Opinión

La camada negra de Pablo Iglesias

El líder de Podemos abandonará a Sánchez y se pondrá al frente de ese ejército de desesperados a los que el Gobierno ha dejado atrás

  • El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, interviene durante el pleno del Congreso.

Pablo Iglesias se ha adueñado del Gobierno, impone sus leyes, dirige los pactos, conduce la estrategia, amordaza a los ministros y señala el camino. Es el gran timonel de la nave de los locos, ese extraño artefacto, desquiciado y suicida, en el que Pedro Sánchez oficia de capitán beodo en las tardes del sábado. Un monigote de sobremesa. Iglesias orienta el timón hacia el piélago en el que las democracias sucumben, donde las constituciones perecen y el Estado de derecho se ahoga.

¿Hasta cuándo? Hipnotizados como bobos con la cuadriculación de las playas, los codazos en las terrazas y el fútbol que ya llega, no parece preocupar demasiado la pregunta. Por ahora, mientras dure el embeleco de la 'desescalada'. Raudo cambiará el panorama y ocho millones de parados urgirán una respuesta. Hay dos salidas. Iglesias conducirá mansamente a Sánchez hacia su estercolero comunista, el paraíso de la miseria, el latrocinio moral, la cartilla de racionamiento y la libertad aplastada. O bien, asfixiado el Tesoro, vacías las arcas, exhausto el PIB y desbocada la deuda, será Bruselas quien le muestre el camino. No hay otra opción

Nada de socializar con Sánchez la interminable, y quizás punible, carga de los insoportables errores cometidos durante la pandemia

Más que caliente, el otoño será infernal. Iglesias, caso de que se imponga la segunda opción, la de aceptar el salvavidas de Merkel, saltará del Gobierno en cuanto el monstruo de los ajustes asome su podadora por la frontera. No entra en el horizonte del líder de Podemos el compartir responsabilidades, auxiliar en los sacrificios, o 'arrimar el hombro', la tonada favorita de su socio. Nada de socializar con Sánchez la interminable, y quizás punible, carga de los errores cometidos durante la pandemia. Harto tiene con lo que le prepara el juez García Castellón, que acaba de mutarle de víctima a posible imputado.

Iglesias no se hará un Varufakis, el exquisito representante de la izquierda caviar del Peloponeso que logró hundir a Grecia en tres jornadas. Más bien se hará un Joker, el payaso de sus sueños. Metido en el papel, no cabe pensar que le dé por tumbar a balazos a algún periodista en vivo y en directo, aunque su lugarteniente Echenique ya tiene señalado a uno, con foto y todo, para que le descuarticen las fieras. El líder morado más bien se encaramará en el techo de un auto, exultante y feliz, y entonará, no el 'That's life' de Sinatra, sino quizás el 'Bella ciao', mientras la ciudad arde por los cuatro costados. Gran estampa. 

Iglesias aprovechará el vendaval de rabia para reforzar su estereotipo de líder de la gente de cara a unas elecciones el año próximo

La ira embalsamada emergerá como un volcán de odio, y lo anegará todo. Esta es la estrategia. Iglesias intentará monopolizar la desesperación de los descamisados y el dolor de los olvidados. Esa media España a la que Sánchez ha dejado displicentemente atrás. Variopintos extremistas criados en la revuelta del 15-M, organizados en grupúsculos, círculos, guerrillas, experimentados en jornadas de tensión y miedo (cerco al Congreso, a la Comunidad de Madrid, al Parlamento andaluz) animarán la algarada. Ya se les ha visto estos días persiguiendo cacerolas y amenazando transeúntes rojigualdas. Calientan motores, preparan la kermesse. Basta con asomarse a su retadora jerga en las redes, a sus agresivas webs: Revolución, Okupación, Antifascista, Guillotina... Ganas tienen. La yesca de la desesperación y el hambre arderá sin freno insuflada por esta camada negra aborrecible y feroz.    

Repartir 'pomadita'. Este es el plan morado. Nada de mantenerse en el Gobierno cuando lleguen mal dadas. Iglesias aprovechará el vendaval de rabia para reforzar su maltrecho estereotipo de 'líder de la gente' ante unas elecciones el año próximo. Sánchez estará abrasado, la derecha, desagrupada y Joker seguirá bailando sobre sus cabezas. Salvo que un golpe inesperado y certero, bien con toga, bien con la bandera europea, le borre esa mueca sádica de la cara.

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