978, y su contraposición al “Todo el mundo al suelo. Se sienten, coño”, fue definitivo. Ya estaba hecho el mito del juancarlismo.
Aquel contragolpe con el Rey de protagonista sirvió para que el PSOE se alzara con una hoy asombrosa mayoría absoluta en 1982
Aquel contragolpe con el Rey de protagonista, y un injustamente ensombrecido Suárez, sirvió para que el PSOE se alzara con una hoy asombrosa mayoría absoluta en 1982. 202 escaños permitían a los socialistas hacer lo que Alfonso Guerra anunció: “No va a conocer a España ni la madre que la parió”. El vínculo entre Juan Carlos I y el PSOE de Felipe González se fijó entonces.
El mito del juancarlismo se asentó sobre el silencio de la vida privada del rey y de la Familia Real. Ahora, muy lentamente, a cuentagotas, vamos conociendo los turbios negocios, las relaciones extraconyugales, y las desavenencias familiares entre los Borbones. El problema es que una monarquía en un gobierno representativo se basa en el papel dignificante y en el papel dignificado, tal y como contó el inglés Walter Bagehot en 1867. Es decir; puede cumplir su papel constitucional (dignificado), pero es preciso que su comportamiento sea el reflejo de las mejores virtudes (dignificante). No ha sido el caso.
Que la infanta Cristina se siente en el banquillo es el fin del juancarlismo; esto es, de la “ceguera voluntaria”
Que la infanta Cristina se siente en el banquillo es el fin del juancarlismo; esto es, de esa “ceguera voluntaria” de la que hablaba Christian Jelen al referirse al papel de los intelectuales franceses que callaron los crímenes del comunismo. La Familia Real ya no es intocable, lo que es síntoma de que el régimen del 78 se desmorona. La aplicación de la “doctrina Botín” –no juzgar a la Infanta sencilla y simplemente porque no- era una estafa a la ciudadanía, a la formalidad ya falsa de una igualdad constitucional, y un mal irreparable a esa convención de la monarquía.
Solamente un juicio justo y real a la infanta Cristina y a Urdangarín podrán preservar, si es que a estas alturas podemos asegurar nada en este régimen que se cae, la monarquía como forma de gobierno aceptada por la mayoría de los españoles.