Opinión

Balas en un sobre y dinamita sobre España

La violencia utiliza el mismo armario que el demonio, por eso a veces es difícil de detectar. Está ahí, erosiona la sociedad y condiciona nuestras vidas, pero nadie la ve,

  • Pablo Iglesias y Rocío Monasterio -

La violencia utiliza el mismo armario que el demonio, por eso a veces es difícil de detectar. Está ahí, erosiona la sociedad y condiciona nuestras vidas, pero nadie la ve, pues se camufla bien.

Está latente cuando alguien utiliza el preámbulo de una ley para asestar una puñalada al Partido Popular, pues eso implica entrar con un mazo en el sagrado templo de la democracia y pegar un golpe en el altar, que es donde se sitúan los textos que marcan el camino de una sociedad. Las normas.

Violencia es también enviar un sobre con balas a Fernando Grande-Marlaska y a Pablo Iglesias. Conviene no agitar a los locos, pues son imprevisibles y, si además de tener una patología son malvados, emplean su enfermedad como excusa para justificar sus acciones. Cuando se incendia la convivencia, las mentes enfermas suelen avivar el fuego -consciente o inconscientemente- con este tipo de iniciativas, que son repugnantes, como el hecho de que Rocío Monasterio siembre dudas sobre su veracidad sin prueba alguna.

Porque hubo un día en el que su partido fue recibido a pedradas en el País Vasco y un portavoz de Podemos, Pablo Echenique, puso en duda que una representante de Vox fuese alcanzada. Afirmó que todo era un montaje y que la sangre no era tal, sino kétchup. Violencia es reír las gracias o hacer la vista gorda ante los violentos, que es lo que hace Podemos con las manifestaciones abertzales. Las que derivan en lanzamiento de piedras o las que incluyen homenajes a criminales.

El vandalismo empieza en casa

También es violencia apoyar a los vándalos, como hicieron Pablo Iglesias y el propio Echenique cuando las manifestaciones en favor de Pablo Hasél terminaron en disturbios. Podría Rocío Monasterio demostrar más responsabilidad ciudadana que esa izquierda y abstenerse de lanzar combustible sobre las llamas. No lo hará, pues en España los objetivos partidistas son prioritarios, no así el interés general. 

Habrá algún día en el que los fuegos que espolean los partidos deriven en una espiral de violencia, que es la antesala al enfrentamiento generalizado. Entonces, recordaremos la “alerta antifascista” que declaró Iglesias tras perder las elecciones andaluzas. O el mitin de Vallecas que reventaron sus cachorros. O el infame discurso xenófobo que pronunció el intelectualmente diminuto Ortega Smith en el barrio madrileño de Tetuán el pasado 12 de abril. O el hecho de que un racista como Torra haya llegado a presidir una región, donde, por cierto, hay quien extorsiona a sus iguales por hablar en español.

Ese día, también habrá que traer a colación el BOE del 23 de abril de 2021, en el que la batalla partidista se reflejó en un texto legal firmado por el rey. Este artículo periodístico no pretende ser equidistante, sino ser preciso en la descripción de un mal generalizado.

Porque, recordemos, antes del envío de la bala fue el chat de los militares retirados; y, antes de eso, el llamamiento a reventar cualquier acto electoral de la derecha radical (en algunas autonomías, también del PP y de Ciudadanos). Todo, con la máxima de que en una mesa en la que se sienta un fascista y cinco que no lo son, en realidad, hay seis personas que apoyan el fascismo. Eso es violencia. Es un golpe mortal a la convivencia.

Y ojo, violencia es también permitir que los límites de la decencia los marquen en las redes sociales personajes como Toni Cantó (¿pero cuál es el motivo exacto por el que se venera a este hombre?) o Pablo Echenique, siempre con esa palabra en la boca. Violencia es inocular veneno a la sociedad en cada escrito, cada tuit y cada columna. Violencia son las mesas de debate donde los mandarines del periodismo pro gubernamental manipulan para ganarse el sueldo y aferrarse a la silla. También la de esos cantamañanas que, por figurar, cambian de opinión cuantas veces haga falta, para intentar que su discurso amarillista siga teniendo pegada entre el lector o el espectador más ramplón.

Quien ha metido las balas en ese sobre, debería ser encerrado en algún lugar aislado, con una camisa de fuerza y un bozal. Pero no nos confundamos: España ya ha recibido muchas ráfagas de la ametralladora gatling de quienes se empeñan una y otra vez en denunciar la violencia. Cuando la sufren en sus propias carnes. Cuando la recibe el otro, la justifican. Ya nos conocemos.

Y dicho esto, que nadie se confunda: con todo esto lo que pretenden es movilizar al electorado y decantarle hacia las opciones más radicales y penosas, que son las que ellos representan. No hay más.

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