Aquí y ahora están pasando algunas cosas curiosas cuyo examen minucioso podría llegar a significar un vuelco en la forma que tenemos de aproximarnos a asuntos tan importantes como la rebelión del nacionalismo catalán. Transcurridos ya 55 días desde las elecciones autonómicas del 21 de diciembre, Cataluña sigue sin Govern al frente de una Generalidad que continúa intervenida por el Estado. Y parece que las cosas transcurren con cierta normalidad. El transporte público funciona, la gente va al trabajo, los niños a la escuela, los hospitales atienden a los enfermos y en las calles de Barcelona no se respira ninguna especial ansiedad capaz de sugerir siquiera las convulsiones políticas que atenazan a una minoría de individuos, los diputados independentistas, que viven en un sin vivir con el corazón puesto en la cartera y la vista en los destellos del faro que desde Waterloo guía, o tal pretende, sus pasos hacia la tierra prometida.
Mariano Rajoy aplicó el artículo 155 cuando no tuvo más remedio, a la fuerza ahorcan, con la presión de la calle reclamando alguna iniciativa capaz de parar los pies a los sediciosos, y solo después de que, en el último minuto, el valiente Puigdemont abdicara de su intención de disolver el Parlament para convocar él mismo elecciones, acojonado por el hecho de que unos cuantos mangutas le hubieran llamado traidor en las redes sociales. Esas eran las irrefrenables ganas que nuestro Mariano tenía de meter en cintura a los rebeldes. La mañana después de tamaño trago, el gallego impasible nos sorprendió con el anuncio de elecciones catalanas a la vuelta de la esquina, en un movimiento que logró no pocos comentarios elogiosos (por primera vez speedy Rajoy tomaba la iniciativa, cogiendo al enemigo con las calzas en los zancajos), pero que en realidad revelaba su miedo a meterse en el laberinto catalán con una medida de fuerza hasta entonces inexplorada, y sobre todo evidenciaba su voluntad de salir de allí cuanto antes. Un 155 ma non troppo.
Junqueras no sabe que hacer para dar la puntilla al impostor de Puigdemont
Las autonómicas, como es sabido, arrojaron un Parlament con mayoría independentista. Derrota en votos pero victoria en escaños. Cosas de Tractoria. Y desde entonces, la nave permanece encallada en la apoteosis del absurdo de un señor, napoleoncito de terciopelo, que pasea por Bruselas convencido de su condición de hombre providencial llamado, él solito, a hacer realidad el sueño de la independencia, un empeño que a Artur Mas le produce rubor y que Jordi Pujol, padre putativo del estropicio, sabe irrealizable. Desde entonces, los diputados indepes procesionan a Bruselas lunes sí y lunes también con la regularidad del beato que todas las semanas se apalanca ante el confesionario dispuesto a oír la verdad revelada que llega tras la rejilla del más allá. Nadie sabe quién paga esas rondas, pero lo imaginamos. A Flandes peregrina JxCat, pero también una ERC en dos sillas y mal sentada que, con su líder en la cárcel, no sabe qué hacer para dar la puntilla a un impostor que quiere muerto y bien muerto sin que la sangre le salpique. Tu quoque Oriol, fili mi!
Los indepes podrían formar gobierno, pero no quieren
Y mientras tanto, Cataluña continúa parada, sin Gobierno y sin rastro de tenerlo en el corto plazo. Porque los secesionistas siguen erre que erre pretendiendo reelegir como president a un prófugo de la justicia, en grosera muestra de su intención de seguir gobernando para los 2.079.340 catalanes que les votaron, con desprecio para los 2.228.421 que no lo hicieron, y desde luego para los 1.161.564 que pasaron del trance de las urnas, y los 35.523 votos nulos o en blanco. A eso lo llaman democracia los émulos del Joseph Goebbels. Ellos podrían formar Gobierno, pero no quieren. No se ponen de acuerdo. El señor Rajoy, en otra demostración de ese valor legionario que le distingue, sigue empeñado en tender una trampa a Ciudadanos para que Inés Arrimadas se someta a la corrida en pelo que supondría presentar una candidatura imposible, cuando lo cierto y verdad es que aquí los únicos que pueden sacar a Cataluña del impasse son los indepes, una gente que ahora no sabe si matar de una vez por todas la gallina de Puigdemont o comerse el huevo de una independencia imaginaria.
Pero en Cataluña la vida sigue y parece que las cosas funcionan, que las columnas del templo no se han roto, que la gente hace su vida, el pueblo llano ríe, llora, sufre y sueña al margen de la tediosa matraca que nos siguen propinando, qué hemos hecho para merecer esto, los apóstoles del supremacismo. Cataluña continúa funcionando gracias a ese 155 aplicado con sordina y que Mariano quiere retirar a toda prisa. Con tanta sordina, en realidad, que TV3 sigue funcionando como lo que es: la televisión de un régimen de partido único dispuesto a laminar al adversario. Cosas de la tolerancia de Mariano. La propia Marta Rovira, ese dechado de sabiduría que Junqueras (“En dos partes dividida/ tengo el alma en confusión:/ una, esclava a la pasión,/ y otra, a la razón medida”) quiere proponer como candidata a presidir la Generalidad, ha admitido que el Gobierno central está aplicando el 155 “con inteligencia y silencio”. La vida sigue en Tabarnia, incluso en Tractoria, mientras el esperpento indepe empieza a aburrir al más pintado: tanto aburre que el asunto se ha convertido ya en la cuarta preocupación de los españoles, como acaba de revelar el CIS.
El daño que esta parálisis está causando al autogobierno de Cataluña parece evidente. Aunque también podría ocurrir que abriera los ojos a más de uno. Porque podría ocurrir que una mayoría de catalanes se diera cuenta de que no necesita a unos sectarios situados al frente de las instituciones autonómicas dispuestos a gobernar para unos pocos; podría ocurrir que esa mayoría reparara en la cantidad de cosas que se podrían hacer con los millones de euros que estos falsarios dilapidan para mantener contenta a una parroquia de 200.000 funcionarios convertidos en columna vertebral del prusés; podría ocurrir, digo, en fin, que la gente se acostumbrara en Cataluña a funcionar sin Govern, a no tener que soportar un Govern nacionalista, y que a coro llegara a preguntarse ¿para qué necesitamos semejante autogobierno? Y podría ocurrir que el ejemplo cundiera y la misma pregunta se la hicieran muchos otros españoles por los cuatro puntos cardinales de este cansado país. “¿Por qué, si te despiertan bruscamente,/ sientes que te han robado una fortuna?”, escribió el gran Borges. Podría ocurrir…