480 euros de multa por poner, en un montaje chusco, su cara sobre la de Jesucristo. Esto es lo que le ha sucedido a un joven de Jaén condenado como autor de un delito contra los sentimientos religiosos por subir a Instagram un fotomontaje del Cristo de la Amargura, conocido en la Semana Santa de Jaén como El Despojado. Está claro que se puede opinar si la gracia del chaval de 24 años es de buen o mal gusto. Precisamente esa opinión se apoya en la libertad de expresión de cada cual. Pero de ahí a condenar a alguien por hacer un fotomontaje hay un salto muy grande. Si el ejemplo cundiese, que esperemos que no, habría que sacar el talonario para pagar las sanciones a muchas portadas de medios españoles. De línea editorial conservadora y progresista. De buen y mal gusto.
Para la Fiscalía, que actuó por petición de la Cofradía, el fotomontaje resultó ser una "vergonzosa manipulación del rostro de la imagen" que suponía un "manifiesto desprecio y mofa hacia la cofradía con propósito de ofender". No podría haber sido más atinada la redacción del Ministerio Fiscal porque, exactamente, esto es la sátira tal y como lo recoge el diccionario de la RAE: “Composición en verso o prosa cuyo objeto es censurar o ridiculizar a alguien o algo; y, en su segunda acepción, discurso o dicho agudo, picante y mordaz, dirigido a censurar o ridiculizar”. O sea, se ha penalizado la sátira.
No podría haber sido más atinada la redacción del Ministerio Fiscal porque, exactamente, esto es la sátira
No voy a entrar en sentencias de Estrasburgo que defienden el derecho a utilizar imágenes religiosas en nombre de la libertad de expresión ni en alambicadas explicaciones de magistrados y ex magistrados que defienden la peligrosidad de este tipo de recortes ideológicos. Simplemente, voy a recordar que estamos en el país de El jueves; la añorada La codorniz, y su guerra declarada a Inglaterra; la viejísima y desaparecida Sal y Pimienta… En la tierra de Mingote, Forges, Peridis y Gallego & Rey… en este país que se ríe de su sombra, que se cachondea de sus desgracias y hasta de las corruptelas...
Hay miles de ejemplos, pero uno especialmente paradigmático. Prácticamente toda España se convirtió hace tres años en Charlie Hebdo cuando el fanatismo religioso acabó con la vida de sus dibujantes y redactores precisamente por considerarlos ofensivos. Obviamente, nada en absoluto tiene que ver la barbaridad de París con la denuncia de la cofradía jiennense. Pero sirva como vara de medir que en aquel entonces, el ‘Je suis Charlie’ se coló en todos los perfiles sociales y nadie dudó en defender la libertad de expresión como característica esencial de esta Europa frente a la locura terrorista. Y mira que la revista francesa es dura en sus viñetas y no deja religión a salvo de sus críticas.
Estamos en el país de El jueves; la añorada La codorniz, y su guerra declarada a Inglaterra; la viejísima y desaparecida Sal y Pimienta…
España es un país de chirigota, de risa y jaleo, de poco respeto y -hasta hace poco- mucha tolerancia. Es el lugar donde el portavoz del Partido Popular es el sátiro Rafael Hernando, donde a la vicepresidenta se la despoja del apellido y se la juzga por sus gafas y el sitio en el que la Justicia no acaba de descubrir quién puede ser ese M. Rajoy que aparece en los papeles de Bárcenas. Así que o te tomas las cosas con humor o mejor te vas a Cuba para poder venir cantando. Porque en esta vieja piel de toro es precisamente la piel la que se ha vuelto muy fina y el humor y la crítica se han hecho amargos.