Las imágenes del asalto al Capitolio de los Estados Unidos mientras los congresistas iban a certificar la victoria de Joe Biden han recorrido todo el mundo. Donald Trump ha puesto en peligro a la democracia americana al ponerla en la misma balanza que repúblicas bananeras como la venezolana y debería ser destituido.
Los hechos acaecidos merecen la calificación de intento de golpe de Estado. Mientras el vicepresidente Mike Pence presidía la sesión conjunta del Congreso para contar los votos del Colegio Electoral; Trump alentaba a sus partidarios a protestar ante el Capitolio. La violencia estalló y los simpatizantes del presidente irrumpieron de manera violenta y sorprendente en uno de los edificios más seguros del mundo, llegando a ocupar el despacho de la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, mientras el servicio secreto se llevaba al vicepresidente Mike Pence para protegerlo, y cinco personas morían por esos incidentes.
Ante el silencio de Trump, el presidente electo Biden tomó la palabra en la televisión para condenar la insurrección y el caos, y pedir al presidente actual que interviniese en televisión y exigiese el cese de la violencia. La respuesta de Trump fue a través de twitter, pero no para condenar el asalto sino para recordar a sus seguidores que les habían robado las elecciones y decirles que se fueran a casa, que los quería y que eran muy especiales.
El problema que conlleva es convertir a Trump en un mártir y en una bestia herida que aliente de nuevo a sus huestes a la violencia
Quedan menos de dos semanas para la toma de posesión de Joe Biden, y que Trump, pese a prometer que la transición será pacífica, siga al mando del país es una irresponsabilidad. El poder del presidente todavía es muy fuerte y puede ordenar al Ejército la disolución de disturbios civiles o utilizar el botón nuclear.
La actitud del presidente norteamericano ante el golpe de Estado merece su destitución. El problema que conlleva es convertir a Trump en un mártir y en una bestia herida que aliente de nuevo a sus huestes a la violencia. El día 20 enero, militantes pro Trump han convocado manifestaciones en Washington para la toma de posesión como presidente de Joe Biden.
Cómplices del ataque
La destitución de Trump necesita del apoyo del gabinete y de los congresistas republicanos. Gran parte del partido Republicano sigue apoyando al presidente, pese a que ya se ven grietas en la derecha norteamericana. Senadores como Mitt Romney le han acusado de incitar a la insurrección y pide a sus compañeros de partido que no sean cómplices de un ataque sin precedentes a la democracia. Los republicanos han perdido la presidencia, la Cámara de Representantes y también el control del Senado
El procedimiento de impeachment no parece el camino más fácil para destituir a Trump, pues se inicia en la Cámara de Representantes y pasa después al Senado, donde el presidente es investigado y después absuelto o condenado; en un proceso que se dilataría más de dos semanas. Sin embargo, de manera inmediata, sí podría ponerse en marcha la sección cuarta de la Enmienda 25 de la Constitución, que prevé la posibilidad de destitución del presidente que se muestre incapaz de cumplir con los deberes inherentes a su cargo. Para ello el vicepresidente Pence y la mayoría del Gabinete deberían votar a favor de la destitución y enviar una carta al Congreso.
Democracia en peligro
Esta vía se ha complicado al dimitir varios miembros de la Administración tras el asalto. La transferencia de poder al vicepresidente sería inmediata. Trump, una vez destituido por su gabinete, podría impugnar la decisión enviando una carta al Congreso y Pence tendría cuatro días para responderla. A continuación, la Cámara de Representantes, controlada por los Demócratas, podría negarse, por mayoría simple, a actuar durante los 21 días restantes. No parece que el vicepresidente vaya a enfrentarse directamente a Trump, pero si la situación es insostenible no podría descartarse.
Trump termina su mandato poniendo en peligro la democracia americana y la credibilidad y prestigio de su país. Sus acciones del 6 de enero polarizan más el país, culminan su continuo ataque a las instituciones y no le hacen merecedor de ocupar la presidencia de la mayor potencia del mundo. El problema es que su herencia populista continua y no sólo dentro de los Estados Unidos.