Opinión

¿Tiene la derecha que radicalizar su discurso?

Hoy, cuando el sistema del 78 está en juego, hay que ser radical, mostrando firmeza y coherencia, con propuestas firmes con las que se pueda sentir identificada la gente que resiste la inmersión autoritaria

  • Santiago Abascal y Pablo Casado en el Congreso

Las encuestas no acaban de ver el despegue de las opciones que se dicen moderadas, mientras que las radicales suben. El sentido democrático, la experiencia y la responsabilidad indican que la moderación es una garantía para el sistema. Cierto. Sin embargo, también es verdad que el desguace político está lleno de partidos moderados que dejaron de funcionar y pasaron a peor vida.

No hay duda de que hoy se castiga más la traición o la sospecha de poca fidelidad que la mentira. Un político puede mentir sin parar que no tendrá reprimenda alguna de su partido, ni siquiera de los medios de comunicación toda vez que faltar a la verdad ha dejado de ser noticia. Hoy se prefiere a un mentiroso que a un traidor. Ese desajuste en la política, donde importa más mantener las filas prietas y silentes que la verdad, es un buen indicador de que estamos en la época de la radicalidad.

Entonces, ¿para triunfar en las urnas hay que ser radical? Sí, pero con matices y no a cualquier precio, en el fondo y no en las formas. El motivo es que es importante que un partido encaje con la realidad de su tiempo. La situación que nos ha tocado vivir desde 2014 está polarizando día a día las actitudes, las propuestas, el discurso y las actuaciones. Asuntos que hace veinte años nos parecían escandalosos, hoy no son ni noticia.

Un nuevo paradigma

A la crisis del bipartidismo se unió la desafección social mostrada con el variopinto 15-M, la irrupción de la demagógica nueva política, el fiasco de Juan Carlos I, el golpe de Estado en Cataluña, la podemización de la izquierda, la corrupción económica y moral del PP de Rajoy, y la consiguiente división en tres fuerzas, y todo en medio de una terrible crisis económica y social.

Además, estamos en un cambio en el tiempo-eje, que diría Karl Jaspers, en el que la tecnología está marcando un paradigma nuevo. Los movimientos políticos y sociales ya son globales y simultáneos, donde la información ha dejado de tener una vía reglada, sino que es informal, como las redes. Es el reino de la desinformación, útil para la movilización o la desactivación de las masas.

¿Cómo incide esto en la sociedad española? Mucho. La radicalidad en España ha dado una vuelta de tuerca en 2018 por la deriva autoritaria del gobierno socialcomunista, su estilo de hacer política basado en el conflicto y en aniquilar al adversario, y el espíritu de muchos grandes medios, más atentos a congraciarse con el poder y al espectáculo que a la profesión.

Hay una mayoría de españoles cansados de la política, pero la parte politizada está muy radicalizada; quizá como nunca

En ese ambiente, la competencia entre los partidos tiende a ser centrífuga. No hace falta más que ver el éxito de la podemización del PSOE de Sánchez y el recurso al guerracivilismo de Podemos.

Los partidos españoles no compiten por el centro, entendiendo éste como la moderación, porque la flexibilidad es entendida como traición o burla. Hay una mayoría de españoles cansados de la política, pero la parte politizada está muy radicalizada; quizá como nunca. La decisión del partido Ciudadanos, ahora dirigido por Arrimadas, de colaborar gratis con Sánchez, por ejemplo, no es recompensada por el electorado. Algo pasa, y no es bueno.

El PSOE ha conseguido convertirse en la opción de la izquierda radical. De hecho, el socialista sube gracias a Podemos, un partido convertido en el negocio de la pareja Ceaucescu y amigos, inmerso en líos de corrupción, y sin más discurso que el insulto. Su salida 'republicana' es insuficiente. El pescado está vendido: ha sido Sánchez quien ha conseguido reunir el voto del izquierdismo, tanto del que se tapa la nariz al votar para que no gobierne la derecha, como del fanático.

También se puede debatir sobre la necesidad de moderar el discurso para no incentivar el voto de la izquierda, atraerse al elector centrista

El PP ha perdido esa condición de 'casa común'. Podemos discutir sobre si la radicalidad está en las formas, en el contenido o en ambas, o incluso en la elección de los socios de gobierno. También se puede debatir sobre la necesidad de moderar el discurso para no incentivar el voto de la izquierda, atraerse al elector centrista y ser más flexible a la hora de acomodar las propuestas a las encuestas de opinión. Lo cierto es que frente a un gobierno que ha ocultado 53.000 muertos por la pandemia, con comunistas en su interior, aliado a los independentistas, y que anuncia una masacre fiscal en medio de una crisis empresarial y de empleo sin precedentes, no se ha convencido todavía al elector del centro-derecha de que existe una alternativa al sanchismo.

La batalla cultural

Ante esto, parece claro que hay que apostar por el radicalismo no en las formas, sino en el fondo, en la defensa de unos principios que se presentan como fundamentales. Si se defiende la democracia liberal es impensable no tener preparada ya una ley para hacer independiente al poder judicial, y que los jueces elijan a su gobierno. Esta carencia es grave porque la verdadera batalla cultural se da contra la deriva autoritaria, para inculcar a los españoles que la democracia y la libertad importan, y que la idea de un gobierno paternalista y omnipresente es totalitaria.

Hoy, cuando el sistema del 78 está en juego, hay que ser radical. No se gana al adversario con exabruptos más ingeniosos, ni con voces más altas, ni entrando en duelos oratorios, sino mostrando firmeza y coherencia, con propuestas firmes con las que se pueda sentir identificada la gente que resiste la inmersión autoritaria. Hay que generar empatía entre los que ven con temor a este Gobierno. Hoy no nos jugamos la contabilidad, ni un par de portadas en la prensa progresista, sino el orden constitucional. ¿Sabe la derecha española lo que es la democracia liberal? Pues que se note.

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