La frase la pronunció Cristina Fallarás después de haber vuelto a consumir elevadas dosis del suero de la superioridad moral. Ése que tanto gusta en la izquierda y del que tantas veces abusan sus portavoces. Afectada por ese peligroso líquido, Fallarás afirmó, con fingida ironía, propia de perdona iracunda: “Si eres culto y de derechas, eres un hijo de puta”. Hablaba en ese momento de libros y aseguraba que a los ciudadanos conservadores no les interesan mucho. Que eso de la cultura es cosa del progresismo porque -considera- quien tiene lecturas no puede oponerse al socialismo. Es de entender que todos los pre-marxistas eran gentuza, desde Platón hasta Cicerón. Sólo a partir del marxismo existen referencias a las buenas personas.
La Fallarás no está sola, dado que una buena parte de la izquierda piensa así, lo que sitúa a los disidentes en el terreno de los indeseables, de los insolidarios; de las cucarachas contra las que hay que luchar. Si lees y te informas y, pese a todo, eres de derechas, tan sólo se te puede considerar una mala persona. O, como afirmaba Liz Duval el otro día en un artículo en eldiario.es: si eres joven y opinas que el feminismo ha tenido un efecto negativo sobre la realidad de los hombres -el 44% de los encuestados por el CIS lo afirmaba-, necesitas ser re-educado, dado que seguramente hayas sido manipulado por todos los periodistas e influenciadores que no apoyan a la izquierda. Escucha más a Liz Duval y a Yolanda y menos a la derecha. Echar a la hoguera los libros de Chesterton y abónate a Canal Red. Haz caso a Ángela Rodríguez Pam, quien aseguró, con estos datos de la mano, que "4 de cada 10 hombres son cuñados, machirulos-incels". Es posible que los encuestados estén equivocados. O no. Que cada cual opine lo que considere. Sin embargo, insultarlos no parece propio de personas decentes.
Pero descalifican porque son conscientes de su poder. Son ellos quienes delimitan la frontera entre lo correcto y lo incorrecto; y entre el bien y el mal. Ellos son los que legitiman o deslegitiman los discursos y los que están capacitados para emplear cualquier herramienta para cumplir con sus objetivos. El fin justifica los medios. La revolución avala incluso la violencia. "El marxismo debe ser todopoderoso porque es cierto", dijo Lenin. Eso aguanta todo.
La 'censura' a Itziar
Sólo en un país que está fuertemente afectado por la patología del sectarismo se pueden llegar a aplaudir discursos como el de Fallarás o posiciones como las de Itziar Ituño, la última actriz que se ha significado del lado de la izquierda abertzale. Lo ha hecho para defender los derechos de los presos de ETA, de quienes dice que deben cumplir sus penas lo más cerca posible de sus casas. Se ha manifestado por ello y es legal. También lo es que BMW haya decidido retirarle el contrato publicitario que les unía. Apoyar a gentuza a veces tiene consecuencias. Estos quieren transgredir, pero a la vez salir indemnes de sus acciones.
Es evidente que algo va mal cuando se aplaude a Alberto San Juan por berrear (“Desde 1492, ser español supone pensar menos"), pero se censura a quien reacciona con la misma vehemencia en contra de ese discurso. Es lógico que haya quien se oponga a que se apalee un guiñol de Pedro Sánchez en Ferraz (soberbia idiotez). Pero, ¿y si lo hacen quienes queman banderas en Barcelona o la fotografía del rey? ¿Y por qué quienes defienden las manifestaciones por los presos de ETA consideran una provocación que Fernando Savater o Rosa Díez hablen en público en el País Vasco?
Nunca considerarían que quien apoya a un asesino a lo mejor se está carcajeando a dos carrillos de las víctimas, a las que define como ‘un daño colateral’
La respuesta es evidente: porque ellos piensan que tienen la superioridad moral de su lado. Porque están borrachos de poder. Porque nadie les cuadra en La 1 o en LaSexta; ni les explica que están profundamente equivocados y que detrás de su discurso en favor de la igualdad, la libertad y los derechos se esconde un fuerte espíritu censor. El que trata a la derecha como “hijos de puta” o el que despotrica contra los curritos que no apoyan al socialismo, al considerarlos inferiores. O el que celebra discursos tan equivocados como el de Albert Pla, que ha dicho: “España es un país que sigue dividido entre los que creen que los que mataron a Carrero Blanco eran unos héroes y entre los que creen que eran unos asesinos”.
Sus líderes de opinión nunca se permiten el lujo de dudar y de pensar que están equivocados. Nunca considerarían que quien apoya a un asesino a lo mejor se está carcajeando a dos carrillos de las víctimas, a las que define como ‘un daño colateral’, como ha sugerido Arnaldo Otegi en tantas ocasiones.
¿Cuál es lo peor de eso? Que están profundamente errados (y herrados en muchos casos). Y que están mucho más cerca del apelativo que pronunció Fallarás que la gente a la que señalan.