"A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno”. Todos hemos visto en acción la Ley de Godwin. Pocas veces reparamos en el gran error de base que encierra este argumento superficial, y menos aún solemos reparar en el pequeño, involuntario y paradójico acierto que en algunas ocasiones encierra en lo más profundo.
Hitler es el argumento que se lanza hoy contra cualquier posición conservadora. Quien manifiesta rechazo, temores o incluso simples dudas en cuestiones como el aborto, la eutanasia o el cambio de sexo es denunciado y visto como un nazi. He aquí el enorme error. La prudencia es el valor fundamental tras esas dudas conservadoras. Un conservador es, en esencia, una persona prudente. Especialmente en los asuntos políticos, morales y sociales. Por el contrario un nazi es, en esencia, una persona que desprecia la prudencia. La acción ante todo, la voluntad ante todo, la inmediatez ante todo. Los límites, la paciencia, la duda, la reflexión, la resignación, el antiutopismo, todo eso es considerado propio de débiles por quienes tienen un plan necesario e infalible. Quienes traen a la tierra un nuevo orden surgido de la tierra.
Hombres y mujeres cansados de los límites, de la vejez que detiene el progreso, de los consuelos religiosos, de la inacción y de las palabras medidas
El último Max Horkheimer, el de Anhelo de justicia, sería considerado hoy un fascista. Frente a él se situarían hombres y mujeres de acción, conocedores, portadores y canalizadores de la voluntad popular, con programas plagados de soluciones rápidas, inmediatas, sin medias tintas, soluciones definitivas que nadie antes se ha atrevido a imaginar. Hombres y mujeres cansados de los límites, de la vejez que detiene el progreso, de los consuelos religiosos, de la inacción y de las palabras medidas. Los antifascistas escupirían “¡Nazi” al Horkheimer que duda, y organizarían escraches en la universidad que se atreviera a cogerlo. Frente al filósofo judío se situarían hombres y mujeres que suenan como el fascismo… pero no lo son.
La ausencia de análisis y razonamiento convierte a Hitler y al fascismo en categoría. Todo lo malo es Hitler; todo lo que comparte métodos con el fascismo es fascismo. Es un error que genera imágenes políticas muy útiles para el antifascismo. Si ellos se exceden en el uso de la violencia -son los únicos que pueden presumir de ejercerla sin que pase nada-, entonces es que se han pasado al otro bando. Si un líder de izquierdas se corrompe, roba, da un golpe de Estado o asesina, escuchamos desde los dos lados que es un fascista. Pero el caso es que Hitler no es nada más que Hitler. El bigote y la estridencia son irrelevantes. Superficie. Incluso las ideas concretas no hacen a Hitler ser lo que es. La clave no son los temas -aunque “la cuestión judía” sigue gozando se buena salud, especialmente en la izquierda antifascista-, sino las acciones. Las justificaciones. Los límites y los principios que deciden violentar.
El manejo de eufemismos
Es un error decir que Otegi es Hitler y que Aizpurua es Streicher. Pero no es un error porque no se parezcan, sino porque los cuatro forman parte de una actitud común, y es la actitud lo que designa, lo importante, no su manifestación histórica concreta. No comparten (todas) sus ideas, no alcanzan la extensión de la Solución Final a “la cuestión judía” en su “conflicto vasco”, pero les une su absoluta audacia política y su preciso manejo de los eufemismos.
La izquierda abertzale se parece más a las izquierdas violentas y a los movimientos anticolonialistas del S. XX que al romanticismo nazi, pero todas esas diferencias y similitudes entre corrientes ideológicamente enfrentadas se quedan en la superficie. En la estética. La raíz es la misma. Y la raíz no es patrimonio del fascismo. Hitler era un temerario social. Un revolucionario. No se apoyaba en la tradición, sino que pretendía erigir un nuevo orden.
La verdad concebida como un cúmulo de emociones convenientemente canalizadas (“testimonios”, los llama), la lacerante y gratuita humillación pública, la saturación de casos, la inmediatez incesante
Vemos estos días cómo el monstruo adquiere una nueva forma. Aunque siempre, por encima de los ropajes, es la misma. Fallarás ha asumido al fin el papel para el que había nacido. El periodismo de Streicher y la justicia de Freisler, la ejecución racional e inmisericorde del Comité de Salvación Púb(l)ica (primero como tragedia, después como farsa). La verdad concebida como un cúmulo de emociones convenientemente canalizadas (“testimonios”, los llama), la lacerante y gratuita humillación pública, la saturación de casos, la inmediatez incesante. Sabe alimentar la hoguera del morbo mediante detalles escabrosos y alusiones -al comienzo- veladas. La sacerdotisa Fallarás ha encontrado su sitio y función, igual que lo encuentra Jonathan Crane en The Dark Knight Rises, mucho más peligroso como médico justiciero que como villano enmascarado.
A veces nos olvidamos de que todo esto no está siendo construido desde la universidad líquida, las tertulias mecánicas o la izquierda posmoderna, sino desde el Gobierno. No queda sino aplaudir, porque Errejón también se ha estampado a 200 km/h contra ese mundo nuevo que llevaban en sus corazones desde aquel fatídico 15M. Un mundo acelerado, violento, sin piedad con los pecadores en acto, en potencia o en sueño. Errejón ha quedado marcado como en La Purga, y todos han salido a clavar sus palos afilados en la Bestia de la isla.
La voluntad de la masa
Sigue ofreciendo lecciones esenciales El señor de las moscas. No somos Hitler, pero podemos ser Jack, Roger, los gemelos. En el mundo de la justicia como el rayo, la voluntad de la masa y el prometeísmo posmoderno, el aburrimiento es letal. Alguien tiene que ser Simon. Y casi siempre uno de los imbéciles con palos acaba convertido en chivo expiatorio. Cuando es así, al menos queda el consuelo de que ellos se han colocado ahí voluntariamente. Pero hay que acordarse de todos los asesinatos sociales consumados que vimos antes.
Sabíamos que era esto lo que venía. Sabíamos que los revolucionarios siempre acaban devorados por sus propios monstruos. Bienvenidos a vuestro mundo nuevo.