Apareció Pedro Sánchez el otro día en un vídeo, junto con Fernando Simón y Salvador Illa y, por alguna razón, vino al recuerdo una historieta de Pepe Gotera y Otilio en la que tenían encomendado el arreglo de un socavón en la calle de la Boina. Sobra decir que la faena no terminó en éxito. Más bien, al contrario: el pavimento quedó totalmente destrozado y a un pocero le tiraron encima una carretilla llena de piedras, al confundir la alcantarilla con el hundimiento del terreno que tenían que tapar.
“He estado leyendo vuestros papeles y, otra cosa no, pero datos tenemos un montón”, dijo Sánchez a sus interlocutores durante la reunión, de la que trascendió un vídeo. O, lo que es lo mismo: tenemos la materia prima, pero no tenemos ni idea de cómo arreglar el desaguisado.
Escucho atentamente cada tarde a Fernando Simón y tengo la impresión de que el grupo de expertos del Gobierno dedicado a gestionar la emergencia sanitaria actúa con una pericia similar a los chapuzas del tebeo. Sería recomendarle no enviarles a reparar una fuga, pues, si aplicaran la misma estrategia que con la covid-19, primero negarían su existencia con los pies encharcados, posteriormente cortarían un perímetro de 20 kilómetros a la redonda y, al final, proclamarían el fin del problema y se echarían a dormir con el agua al cuello.
Pese a que España se encuentra en plena segunda oleada de la pandemia, pese a que las comunidades autónomas carecen de los rastreadores suficientes -el desastre se ha producido a todos los niveles- y pese a que el país bordea la ruina, la izquierda no renuncia a mitificar figuras como la de Simón, del que han confeccionado hasta camisetas.
Ese intento de glorificación es penoso, puesto que el discurso del portavoz está trufado de los argumentos más tramposos del Gobierno. Entre ellos, los que tratan de echar el muerto a la población joven de que la infección de la covid-19 vuelva a estar desbocada en España, donde los aeropuertos, la hostelería y los locales de ocio nocturno han permanecido abiertos para tratar de salvar la temporada turística.
Así ha sido por decisión gubernamental y, ciertamente, fue razonable, pues, al menos, había que intentar minimizar el golpe sobre un sector con tanto peso en el PIB. Ahora bien, es evidente que eso iba a empeorar la situación sanitaria, pues resulta difícil controlar evitar que entre aire contaminado en una casa si están todas las ventanas abiertas. Por eso, resulta lamentable echar la culpa a los veinteañeros del aumento de los contagios.
Ayuda a los 'youtubers'
No es casual que el portavoz pidiera el jueves a los influencers que transmitieran desde sus plataformas la necesidad de ser prudentes. En realidad, era una forma sutil de señalar dónde está el problema: en el público objetivo de estos líderes de opinión, que son los jóvenes. Es la estrategia del ‘divide y vencerás’, que es la que ha utilizado el Ejecutivo desde que comenzó la pandemia dentro y fuera del parlamento.
No deja de ser cierto que la responsabilidad individual resulta fundamental para evitar brotes de esta enfermedad. También que una parte de quienes pueblan estos lares siempre han tendido a asumir las normas con cierta displicencia, empezando por los de arriba. En concreto, por el propio presidente, que se resiste a emplear mascarilla en sus comparecencias. Quizá porque no quiere tapar con un trapo esa tez que tanto alababa John Carlin.
Pero, pese a esa tendencia al desorden tan característica de estos lares, es evidente que en España se ha realizado una gestión nefasta de la pandemia, por lo que culpar al 'botellón' es ruin. Propio de gobernantes de colmillo retorcido y tertulianos bovinos.
Merece la pena reparar en la facilidad con la que los medios han devorado los cebos que les ha lanzado la propaganda gubernamental para tratar de echar el muerto a otro.
No merece mucho la pena perder el tiempo en enumerar las consecuencias políticas, económicas y sociales que han derivado de la crisis sanitaria, pues ya son consabidas. Sin embargo, merece la pena reparar en la facilidad con la que los medios han devorado los cebos que les ha lanzado la propaganda gubernamental para tratar de echar el muerto a otro.
El periodismo científico
Mención especial merece, en este sentido, la actuación de esos periodistas ‘científicos’ que se han especializado en recitar, como papagayos, las consignas más cómodas para las instituciones. Son los que desaconsejaban el uso de mascarilla como método profiláctico, los que minimizaban la importancia del virus y los que no se atrevieron a cuestionar la utilidad del confinamiento en un momento en el que las redes sociales y los noticiarios se convirtieron en plataformas perfectas para señalar a los vecinos incumplidores.
Estos mismos son los que llevan varios días aireando las soflamas mongoloides de los más dementes manifestantes de la plaza de Colón de Madrid, que el pasado domingo negaban la existencia del coronavirus en algunos casos; y atribuían el estado de alarma a un plan de las élites para controlar a la población. A la cabeza, Miguel Bosé, quien es evidente que necesita tratamiento urgente. Desde luego, es una gran idea conceder tanto espacio en el telediario a los imbéciles.
Tenemos, por tanto, una prensa irrelevante que primero la emprendió contra quienes advirtieron de los peligros del coronavirus, luego contra quienes utilizaban mascarilla para protegerse de una infección respiratoria (¡tremendo!), posteriormente contra los vecinos que se saltaban el confinamiento; durante la desescalada, contra los pesimistas; y ahora, en verano, contra los jóvenes, que son los culpables de la que viene en otoño. Mientras tanto, ayudan a convertir a Simón en un prócer de la patria. ¡A Simón! El mismo que se ha especializado en el arte del requiebro lingüístico y la ocultación de la realidad para salvar la cara al Ejecutivo. ¿Epidemiólogo? No, es, sencillamente, un político. Malo. Muy malo.
El caos
Se contaron el jueves 7.000 nuevos contagios en España y el viernes por la tarde todo parecía indicar que las restricciones a los movimientos de la población iban a aumentar en el corto plazo. Con este panorama, Simón apela a los influencers para que ayuden a corregir el comportamiento de culpables que no son tal, mientras aguarda la llegada del presidente que dio el visto bueno a que se abriera el país en verano. Todo, mientras se iba a la playa en la peor crisis del siglo.
Pero sí, los responsables de todo esto son los jóvenes. Hagámonos una camiseta de Simón. Desde luego, no cabe un tonto más.